No existe la menor duda que los annus horribilis persiguen, desde
1992, a la reina Isabel II. Si en aquella ocasión fueron los escándalos
de lady Di y los divorcios de sus hijos Ana y Andrés amén del incendio
del castillo de Windsor, en esta ocasión la culpa la han tenido un hijo y
un nieto que le han obligado a comportarse más como madre y como abuela
que como Reina.
En el tema de Andrés y ante el escándalo de la entrevista en la BBC y
las pruebas de su relación con el pedófilo americano, no le cupo más
remedio que aceptar las medidas que el príncipe Carlos decidió contra su
hermano.
En los referente a su nieto Harry y Meghan, la Reina, una mujer
pragmática, buscó una solución para que su nieto no se desligara por
completo de los Windsor y pudiera mantener un pie en Norteamérica
haciendo negocios y otro en el Reino Unido. Y ello con tratamientos,
casa, seguridad y sueldos.
Una vez mas, el Príncipe de Gales, el futuro Rey de Inglaterra, ha
vuelto a tomar las riendas del escándalo. En este caso, con todo derecho
ya que se trata de su hijo obligándole, no solo a dejar de recibir
fondos públicos sino a renunciar a utilizar los títulos de Alteza Real y
a devolver los casi tres millones de euros de dinero público que
recibió para la reforma de la casona que le regaló su abuela la reina.
Y mientras Harry mostraba su infelicidad por las renuncias a las que
se ve obligado a aceptar y que no han sido las que, en principio y
gracias a su abuela se habían negociado, reconoció que “Me da mucha pena
se haya llegado a esto”.
Mientras, la reina Isabel reaparecía, aparentemente tranquila, con la
que está cayendo, junto a su hijo Andrés, la primera vez que lo hacía
desde el escándalo de la pederastia, ¿como respuesta a la decisión del
príncipe Carlos contra su hijo Harry? Puede. Porque la Soberana no da
puntada sin hilo.
Esta aparición pública me ha recordado cuando la reina Sofía apareció
el 30 de noviembre de 2011 junto a su hija Cristina y su yerno Iñaki
Urdangarin en Washington, donde se hallaban “desterrados” tras ser
apartados de la Familia Real por el asunto Noós, dejando bien claro del
lado de quién estaba.
Posiblemente pensaba, como Pascal, que “el corazón
tiene razones que la razón no entiende”. Pero su actitud, como hoy la
de la reina Isabel, rompe la estrategia de la Casa Real de aislar a
quienes estaban dañando la Institución. Al menos, mientras se resolviera
jurídicamente la situación, en el caso de doña Sofía; familiar, en el
de IsabeI II.
Pero aquella portada de Hola de los Urdangarines, sonriendo junto a
la Reina, disgustó profundamente a Felipe. Como le habrá disgustado la
foto de la Soberana británica a su hijo Carlos.
(*) Periodista
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