En Madrid aparece un francotirador en cada balcón cuando las
contradicciones políticas se aceleran, decíamos ayer. Pues bien, desde
hace unas horas, todos los francotiradores están ajustando la óptica,
con esmero, con mimo, procurando enfocar bien un objetivo cada vez más
expuesto. En el centro del visor aparece la investidura de Pedro Sánchez.
La turbulencia desatada por la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre la inmunidad de Oriol Junqueras como
europarlamentario, dibuja un blanco casi perfecto. Si el candidato
socialista no consigue cerrar un acuerdo en los próximos quince días y
se ve obligado a renunciar al encargo del Rey en enero, será hombre
muerto.
¿Una sentencia garantista del más alto tribunal de la Unión
Europea puede tener efectos políticos desestabilizadores? En España,
sí, puesto que la situación política del país se halla desde hace meses
en arenas movedizas. Una crisis de gran calado en Catalunya,
erróneamente sometida al único arbitrio del poder judicial, y una
insensata repetición de las elecciones generales, que ha debilitado al
partido vencedor, abriendo de manera definitiva la caja de Pandora de la
extrema derecha, definen una situación casi imposible de gestionar.
Lo
importante son los errores, todo lo demás son consecuencias, decía el
presidente mexicano Lázaro Cárdenas . Los errores han sido la
judicialización obsesiva de la cuestión catalana y la repetición de
elecciones en un país en el que el 45% de la población considera que la
política se ha convertido en uno de sus principales problemas.
El Gobierno tardó ayer siete horas en emitir un escueto
comunicado sobre la sentencia del tribunal de Luxemburgo. Los
principales dirigentes del Partido Popular fueron incapaces de salir en
defensa de la institucionalidad europea ante la vaharada nacionalista de
Vox.
Sólo el presidente del PP en Catalunya, Alejandro Fernández ,
tuvo el coraje político de defender la justicia europea frente a
quienes ayer aplaudían una delirante campaña digital en favor del Spexit .
Los náufragos de Ciudadanos repetían las consignas de siempre,
esperando a que las maniobras de enero les coloquen en un papel central,
como última solución para evitar unas terceras elecciones.
El
presidente de la Generalitat de Catalunya fue inhabilitado a media
mañana y la noticia de su condena –recurrible ante el Tribunal Supremo–
no consiguió centrar toda la atención, lo que nos da una idea de la
situación en la que nos hallamos. La presidencia de la Generalitat de
Catalunya es hoy un órgano subalterno. Todo gira en torno a las
sentencias, movimientos, decisiones y votaciones capaces de fraguar
poder político en un país desencofrado. Las negociaciones para la
investidura se hallan congeladas por decisión de Esquerra Republicana.
Si esas conversaciones se mantienen paralizadas después de
las fiestas navideñas, la investidura de Sánchez será tiroteada sin
piedad por los francotiradores, así en Madrid, como en Barcelona. El
presidente en funciones no puede esperar en los próximos días
movimientos favorables de la magistratura española, puesto que la cúpula
judicial es uno de los estamentos que más recela del pacto del PSOE con
Unidas Podemos.
La tormenta es casi perfecta.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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