miércoles, 22 de enero de 2020

Críticas a la Corona / José Luis Manzanares *

Cuando el Rey Juan Carlos presidía un acto solemne en la Casa de Juntas de Guernica, el 4 de febrero de 1981, y tras pronunciar su discurso el lehendakari Carlos Garaoikoetxea, un grupo de representantes electos de Herri Batasuna y LAIA interrumpió su curso regular poniéndose en pie y cantando puño en alto el Eusko Gudariak o himno del Soldado Vasco, y así permanecieron algún tiempo hasta que el servicio de orden procedió a desalojarlos y Su Majestad, que también recibió muchos aplausos, pudo pronunciar su prevista intervención.

La Sala 2ª del Tribunal Supremo, en su sentencia de 29 de noviembre de 1983, absolvió por el delito de injurias al Jefe del Estado, pero condenó por desórdenes públicos. Luego, al resolver los correspondientes recursos, el Tribunal Constitucional dictó sentencia el 21 de marzo de 1986 concediendo el amparo por indebida denegación de pruebas, lo que llevaba a la repetición del juicio. 

Si ya sorprendía el tiempo transcurrido desde la comisión de los hechos enjuiciados hasta la sentencia del Tribunal Constitucional, las sospechas sobre la motivación política del tiempo que tardó el Tribunal Supremo en dictar su nueva sentencia se acrecientan notablemente. La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo no resolvió hasta siete años más tarde, el 28 de septiembre 1993, cuando ya habían transcurrido doce desde la algarada en la Casa de Juntas del Guernica. 

La cuestión había perdido actualidad e interés, de forma que la absolución final de todos los acusados pasó sin pena ni gloria. Creo que el diligente funcionamiento de la Justicia no debe sacrificarse nunca con dilaciones indebidas por causas que le son ajenas.

Hoy, además de insistir en que los tiempos de la Justicia están en las leyes procesales y no en las conveniencias políticas, quería referirme a los incidentes ocurridos hace un par de días en el Congreso de los Diputados. En su primera sesión institucional no se ha entonado ningún cántico y, según creo, tampoco ha habido grandes gestos o aspavientos de desprecio, aunque haya quien sigue en sus trece y aprovecha cualquier ocasión para deslegitimar a la Monarquía. 

Una actitud que en principio no me parece ni bien ni mal, siempre que se haga con educación y respeto. Ignacio Ruiz de Pineda, diputado de EH Bildu por Álava, uno de los alborotadores de Guernica, se ha mostrado ahora en el Congreso igual de firme en sus convicciones pero algo más comedido.

Se trata de la libertad de expresión en la sede de la soberanía española. Y, como repetimos mil veces en los años de plomo, se puede defender pacíficamente cualquier opción política en el marco de la Constitución. A los presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado les corresponde trazar los límites.



(*) Consejero Permanente de Estado, Magistrado del Tribunal Supremo (J), Abogado del Estado (J) y Profesor Titular de Derecho Penal


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