MADRID.- En los últimos días, hemos conocido diversas transacciones de suelo
que son la cuarta capa de una cebolla que se inició con compras
oportunistas en los peores momentos de la crisis, continuó con la
creación de vehículos eficientes desde el punto de vista fiscal, como
las socimis,
que agilizaron el mercado terciario —oficinas, logística y hoteles—,
prosiguió con la reactivación de la promoción en ubicaciones prémium y
tiene ahora como colofón el renovado interés por solares que suplan el
déficit entre oferta y demanda en algunas zonas geográficas. Y es que,
en contra de lo que cabía imaginar hace tan solo un lustro, la venta sobre plano ha vuelto. Y lo ha hecho de manera abrupta. Hay que correr, según El Confidencial.
Sin
embargo, los nuevos actores en este negocio, firmas que nacieron al
amparo de las oportunidades que ofrecía la crisis de la mano, en muchos
casos, de fondos de capital riesgo, se están enfrentando con un problema
inesperado: las dificultades para cumplir con los precios y plazos prometidos a
los clientes a la hora de reservar sus viviendas. Los colchones
temporales que, por prudencia, establecen a la hora de hacer sus
cálculos se han reducido hasta casi desaparecer y sus márgenes de
negocio se están viendo afectados por una realidad con la que no
contaban y que difícilmente pueden repercutir al comprador final.
¿A qué nos estamos refiriendo?
A que no hay profesionales en el sector que permitan completar las casas
en tiempo y forma. No, no nos estamos refiriendo a arquitectos,
aparejadores 'et altri', que das una patada y salen cien. El problema es
más pedestre que todo eso. No hay ladrilleros, no hay yeseros, no hay ferrallistas.
La mayoría de los que se dedicaban a esto antes del colapso
inmobiliario o bien se han retirado o bien se han cambiado de sector. Y
los pocos que quedaron en activo se centraron en productos de menor
valor añadido que requieren más baja cualificación (VPO, cooperativas o
similar) y tienen más dificultad para trabajar en entornos de mayores
calidades y personalización de la oferta. No hay cuadrillas, y las pocas
existentes saltan de una constructora a otra inflando precios y
alargando plazos.
De hecho, a día de hoy, es el mayor hándicap al que se enfrenta la industria. No en vano, entre la compra de un suelo y la entrega de la vivienda, pueden pasar entre 18 y 24 meses
y ahora se están viviendo ya subidas de precio en apenas seis meses del
20% en determinados oficios. Algo que está obligando a las promotoras a
incrementar el margen, con la consecuente repercusión en el precio
final. Más coste del terreno, más coste de la ejecución, más margen para
proteger el negocio equivalen a mayor precio final, lo que afectará
poco al producto más exclusivo pero sí dañará al destinado al
'mid-market' con implicaciones, sin duda, para una demanda que apenas
empieza a asomar la patita.
Resulta paradójico que, en un país como el nuestro, con el nivel de
desempleo estructural existente y la enorme masa de trabajadores en paro
que ha dejado la crisis, esto sea un problema. Gran parte de la apuesta
educativa central y regional se ha enfocado en el ámbito universitario y
se ha descuidado, de este modo, la Formación Profesional.
Hay más universidades que alumnos y escasean las apuestas decididas por
los gremios. Un desequilibrio que resulta aún más sangrante en un
Estado como España, que sufre una de las mayores tasas de abandono
escolar en la educación secundaria del mundo desarrollado. Y que afecta
no solo al ámbito del ladrillo sino a la mayoría de las tareas manuales
especializadas. Miren, si no, lo que ocurre en la carnicería. Ni sombra de paro para sus profesionales.
La
solución no es fácil. Preparar a alguien en un oficio lleva su tiempo y
uno tiene la impresión, además, de que los jóvenes de hoy no están
preparados para las exigencias de unos desempeños como estos, aunque
puedo estar equivocado. Antes, la necesidad agudizaba el ingenio. Ahora
lleva a pedir subvenciones y ayudas en la creencia de que el dinero público todo lo puede.
Cosas de la nueva política. Por otra parte, los que vinieron en su día
de fuera o se reciclaron o volvieron a sus naciones de origen siendo
malos embajadores de los riesgos de sujetarse al ciclo inmobiliario.
Será difícil, aunque no imposible, que volvamos a vivir un flujo
migratorio como el de finales de los noventa.
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