lunes, 23 de marzo de 2020

Un experimento llamado coronavirus / Marco Mazón Gomariz *

Siempre he tenido la sensación (desde que tengo uso de razón, o medio uso), de que este planeta es un laboratorio a gran escala, y nosotros somos cobayas de quién sabe quién o qué (me planteo seriamente si la vida surgió por mera casualidad o todo es parte de un plan desconocido por nosotros, un plan que comenzó hace millones de años y que se retrotrae a los orígenes de la vida o, incluso, de la propia existencia). 

Yo no soy virólogo, ni inmunólogo ni médico, pero uno de mis grandes defectos es pensar, y mucho, lo que me lleva a conclusiones desagradables sobre el origen de los acontecimientos.

Cualquiera que sea medianamente inteligente sabe que el gobierno no es el pelele de Pedro Sánchez, ni el trepa de Pablo Iglesias ni la advenediza de su novia, que lanza diatribas contra los hombres desde su mente simplona, pero si está donde está es gracias a uno.

Aparte de que los que estén en el gobierno visible sean unos mediocres de una inteligencia muy limitada, el verdadero gobierno se halla a la sombra, no se deja ver pero sí sentir. Sánchez no ha tenido nada que ver con la cuarentena, y resulta muy sospechoso que hace unos días estuvieran llamando a la población a la manifestación del 8M (otra manifestación orquestada por los grandes poderes fácticos para dividir a la población, entre otros fines perversos), y que una semana después declarasen el estado de alarma. 

Alguien podría decir: “¡qué inútiles son!” “¡irresponsables!”, y tendría razón, pero no por eso. Yo creo que esto del coronavirus estaba ya planeado desde hace tiempo, necesitaban llevar a cabo un experimento para estudiar el efecto de la cuarentena en la población, en el clima, arruinar algunos países (ya de paso) y dejar un virus latente en la sociedad que, año tras año, vaya, como la gripe, matando a la población más vulnerable —para ahorrarse bocas que alimentar y pensiones que pagar—, y otros fines innumerables.

Nada funciona mejor para manejar a la población que el miedo, y la verdad es que les ha funcionado de perlas. No niego que exista el coronavirus, lo que sí me pregunto es de dónde salen esas cifras de muertos e infectados, y si los muertos son realmente por coronavirus. 

Mi mente retorcida me lleva a pensar que ellos, a través de los medios de información, mandan cifras exageradas para inspirar más temor y así convencer a la gente crédula de que hay que dar las gracias por vivir en un estado de alarma donde no puedes salir a la calle, mientras que el gobierno te pone panfletos por la calle y en comercios donde asegura que, para disfrutar de una buena salud, hay que luchar contra el sedentarismo. 

¿Qué hacen los gobiernos antes de lanzar una guerra? Lo primero de todo es ganar la guerra de la información, hacer creer al “pueblo” que es una guerra necesaria, y después de eso, vienen las bombas.

Muchos médicos dicen que el sistema inmunológico se activa o se deprime según las emociones, lo que evidencia que el miedo o pánico de los medios es más mortal que cualquier virus. Una persona sin miedo mortal por su vida tiene un sistema inmunológico mucho más fuerte que quien vive obsesionado con contagiarse de un virus letal (que no es letal para la mayoría). 

Algunos personajes que aparecen en la tele y en las redes sociales, muchos de ellos con mucho poder mediático (y maniático), matan a la gente antes de miedo que de coronavirus. Lo mejor que hacer en estos casos es no prestar atención alguna a lo que digan. ¡Apaga la tele y enciende tu mente! Sólo quieren destruirnos desde casa, hacer que le tengamos miedo al vecino o a cualquiera que nos encontremos por la calle. Sin duda, podría decirse que vivimos en la dictadura del miedo ahora mismo.

Donald Trump, que si continúa de presidente es porque acata las órdenes de los grandes poderes mundiales, a veces trata de ir por su cuenta y, a su manera, revelar lo que otros no revelan. Al desatarse la crisis del coronavirus, dijo que en abril se habrá acabado, que él tiene un buen presentimiento, que suele acertar muchísimo y que lo que necesita el pueblo (americano) son respuestas y esperanzas, no sensacionalismo —esto se lo dijo a un periodista que le hablaba de la catástrofe del virus—. 

¿Qué sabe Donald Trump que nosotros no? ¿Se cumplirán sus proféticas palabras? Si es así, eso dejará bien claro que ya estaba planeado de antemano, aunque, si sus palabras no se cumplen, no dejará de oler a chamusquina, al menos para mí. Yo no me creo nada de lo que dicen en los medios. Si tengo que contraer coronavirus para darme cuenta, que así sea, pero igualmente seguiré pensando lo mismo: esto es un experimento. El coronavirus ha sido “lanzado” voluntariamente y las cifras, a su vez, manipuladas. ¿El fin último del experimento cuál es? No lo sé, pero siempre me pongo en lo peor (lo peor para los seres humanos, porque hay más especies en el planeta que se alegrarían de nuestra muerte).

Como todo mal tiene un bien, los montes han de estar muy agradecidos; nadie va a molestar a la naturaleza, ningún anzuelo se clava en la garganta de ningún pez por deporte, ningún animal que corretea o vuela por los montes teme el funesto plomo ni las redes, ninguna culebra será atropellada ni los insectos cruzarán con miedo los caminos, los humanos abandonaron las calles y los campos, se hallan recluidos por su propio temor; pero no están del todo vacías, los patos y los pavos reales (esto es real) se pasean libremente por donde hace unos días circulaban los coches, y pronto vendrán los animales exiliados y deambularán por las ciudades como si fueran suyas, pues, en realidad, lo son.

Cuando el ser humano desaparece, la Tierra recupera lo que es suyo —¿si el ser humano va contra la Tierra, podría deducirse de ello que el ser humano es una especie alienígena, un cáncer alienígena? Y si somos un cáncer ¿tiene el cáncer la culpa de ser un cáncer?—. Lo único que me apena son las palomas, que lo van a tener complicado para comer, ya que ellas vivían de nosotros, pero siempre hay corazones bondadosos que, a pesar de este desierto impuesto en las calles, se las arreglan para alimentarlas.

Por último, diré que tengo el presentimiento de estar quedándome muy corto en mi análisis, y que hay muchísimo más de lo que no podemos ver, pero con este artículo sólo pretendo una cosa, que se intente ver lo que hay detrás de este telón que nos han echado encima.



(*) Historiador y escritor murciano

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