Uno de los efectos más curiosos del independentismo catalán es su
incidencia en la agenda informativa desplazando al resto de los asuntos
nacionales e internacionales a un segundo plano. En efecto, se habla a
todas horas del problema catalán en vez de hablar en algún momento de
los cuarenta y nueve mil y pico millones de euros despilfarrados en el
rescate bancario que se han ido por un retrete de oro.
Yo no he visto
muchos telediarios que informen de este expolio a gran escala: la verdad
es que no he visto ni uno. Los españoles vamos a perder mucho si los
catalanes cogen el cesto de las chufas, pero de momento ya hemos perdido
más de 800 euros por barba en el naufragio de las cajas y sin necesidad
de referéndum previo. Nadie nos preguntó si queríamos rescatar
entidades bancarias en lugar de rescatar familias hipotecadas, pero por
lo visto la Constitución tiene un apartado especial y secreto en el caso
de desastres financieros.
Sí, se habla también mucho del flagrante desprecio a la Constitución
que supone el referéndum catalán, pero no se habla nada de la
vulneración de un chorro de leyes que acarrea la simple existencia de un
partido político financiado al estilo Corleone, con la tesorería
podrida desde el momento de su fundación y docenas de dirigentes
nacionales implicados en diversas operaciones de robo, cohecho y lavado
de dinero negro. Con el presidente del país instalado en mitad de varias
mafias perseguidas por la justicia (Gürtel, Taula, Púnica, Emarsa, Nóos
y muchas otras que se amontonan en un incomparable reguero de mierda),
no parece que el actual gobierno de la nación pueda dar muchas lecciones
de decencia, de ética y de observancia de la ley.
Quizá por eso mismo el problema catalán ha pasado ya a la
categoría de anomalía atmosférica. Se habla de Cataluña, de la CUP y de
Puigdemont igual que se habla de olas de calor, de la gota fría o de los
huracanes en el Caribe. Se habla de Cataluña por defecto, igual que
antes se hablaba del tiempo, un tema con el que llenar los huecos en el
ascensor, abrir conversaciones en el bar y cerrarlas en la terraza.
De
hecho, el otro día me quedé ligeramente pasmado al montarme en un taxi y
oír a un comentarista que empalmaba alegremente y sin pudor el paso del
huracán Irma por las Bahamas con la historia de las papeletas y los
colegios electorales para el 1-O. A él mismo le dio un poco de vergüenza
por la comparación, pero se le pasó en seguida. Hay que reconocer que
muchas transiciones informativas se han hecho así, pasando de los
setenta muertos que dejó Harvey en Houston o las seis víctimas del
temporal en el centro de Italia a los mofletes y al párpado caído de
Oriol Junqueras.
Da la impresión de que el primero de octubre se está utilizando
incluso como cortina de humo para disimular la espantada de Neymar y la
sequía de fichajes del Barça. Menos mal que Messi se ha despertado el
fin de semana y ha vuelto a poner las cosas en su sitio. Sólo faltaba
que no se pudiera ni hablar de fútbol.
(*) Columnista y filólogo
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