domingo, 15 de diciembre de 2019

El eterno retorno / Enric Juliana *

Los servicios técnicos de la Moncloa han encargado una mesa más grande para la sala del Consejo de Ministros. Una mesa en la que quepan unas veintidós personas, ya que el futuro Gobierno podría tener cinco ministros más. En estos momentos hay carpinteros trabajando para un gobierno de coalición. Esto es lo más tangible que hoy puede decirse sobre la futura gobernación de España, un mes después de la insensata repetición de las elecciones generales.

Estamos en un aparente tiempo muerto, a la espera de que Esquerra Republicana tome la decisión más importante de sus últimos cuarenta años de existencia, desde aquella primavera de 1980 en la que se inclinó por dar la presidencia de la Generalitat a Jordi Pujol , en vez de sumarse a una coalición de izquierdas con el PSC y el PSUC, que habría podido encabezar Joan Reventós, el hombre que pactó con Felipe González la configuración de un único partido socialista en Catalunya. En aquel tiempo se comentaba irónicamente que había un hombre que no dormía deseando ser presidente de la Generalitat (Pujol) y otro que no dormía por el temor que le infundía el cargo (Reventós). 

Bajo la presión escénica de una campaña antimarxista promocionada por la la patronal Foment de Treball, ERC se inclinó por la candidatura de Pujol y modificó el curso político de una sociedad que, si se prestaba atención a los jóvenes intelectuales barceloneses de la época, parecía regirse por las leyes del materialismo histórico que conducen inexorablemente al socialismo. Y no era verdad. Y sigue sin ser verdad. 

Esquerra ha tenido un papel decisivo en algunos momentos cruciales de la historia de España. Estuvo en el pacto de San Sebastián y proclamó dos repúblicas el 14 de abril de 1931. A las doce del mediodía, el concejal Lluís Companys proclamó la República desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona –la República a secas–, izando la bandera tricolor, y una hora más tarde, Francesc Macià le corregía proclamando desde el balcón de la Diputación de Barcelona, futuro Palau de la Generalitat, la “República Catalana com a Estat integrant de la Federació Ibèrica”. 

Ambos pertenecían al mismo partido, pero venían de distintos afluentes. Abogado de sindicalistas, Companys se había iniciado en el republicanismo reformista y autonomista de Marcel.lí Domingo , y el teniente coronel Macià había evolucionado hacia un separatismo de aire irlandés después de romper con sus compañeros de armas.

Puesto que en el pacto de San Sebastián no había nada escrito sobre qué poderes tendría Catalunya en una España republicana, hubo que negociar a contrarreloj para que el nuevo régimen no entrase en crisis nada más nacer. En aquella época no había Twitter, ni tertulias en radio y televisión. Habrían enloquecido aquel mes de abril. Había, eso sí, muchos periódicos, que salían mañana y tarde. 

Al cabo de unos días, Macià pactó con el presidente del gobierno provisional de la República, Niceto Alcalá-Zamora , la inmediata formación de un gobierno catalán que tomaría el nombre de Generalitat (órgano ejecutivo de las Cortes catalanas medievales), y la aprobación de un estatuto de autonomía en las Cortes españolas. 

Alcalá-Zamara envío a tres ministros a negociar a Barcelona, dos catalanes autonomistas, el citado Marcel.lí Domingo y Nicolau d’Olwer , y el socialista reformista Fernando de los Ríos , andaluz de nacimiento. Hubo acuerdo. Toda situación compleja exige tacto. Así en los años treinta como en la actualidad.

Desde su fundación Esquerra fue un partido bastante complicado. Más que un partido en el sentido orgánico del término, era una federación de ateneos y entidades republicanas y catalanistas que consiguió ganar las elecciones municipales de 1931, gracias a la fuerte personalidad del teniente coronel Macià y a la basculación de muchos antiguos votantes del Partido Radical de Alejandro Lerroux en la provincia de Barcelona. 

Puesto que aquellas elecciones acabaron siendo un plebiscito sobre la continuidad de la Monarquía, la Catalunya republicana votó al partido que mordía más fuerte en favor de la República. 

Los jóvenes intelectuales de Acció Catalana Republicana se quedaron con un palmo de narices. Los ilustrados herederos de La Lliga, de la que habían abjurado después de que el gran partido nacionalista burgués apoyase en 1923 el golpe del general Primo de Rivera –que pagó el apoyo suprimiendo la Mancomunitat, primer embrión de la autonomía catalana– se quedaron pasmados, como suele pasarles en ocasiones a quienes intelectualizan demasiado la política. Creían que Catalunya era suya y el quijotesco Macià les ganó la partida. 

El periodista Agustí Calvet , Gaziel , que pertenecía a la intelectualidad catalanista, se rió un poco de sus compañeros de generación en un artículo publicado en La Vanguardia el 21 de abril de 1931, titulado Unas cuantas verdades : “Acció Catalana fabricó primero la aureola de Macià y después quiso arrinconarla. Su otro error estriba en un viejo defecto del puritanismo catalanista: la estrechez de horizontes y el ensimismamiento. En unos instantes en que España vibraba, Acció Catalana, que ya daba por muerto el radicalismo lerrouxista, decidió aislarse del mundo circundante”. No había entonces páginas de Facebook para comentar el artículo de Gaziel. 

El desorden interno convirtió Esquerra en un partido moderno y anticipador. Tenía al menos tres corrientes, cada una con un periódico. La corriente federalista y socializante de Companys y la gente del Partit Republicà Català; los independentistas de Estat Català, partido fundado por Macià, y los reformistas agrupados por Joan Lluhí i Vallescà alrededor del semanario L’Opinió, grupo al que perteneció Josep Tarradellas. 

Lluhí ayudó a Companys a no proclamar la independencia el 6 de octubre de 1934. Aquel día desde el balcón de la Generalitat se anunció: “L’Estat Català dins la República Federal Espanyola”. El general Batet los detuvo a todos y, al cabo de dos años, Francisco Franco ordenó fusilar a Batet. Tiempo después, ejecutó a Companys.

Sirvan estas notas para ilustrar que la investidura no está siendo negociada con un grupo de marcianos, como podría desprenderse del ataque de nervios que estos días padece parte de la prensa de Madrid. El momento es trascendente y en la mochila de la ERC independentista del 2019, con su líder encarcelado, hay mucha historia. Mayor aún es la mochila del PSOE. La historia no se repite, pero rima, decía Mark Twain .

Entre tanto, unos carpinteros trabajan en una mesa que no sabemos si se va a estrenar.


(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia



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