Primavera del año 1978. Rodolfo Martín Villa , ministro del Interior del segundo gobierno de Adolfo Suárez , cita en la plaza de Santa Ana de Madrid al joven abogado Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos , autonomista asturiano, recién incorporado al PSOE desde el partido de Enrique Tierno Galván y
llamado a tener un papel político preeminente en su región. Martín
Villa va al grano: “Pedro, quitaros de la cabeza la posibilidad de una
comunidad autónoma que incluya a las cuencas mineras de Asturias y León,
esa autonomía sería, para todos, un problema al cuadrado”.
El descendiente de Jovellanos, elegido presidente del
Principado de Asturias en 1983, confesaría años más tarde a este
periodista que durante aquella conversación vio confirmadas sus dudas
sobre la conveniencia de una gran autonomía minera. “Yo ya estaba
convencido, pero en aquella conversación comprobé que Martin Villa
albergaba los mismos temores. En Asturias todo estaba en crisis; si le
añadíamos la cuenca minera de León, multiplicaríamos el problema por
dos”. Así quedó consignado en el libro Mo
desta España, paisaje después de la austeridad (2012).
Martín Villa, natural de Santa María del Páramo, provincia
de León, tenia otro mapa en la cabeza: una gran región interior llamada
Castilla y León, que sería la más extensa de España –en realidad, una de
las más extensas de Europa–, a modo de contrafuerte gótico de las
posibles tensiones centrífugas de Catalunya, moderadas en aquel momento
por el audaz pacto suarista para el regreso del presidente de la
Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas , y contrapunto,
también, a la virulenta situación en Euskadi, bajo la presión de ETA.
La
sociedad vasca se había abstenido mayoritariamente en el referéndum
constitucional después de obtener el reconocimiento explícito de los
derechos forales y la posibilidad de unificar el País Vasco y Navarra en
una única comunidad autónoma por la vía del referéndum.
En el mapa
autonómico de UCD, Castilla y León y Castilla-La Mancha aparecían como
dos grandes reservorios de voto moderado, frente a la mayor
preponderancia de las izquierdas en Andalucía, Extremadura, Valencia,
Baleares, Asturias y también en Catalunya, hasta que Jordi Pujol demostró,
en marzo del 1980, que era capaz de sumar el voto nacionalista comarcal
con el voto urbano más moderado, tibiamente catalanista, asustado ante
la posibilidad de una Generalitat de socialistas y comunistas. (En la
provincia de Madrid por aquel entonces había empate entre derechas e
izquierdas).
De aquella gran Castilla y León acabó saltando Santander,
con un brote regionalista fuerte desde que Suárez devolvió el concierto
foral a Bizkaia y Gipuzkoa, las provincias vascas que Franco había
calificado de “traidoras”. En 1976, se publicó un Manifiesto de los Cien en favor de la autonomía cántabra, entre cuyos firmantes figuraba el economista vinculado al sindicato vertical Miguel Ángel Revilla .
En Logroño, el abogado socialista Javier Saénz de Cosculluela jugueteaba
con la idea de incorporar la provincia a la comunidad autónoma vasca,
como una segunda Álava, para rebajar el peso electoral del PNV.
Finalmente La Rioja también fue autonomía uniprovincial.
En Segovia,
tierra de Anselmo Carretero , el intelectual socialista de las
nacionalidades, hubo intentos de seguir el mismo camino.
Las protestas
de mayor envergadura se produjeron en León. Ecos de la antigua Acción
Agraria Leonesa y también del Partido Republicano Leonés Autónomo. Un
poso histórico que no se había apagado, animado por jóvenes círculos
regionalistas, reivindicaba una autonomía diferenciada de Castilla.
Cuarenta años después, esa corriente vuelve a tomar fuerza como
respuesta a la desertización económica y demográfica. El cuadrante
noroeste formado por Lugo, Orense, Asturias, León, Zamora, Palencia y
Salamanca ha entrado en depresión. Podríamos decir que es el nuevo sur
de España. “Es la nueva Siberia”, dijo uno de los oradores de la
manifestación en León.
La España interior está tomando la palabra de
diversas maneras y el asunto va en serio. Empieza a aflorar en España un
debate de mayor alcance que la cuestión de Catalunya: el debate sobre
la descentralización económica.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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