domingo, 15 de marzo de 2009

Gracias, don Juan Antonio / Francisco Rubio Miralles *

Hoy no puedo pasar por alto el verdadero vendaval que está azotando nuestra Diócesis de Cartagena y a gran parte de la sociedad de Murcia. Me refiero, como es evidente, al traslado de nuestro obispo. Y, más en concreto, a las circunstancias y modo en que tiene lugar este cambio de Diócesis de don Juan Antonio.

Vaya por delante mi indiscutible aceptación de la decisión del Papa y mi aprecio y respeto a la Diócesis de Alcalá de Henares, que será la parcela que, en breve, se beneficiará del celo pastoral de quien, hasta ahora, ha sido nuestro obispo.

Mi preocupación tiene otro contenido. Muchos nos preguntamos, ¿qué problemas tenía don Juan Antonio con la Diócesis de Cartagena?

El testimonio de casi todos es unánime: es un obispo fiel al sucesor de Pedro y a su magisterio, cariñoso con todos, cercano a los sacerdotes, enamorado de nuestra tierra y sus tradiciones, impulsor incansable de iniciativas, sobre todo, en lo que se refiere a las vocaciones sacerdotales y, en general, a la formación de los seglares, incansable defensor de temas tan cruciales como la familia y la defensa de la vida. La lista podría ser interminable.

Por eso muchos nos preguntamos ¿qué problemas tenía con la Diócesis el que hasta ahora ha sido nuestro obispo? ¿Se considera suficientes tres años y medio para justificar su cambio?

Estas preguntas, u otras parecidas, se las hace gran parte de la sociedad murciana. Y la respuesta, desgraciadamente, se orienta por otros caminos que no satisfacen ni tranquilizan a nadie. Porque, con la marcha de don Juan Antonio, ¿se han despejado todos los interrogantes? Mucho me temo que no; más bien surgen más preguntas todavía, que no tienen precisamente como componente el bien de las almas.

Este modo de proceder no es lo que se merece ni nuestro obispo ni nuestra Diócesis. A pesar de ello, alcanzo a sacar una conclusión positiva: la actitud edificante de don Juan Antonio. Por eso, muy sinceramente, quiero darle las gracias.

En estos momentos dolorosos, humanamente hablando, para él, nos ha dado un ejemplo nítido de ser un «hombre de Iglesia»: ha sabido dejar a un lado sus legítimos intereses personales y los ha sacrificado en bien de lo que creía los derechos de su Diócesis; ha buscado la verdad sin ponerle precio; ha sufrido, durante meses, en silencio y soledad; ha obedecido, con delicadeza y prontitud.

Fruto de su actitud, verdaderamente evangélica, ha sido contar, como hace mucho no se conocía en nuestra Diócesis, con la unidad y el apoyo de sus sacerdotes y de la gran mayoría de los fieles que, con verdadero sentido de Iglesia, le han acompañado con su oración y cariño y sufren desconcertados, pero fieles a la comunión eclesial, el dolor de su obispo.

Por todo ello me atrevo a recordar las palabras de San pablo: «Para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan al bien». Por eso me veo en la obligación de hacer patente a don Juan Antonio mi gratitud y la satisfacción de haber trabajado a su lado.

Señor obispo, al dejar, por obediencia, nuestra Diócesis, nos está usted predicando su mejor homilía. ¡Que Dios se lo pague! Y ¡felicidades a la diócesis hermana de Alcalá!

(*) Delegado Episcopal de Enseñanza

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá un día no tengas que tragarte esas palabras acríticas e irreales. Ni tu ni nadie sabe por qué ha actuado así Roma. Tu artículo no hace más que añadir dolor a lo sucedido y no pone paz en medio de la prueba.

Anónimo dijo...

Como siempre, no aclara nada este señor cura. Peloteo y más peloteo.
Una pena.