El primer minuto del debate de investidura ha
explicado cómo será la XIV legislatura. Pedro Sánchez ha entrado en
materia sin prolegómenos: “Aquí no se rompe España, ni la Constitución,
aquí se rompe el bloqueo”. Bronca y pateo en los escaños de la
oposición.
Empieza la legislatura más furibunda desde el día en que una
mesa de edad compuesta por Modesto Fraile, Dolores Ibárruri y Rafael
Alberti abrió, en julio de 1977, los trabajos del primer Congreso
elegido democráticamente desde el final de la Guerra Civil. De lo que
viene no tenemos recuerdo.
Lo que viene podría definirse de la siguiente manera: la crispación
elevada al cuadrado. La crispación de instaló en la política española a
mediados de los años noventa, en un momento de manifiesta consolidación
del sistema democrático instaurado en 1977 y de reorganización de la
derecha, alrededor de la figura combatiente de José María Aznar.
La
hegemonía electoral del PSOE de Felipe González empezaba a flaquear y el
bloque opositor, del que formaban parte destacados medios de
comunicación de Madrid, decidió tensar al máximo el ambiente político:
la cultura del consenso, emanada de las prudencia de la transición,
saltaba por los aires. Y nunca más se ha vuelto a recomponer.
La crispación llegó al mismo tiempo que los aros olímpicos y la Expo
de Sevilla. Desde entonces, la crispación ha sido la más fiel compañera
de la política española, con momentos de muy elevada tensión, como, por
ejemplo, el trágico mes de marzo del 2004.
Nada nuevo, por tanto, pero
sí algo nuevo: la crispación será ahora más coral, puesto que hay nuevos
actores en el Congreso y el partido de extrema derecha Vox va a someter
al Partido Popular, lo está haciendo ya, a un severo marcaje político y
emocional. Nada nuevo, pero si algo nuevo: el filibusterismo en los
tribunales va a ser más desinhibido que nunca, como ha quedado bien
claro en las últimas horas.
Empieza una legislatura muy dura, con trasfondo social preocupante.
Un 45% de los españoles sitúa la política entre los tres primeros
problemas del país. Casi el 80% de los españoles observa con pesimismo
el porvenir político del país. No es nada probable que ambos porcentajes
disminuyan después de la sesión de investidura que hoy ha comenzado en
el Congreso. Una repetición electoral del todo innecesaria ha debilitado
gravemente el fuselaje político del país. En el debate de hoy está
quedando bastante claro.
Pedro Sánchez ha tenido reconducir
vertiginosamente su discurso de otoño –con el que buscó infructuosamente
al efímero y volátil votante de Ciudadanos-, para pactar con Unidas
Podemos y obtener la abstención de Esquerra Republicana.
Pablo Casado, que reivindicó la moderación en las elecciones de
noviembre, se ve obligado a competir con Vox con un discurso muy
contundente y sobreactuado, en el que era apreciable el sello de
Cayetana Álvarez de Toledo.
Sánchez, siempre mejor en las réplicas que en los discursos
introductorios, ha expuesto un programa con dos vértices: un programa
socialdemócrata barnizado por Unidas Podemos y el reconocimiento de la
existencia de un conflicto político en Catalunya. No es poco. No es poco
en el actual contexto europeo. No es poco, si tenemos en cuenta los
tumbos que ha dado la política española desde que el modelo bipartidista
entró en crisis en las elecciones legislativas de diciembre del 2015.
Clave del discurso de Sánchez: recomenzar después de diez años de deterioro social y político.
Recomenzar un diálogo que permita alejar el problema de Catalunya de la
amenaza del estado de excepción permanente. No le va a ser fácil al
nuevo gobierno fijar el marco de la Coalición Progresista. El ruido será
ensordecedor.
Clave del discurso de Pablo Casado, más allá de las retóricas inspiradas por Cayetana Álvarez de Toledo y Mario Vargas Llosa: la amenaza de conducir a Sánchez a los tribunales según
cuáles sean los acuerdos referidos a Catalunya. Hoy mismo ha anunciado
que le denunciará por prevaricación si no insta una pronta destitución
de Joaquim Torra. “Haremos todo lo posible para que su aventura no
prospere”, ha dicho Casado.
La izquierda intentará durar y el Partido Popular hará “todo lo
posible” para no ser devorado por Vox. Hasta aquí, la fotografía del
debate de investidura.
La batalla se dirimirá en los tribunales y veremos grandes maniobras de filibusterismo.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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