Lo nunca visto. Lo dice quien tiene edad
y memoria para recordar el inicio de todo esto, empezando por el pleno
de las Cortes franquistas en que los diputados de la democracia orgánica
(familia, municipio y sindicato) se hicieron el harakiri para dar paso
(de la ley a la ley, decía Suárez) a la Reforma Política, es decir, para
pasar como si tal cosa de la dictadura a la democracia.
De
entonces acá hemos visto arder naves más allá de Orión, pero nunca
hasta ahora pudimos asistir a un concierto espasmódico en que personas
aparentemente razonables se rasgaban las vestiduras entre el llanto y el
crujir de dientes en escenas que parecían representarse en el pórtico
del apocalipsis predicho por San Juan.
Líderes políticos a los que se le
supone la templanza necesaria para gobernar un país, en solitario o en
compañía de otros, mostraban desde la tribuna sensaciones epilépticas de
desgarro por el hecho de que la tabla numérica del Congreso no les daba
para impedir el acceso al poder de sus adversarios ideológicos.
Y esto,
que es precisamente la regla del juego, que un día beneficia a unos y
al siguiente a los otros, era contemplado por tan excitados tribunos
como el mismísimo fin del mundo hasta ahora conocido.
Predicciones
sobre el acabose, apelaciones al estamento militar, saludos marciales,
insistentes reclamos al transfuguismo, palabras como piedras del tipo
asesina o traidor, motines contra los oradores de turno y
contemplaciones en modo éxtasis en anticipación de la ruptura de España
casi con gestualidad de videntes de alguna Virgen. Todo un espectáculo
en el que no había contención ni siquiera para sugerencias golpistas o
guerracivilistas. Alguien lo resumió irónicamente: edificante.
Ocurre
que la aritmética parlamentaria ha producido el primer Gobierno de
coalición de la democracia, y que este Gobierno es de izquierdas. Más de
izquierdas que cuando lo era porque gobernaba en solitario uno de los
dos partidos ahora coaligados. Mala suerte. Para impedir esta
circunstancia, las derechas deberían haber ganado las elecciones, pero
no les fue posible. Mala suerte. ¿De qué se quejan?
En
la Región de Murcia tenemos un Gobierno de derechas tutelado desde el
Parlamento autonómico por la ultraderecha. Es lo que hay. Hay tres que
suman. Pero hasta ahora nadie ha llamado al Ejército ni ha calificado
tal engendro de anticonstitucional o antidemocrático.
La
tracción de Vox está llevando al PP y a lo que queda de Ciudadanos
hacia un espacio predemocrático desde el que se apela al instinto de la
masa con grandes proclamas retóricas y abstracciones ajenas a la
realidad social.
Es bien claro que estos discursos no se producen a la
desesperada, sino como táctica para liderar un nuevo populismo. La
sobreactuación al modo de los predicadores televisivos suele tener éxito
en nuestro tiempo, pero también demuestra impotencia y ausencia de
complejidad.
Lo grave es que no están equivocados para su interés: acabarán gobernando. Sería normal, pero sin ese estilo.
(*) Columnista
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