miércoles, 19 de febrero de 2020

La nueva Siberia / Enric Juliana *

Primavera del año 1978. Rodolfo Martín Villa , ministro del Interior del segundo gobierno de Adolfo Suárez , cita en la plaza de Santa Ana de Madrid al joven abogado Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos , autonomista asturiano, recién incorporado al PSOE desde el partido de Enrique Tierno Galván y llamado a tener un papel político preeminente en su región. Martín Villa va al grano: “Pedro, quitaros de la cabeza la posibilidad de una comunidad autónoma que incluya a las cuencas mineras de Asturias y León, esa autonomía sería, para todos, un problema al cuadrado”.

El descendiente de Jovellanos, elegido presidente del Principado de Asturias en 1983, confesaría años más tarde a este periodista que durante aquella conversación vio confirmadas sus dudas sobre la conveniencia de una gran autonomía minera. “Yo ya estaba convencido, pero en aquella conversación comprobé que Martin Villa albergaba los mismos temores. En Asturias todo estaba en crisis; si le añadíamos la cuenca minera de León, multiplicaríamos el problema por dos”. Así quedó consignado en el libro Mo desta España, paisaje después de la austeridad (2012).

Martín Villa, natural de Santa María del Páramo, provincia de León, tenia otro mapa en la cabeza: una gran región interior llamada Castilla y León, que sería la más extensa de España –en realidad, una de las más extensas de Europa–, a modo de contrafuerte gótico de las posibles tensiones centrífugas de Catalunya, moderadas en aquel momento por el audaz pacto suarista para el regreso del presidente de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas , y contrapunto, también, a la virulenta situación en Euskadi, bajo la presión de ETA. 

La sociedad vasca se había abstenido mayoritariamente en el referéndum constitucional después de obtener el reconocimiento explícito de los derechos forales y la posibilidad de unificar el País Vasco y Navarra en una única comunidad autónoma por la vía del referéndum. 

En el mapa autonómico de UCD, Castilla y León y Castilla-La Mancha aparecían como dos grandes reservorios de voto moderado, frente a la mayor preponderancia de las izquierdas en Andalucía, Extremadura, Valencia, Baleares, Asturias y también en Catalunya, hasta que Jordi Pujol demostró, en marzo del 1980, que era capaz de sumar el voto nacionalista comarcal con el voto urbano más moderado, tibiamente catalanista, asustado ante la posibilidad de una Generalitat de socialistas y comunistas. (En la provincia de Madrid por aquel entonces había empate entre derechas e izquierdas).

De aquella gran Castilla y León acabó saltando Santander, con un brote regionalista fuerte desde que Suárez devolvió el concierto foral a Bizkaia y Gipuzkoa, las provincias vascas que Franco había calificado de “traidoras”. En 1976, se publicó un Manifiesto de los Cien en favor de la autonomía cántabra, entre cuyos firmantes figuraba el economista vinculado al sindicato vertical Miguel Ángel Revilla . 

En Logroño, el abogado socialista Javier Saénz de Cosculluela jugueteaba con la idea de incorporar la provincia a la comunidad autónoma vasca, como una segunda Álava, para rebajar el peso electoral del PNV. 

Finalmente La Rioja también fue autonomía uniprovincial. 

En Segovia, tierra de Anselmo Carretero , el intelectual socialista de las nacionalidades, hubo intentos de seguir el mismo camino. 

Las protestas de mayor envergadura se produjeron en León. Ecos de la antigua Acción Agraria Leonesa y también del Partido Republicano Leonés Autónomo. Un poso histórico que no se había apagado, animado por jóvenes círculos regionalistas, reivindicaba una autonomía diferenciada de Castilla. 

Cuarenta años después, esa corriente vuelve a tomar fuerza como respuesta a la desertización económica y demográfica. El cuadrante noroeste formado por Lugo, Orense, Asturias, León, Zamora, Palencia y Salamanca ha entrado en depresión. Podríamos decir que es el nuevo sur de España. “Es la nueva Siberia”, dijo uno de los oradores de la manifestación en León.

La España interior está tomando la palabra de diversas maneras y el asunto va en serio. Empieza a aflorar en España un debate de mayor alcance que la cuestión de Catalunya: el debate sobre la descentralización económica.



(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia


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