Lo único que nos faltaba era tener un
presidente llorón. Llorica ya lo era: su política tras Rajoy, una vez
que gobiernan los socialistas, consiste en el previsible victimismo de
endosar al Gobierno central los males de su gestión mientras la deuda
regional aumenta y anuncia bajadas de impuestos como respuesta
coherente. Llorica ya lo era, digo, pero ahora se nos revela llorón, que
es el paso siguiente, cuando tras el ademán de presionarse los ojos con
los puñitos, las lágrimas se desbordan sin contención.
Ayer, tras el Consejo de Gobierno,
Fernando López Miras compareció ante la prensa y, al final, como
corresponde al guion, se emocionó. Oh, qué presidente más sensible.
Pero, según las palabras que pronunciaba mientras se le saltaban las
lágrimas no lloraba por el impacto del diluvio que arrasó la Región y
las consecuencias que esto nos trae, sino porque se sentía muy orgulloso
de ser español.
No se sabe qué tiene que ver ser español con que la
DANA arrase la Región de Murcia, pero él vio algo ahí, tal vez alguna
luz tipo Cuarto Milenio, una señal. ¿La solidaridad general de la
población con los afectados, tal vez? Puede, pero esto es un valor
universal que se suele expresar en circunstancias adversas, al margen de
banderas, bien sea en España, en Francia o en Las Bahamas. Y como se
demostró en los terremotos de Lorca es algo que corresponde íntimamente a
los ciudadanos, muy al margen de los políticos, que después
decepcionan, si es que no lo hacen ya de entrada.
Cuando López Miras asomó con que iba a
romper en lágrimas, la portavoz del Gobierno, Ana Martínez Vidal, a su
lado, le dio una discreta palmada en la espalda, muy discreta, quién
sabe si para consolarlo o para que se contuviera y no le trasladara a
ella también la vergüenza ajena de los espectadores. O quizá es que el
Gobierno de coalición precise de esta unidad emocional PP-Cs para
fortalecerse. Quienes lloran unidos, permanecen unidos, diría el padre
Forcada.
¿Piove, porco Governo? Depende. A veces, sí. Los designios
de la Naturaleza son inescrutables y nadie puede contra la ferocidad de
determinados fenómenos atmosféricos. Pero en sus consecuencias hay
aspectos de los que cabe responsabilizar a los poderes públicos. En la
Región de Murcia, cuando caen cuatro gotas, se revela siempre el test de
las deficiencias estructurales.
Están
perfectamente marcados los puntos de afectación. Pues bien, nunca, una
vez paliados los daños, se acometen actuaciones para prevenir la próxima
incidencia. Hacerlo no es políticamente rentable, pues aquí llueve de
vez en vez. La última inversión importante que se hizo al respecto fue
el Plan de Defensa contra las Avenidas del Río Segura, años 80, Gobierno
de Felipe González, gracias al cual la tragedia de estos días no ha
sido más grave.
La Unidad Militar de Emergencias (UME), de cuya eficacia en la gestión de auxilio a las víctimas
de la riada nos deshacemos en elogios, fue creada por el Gobierno
Zapatero para que en este momento López Miras se sienta orgulloso de ser
español y se derrame de emoción por ello.
Y mientras el actual presidente
aprendía a tocar la flauta, según se suele justificar para obviar que
representa a un partido con historia ¿qué hicieron sus antecesores en el
PP? Por ejemplo, cambiar la salud del Mar Menor por votos, de manera
que ahora puede que no esté en disposición de asumir las afluencias de la
DANA, atacado por todos los flancos. Y más: permitir la urbanización
indiscriminada en ramblas, ramblizos y escorrentías, ocupando el curso
natural de las aguas desatadas.
Pero
no hay que irse tan lejos. Su propio Gobierno, el de López Miras, lleva
dos años tratando de crear estructuras administrativas en el capítulo
medioambiental que intentan sortear los controles convencionales de
leyes, ya de por sí laxas, para externalizar las autorizaciones de
proyectos desarrollistas adecuados a los intereses de quienes lo apoyan.
Los conceptos desarrollo sostenible y cambio climático se convierten
así en meros epígrafes retóricos, asumidos en teoría para ser
desactivados en la práctica. Hasta que el firmamento se rebela con rayos
y truenos y castiga duramente la imprevisión y la falta de
planificación.
López Miras se emociona ante la unidad
de la clase política, que aparta diferencias en las horas dramáticas.
Perfecto. Pero no se nos escapa que esa unidad es una imantación que
expresa culpabilidad. Nadie está libre de responsabilidad, pues en esta
Región el Gobierno es del PP hasta la eternidad, pero no muchos de sus
Ayuntamientos, y el Gobierno central (la Confederación del Segura y
otras instituciones) ha ido pasando de mano en mano. Nadie está libre,
aunque es verdad que unos más que otros.
Porque
es cierto que muchas dejaciones del PP sobre el interés público,
especialmente en lo referido al Mar Menor y al despiporre en la
ocupación urbanística, han sido perfectamente conscientes, al estilo de
'el que venga después, que arree'. Pues bien, como el poder popular se
ha prolongado tanto, los que han de arrear con las responsabilidades son
ellos. Han sido engullidos en su propio bucle. La DANA, aparte de los
horrores inevitables, ha puesto negro sobre blanco la fragilidad de un
territorio sometido a la especulación y al desorden, al descuido y a las
garras de la corrupción consentida.
Estamos
con el agua al cuello, pero muy orgullosos de ser españoles, cosa que,
como decía alguien, es una de las pocas cosas que no podemos dejar de
ser. Pero como españoles que somos nos sentimos estupefactos de una
clase política tan inconsistente, incapaz de autocrítica y, por tanto,
de reconducción. Aparte de la frivolidad espontánea con que algunos se
comportan.
La primera noche en
que el cielo se desplomaba sobre la Región en un espectáculo bellísimo
si te sentías protegido, pero dramático para quienes veían peligrar sus
vidas y haciendas y para los diversos servicios de rescate, asistencia y
socorro, el excelentísimo y reverendísimo presidente de la Asamblea
Regional, Alberto Castillo, utilizaba su cuenta de twitter para esbozar
su próximo pregón, especulando sobre qué nombre de santa habría que
poner a estas inundaciones (olvidándose de paso de acentuar en dos
ocasiones consecutivas el nombre de la Virgen María y mostrando así que
en vez de ocupar su tiempo en tontadas debería apuntarse a clases de
ortografía, tanto que predican la excelencia del sistema educativo sin
tener la precaución de matricularse en él).
Por
su parte, la vicepresidenta del Gobierno, Isabel Franco, que hizo de
anfitriona del líder de su partido, Albert Rivera, en una visita
relámpago a una de las zonas afectadas, tuvo la ocurrencia de escribir
en una red interna que no se había avisado a la militancia porque el
jefe venía de incógnito, aunque tuvo la fatalidad de ser sorprendido,
según ella, por un equipo de La7. Tal vez por eso después distribuyeron
fotos al resto de medios. De incógnito, pero retratado. ¿Cómo pueden
pretender que les creamos? Pero sobre todo ¿por qué y para qué mienten?
En realidad, lo que se deduce
de las lágrimas de López Miras es la sorpresa de que algo funcione.
¿Qué es lo que funciona en estos casos? La UME, los bomberos, Protección
Civil, la Policía, la Cruz Roja, los agentes medioambientales, Onda
Regional, los profesionales de las televisiones públicas... España
funciona, sí, cuando se trata de ir al rescate. No hay horarios ni
quejas por los sueldos ni celos o competencia entre estamentos. Todos a
dar lo mejor de sí, asumiendo riesgos y sin desmayo. La gente es lo
mejor. Siempre.
Y bien, somos
frágiles ante las turbulencias naturales. Lo primero es resolver la
situación de socorro. Claro que sí. Pero el dolor por el mapa de
destrucción no puede anular las responsabilidades por todo lo que se ha
hecho mal y a conciencia. ¿Cuántas veces más, y con menos lluvia, se
inundarán Los Alcázares o Espinardo? ¿Cuándo nos volverán a decir, una
vez que la turbiedad de las aguas del Mar Menor recuperen el tono
azulado que la laguna está mágicamente salvada, y veremos a López Miras
sobre la barca o al propio Casado a lo Fraga en bañador? Por ejemplo.
En
realidad, sobre el desastre que las fuerzas de la Naturaleza
inevitablemente dibujan es posible distinguir todo aquello que agrava
los impactos y que ha sido consentido para el interés económico de
muchos y el político de otros cuantos, incapaces de desarrollar
actuaciones a largo plazo.
El discurso político dominante es mera
palabrería envuelta en el celofán del un patrioterismo rebuscado, ajeno
por completo a toda situación, y regado con lágrimas de vibrante emoción
para ocultar la incapacidad propia cuando debieran ser de pena a la
vista de tanta superficialidad, tanto engaño. Y tanta sobreactuación
banal.
(*) Columnista
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2019/09/15/lagrimas-lluvia/1052364.html