MADRID.- Llevaba tiempo como activista en
organizaciones contra la explotación animal hasta que, tras una
"reflexión política y estratégica" —confiesa— , decidió emprender un
ambicioso proyecto en solitario: documentar el movimiento de liberación
animal y dejar un archivo histórico para el futuro.
Es así como el
fotoperiodista Aitor Garmendia (nombre ficticio) puso en marcha hace
cuatro años
Tras los Muros.
Ahora, las impactantes imágenes recogidas en su último trabajo,
'Matadero' —una extensa investigación en más de 50 mataderos de animales
en México que incluye
un documental y un reportaje fotográfico— le ha valido el prestigioso galardón de periodismo gráfico '
Picture Of the Year International'.
"Quiero que una persona que vea mis
fotografías entienda no sólo la situación de maltrato a los animales,
sino todo el sistema que hay detrás", dice. Público habla con
este fotoperiodista sobre su trayectoria, la intención de su trabajo y
sobre la "violencia brutal" y legitimada de la explotación animal.
Trabaja muchas veces infiltrado y siempre bajo otra identidad. ¿Por qué?
Yo no trabajo en clandestinidad, pero sí
trabajo con otra identidad. Creo que hay una diferencia importante. Lo
que no quiero es que mi nombre real se asocie a mi cara, a mi persona.
Porque la industria cárnica o la peletera es consciente de lo que la
imagen de un activista infiltrado o de un periodista puede causar al
curso económico de sus negocios. La propia industria ha creado leyes,
por ejemplo en Estados Unidos, para perseguir a estas personas. Han
convertido en delito filmar en granjas, incluso con permiso. Existe una
larga trayectoria de persecución a activistas y creo que si mi imagen
fuera pública y mi nombre real, tendría muchas menos posibilidades de
acceder a ella.
¿Es peligroso?
Es un terreno que puede ser peligroso en
determinados contextos. En el caso del Estado español acudo a eventos
taurinos o con animales donde se respira un ambiente bastante violento
contra los propios periodistas… y no quiero imaginar si descubren que
eres una persona infiltrada. En unos Sanfermines me intentaron hacer una
encerrona. He trabajado en el monte con cazadores. He estado con los
saboteadores de la caza en Inglaterra, donde hay una especie de hooligans que acompañan a los cazadores que se llaman supporters y que van directamente a pegar, a atacar físicamente a quienes sabotean pacíficamente la caza.
¿Qué se ha encontrado en estos años de trabajo? ¿Qué hay tras los muros de la explotación animal?
Realmente no me ha sorprendido lo que he
visto porque durante muchos años antes he investigado en centros de
explotación animal y he trabajo con imágenes de otras organizaciones. Ya
sabía lo que me iba a encontrar, pero con este proyecto he querido
darle un enfoque diferente al que se da desde la organizaciones
activistas que, por necesidad y por su agenda, realizan investigaciones
que persiguen cambios específicos. Creo que ese trabajo lo hacen las
organizaciones y lo hacen muy bien. Yo, por un lado, no tengo ese
potencial, y por otro busco complementar eso con trabajos de mayor
profundidad.
¿Qué persigue usted?
Quiero darle un enfoque artístico, aunque
decir esto me resulte un tanto obsceno. Pretendo traer la esencia del
fotoperiodismo de conflicto a la explotación animal. Intentar mostrar
que la situación que sufren los animales no es cuestión de mero maltrato
animal, sino que hay todo un sistema de dominación y de opresión hacia
ellos que viene gestado a lo largo de toda la Historia. Quiero retratar
eso a lo largo de un trabajo fotográfico que me llevará años.
Hay una estética bélica en ellas. Muchas son fotografías duras, explícitas, algunas sangrientas...
En realidad evito bastante la sangre, lo
que pasa que es difícil hacerlo en un matadero. Pero tengo imágenes que
en la edición las termino eliminando porque son demasiado desagradables.
Quiero que las imágenes sean duras, pero que puedan verse, observarse y
entenderse.
Jo-Anne McArthur
ha sido una inspiración para mí. Y por supuesto estoy inspirado por
fotoperiodistas de guerra. Desde que soy pequeño las fotografías de
guerra se han quedado grabadas en mi retina y me han hecho pensar.
Creo
que hoy en día, en el fotoperiodismo, hay un hueco en cuanto a la
situación de explotación de los animales. Me da mucha pena, porque hay
fotoperiodistas de un talento enorme y por alguna razón, este tema nunca
se toca.
Su trabajo no se limita a
denunciar el maltrato animal, sino el sistema de explotación en sí
mismo. Es más, subraya que las leyes de bienestar animal son
incompatibles con los derechos de los animales...
El marco teórico e ideológico del
bienestar animal ha sido ideado desde las propias instituciones y la
propia industria. Son ellas quienes promueven esa idea de bienestar
animal, que es falsa; es propaganda, realmente. En el caso de un cerdo,
por ejemplo, la normativa de bienestar animal permite electrocutarlo y
degollarlo a las tres semanas. Eso sería bienestar animal.
Pero si
aplicamos la misma violencia a un perro sería maltrato animal, e incluso
la persona sería condenada por ello en algunos países. Entonces, una
idea que no puede aplicarse de la misma manera a todos los animales es
una idea que está pervertida desde el origen.
Creo que hay que hacer una analogía que
es muy simple: ¿qué es bienestar humano? Pues el bienestar animal tiene
que ser el mismo. Yo entiendo por bienestar, estar bien. Un animal al
que le quitas la vida, al que electrocutas, disparas, degollas,
inseminas forzosamente o mantienes enjaulado toda su vida, en ningún
caso puede considerarse que está bien.
El bienestar animal es una idea
que parece trasmitir cierto grado de humanitarismo a la sociedad, pero
que no ahonda en el problema real de los animales, que es la
discriminación y la opresión que padecen en toda la industria.
Considero
que las normativas de bienestar animal confunden a la sociedad, porque
esta se cree que los animales han sido bien tratados y con eso se
quedan. No rompen ese prejuicio. Pero estoy seguro de que si esas mismas
leyes se aplicasen a los animales que viven con ellos, como los perros y
los gatos, se escandalizarían.
El programa 'Stranger Pigs' de Salvados
generó una polémica enorme, pero la industria y las autoridades dijeron
que eran casos aislados. ¿A usted le sorprendieron esas imágenes?
No, para nada. Es algo que te pueden
encontrar en cualquier granja. Recuerdo un cerdo que nos encontramos en
una de las organizaciones en las que estuve, que tenía media cadera
abierta, donde se le veían los huesos, y las moscas se lo estaban
comiendo. Estaba en una zona apartado, pero ahí estaba. No me sorprende,
hay animales muertos, animales tirados en contenedores, animales vivos
tirados en contenedores... todo eso está documentado por investigaciones
en todo el mundo.
No estoy exagerando, cualquiera puede acceder a
internet y empezar a buscar información y se va a dar cuenta de que los
animales viven un auténtico tormento en la industria cárnica. No me
sorprendió, la verdad. No creo que sea habitual en cualquier granja,
pero sucede siempre en alguna granja y en cualquier parte del mundo.
¿Cree que España es especialmente cruel con los animales?
No estoy de acuerdo. Creo que en España
existen tradiciones que explotan y abusan de los animales, y ahí sí nos
distinguimos de otros países de Europa, pero creo que la gran mayoría de
animales explotados en piscifactorías o en granjas industriales, sufren
lo mismo que en cualquier otro país de Europa.
Lo que consigue la industria con las medidas de protección animal es dar
a entender que existe una industria cárnica buena y una industria
cárnica mala. Una que trata bien a los animales, y casos aislados, como
España, que los trata peor.
Y creo que este pensamiento es peligroso
porque no lleva a la gente al debate real, que es que, aparte de que no
existe ninguna legitimidad para explotar animales porque está ya sobre
demostrado que podemos vivir de forma saludable sin consumir ningún
producto animal, la explotación en sí es brutal y lo es en todos los
aspectos.
A lo que apuntan las medias de bienestar es que hay que evitar
la violencia de más, pero en realidad para producir huevos, carne y
lácteos es necesaria una violencia brutal que se asume como legítima y
esa es la violencia brutal de la que la industria no habla. No creo que
en España haya un maltrato especial más allá de las fiestas
tradicionales, pero es que estas representan un porcentaje ínfimo de
todos los animales que sufren en la explotación animal.