Hubo un tiempo en que los spots
publicitarios de la Coca-Cola y la Pepsi-Cola se aludían mutuamente para
expresar las carencias del competidor antes que dedicar el valioso
tiempo en intentar difundir las propias virtudes. Sin embargo, ninguna
de las marcas llegó nunca a emplear lemas como «consume Coca porque
Pepsi es peor» o «bebe Pepsi porque si no lo haces tendrás que tragar
Coca».
La frontera ha sido
cruzada en estas elecciones por los partidos políticos en liza. La
izquierda nos advierte de que viene la ultraderecha, y tratar de impedir
que así sea se nos presenta como el principal estímulo para votar a
aquélla. El PSOE parece no tener otros recursos para espabilar a sus
votantes potenciales que ofrecerles el pánico neofranquista como
alternativa a su salida del poder.
Podemos,
por su parte, advierte de que en caso de que su zona de escaños en el
Congreso no esté convenientemente poblada habrá algún tipo de pacto
entre socialistas y populares; también en su caso priman el discurso del
mal menor antes que proponer una opción estimulante en sí misma.
En
la derecha juegan idéntico partido. En el PP se desgañitan con la
advertencia de que si el voto de su flanco se transfiere a Vox, ganará
Sánchez, estampa que se sugiere espantosa. Por su parte, Vox viene a
proclamar que la única manera de amarrar una política neta de derechas
es que los votantes lo hagan fuerte para impedir que el PP sufra
tentaciones de abstenerse ante Sánchez en pro de la gobernabilidad.
En
resumidas cuentas, aquí nadie canta su propio valor sino que intenta
asustar con el veneno que traen los contrarios. ¿Qué 'fiesta de la
democracia' es esta en la que se nos invita a participar para que 'no
ganen los otros' sin que los propios propicien la alegría de poder
enaltecerlos con ganas?
El
horizonte es triste para algunos, la izquierda, porque esta campaña,
habiendo sido muy corta, ha jugado contra ella. Y para otros, la
derecha, es poco esperanzadora, porque a pesar de lo anterior sufre una
dispersión imposible de conjugar si no es en el orden práctico de una
suma a tres bandas que solo un golpe de suerte podría proporcionarles.
En
la Región no hay tutía. El implacable 60/40 que establece
porcentualmente los polos izquierda/derecha parece inamovible, y es
dudoso que cambie en el plazo de tan pocos meses desde el último choque
en las urnas. Otra cosa es que los canjilones en que se reparten las
adhesiones a uno y otro lado adquieran una nueva distribución y esto
permita que votos y escaños vuelvan a contradecirse.
Ni
siquiera acontecimientos como la crisis del Mar Menor, que ha estallado
tan inoportunamente para el PP, parecen afectar, en apariencia, a este
determinismo. En el fondo, a la vista de lo que alientan las encuestas,
la cuestión catalana parece impulsar una mayor dinámica electoral, según
se deduce por las expectativas de Vox, que los asuntos autóctonos.
Y es
que está constatado que los murcianos somos españoles y muy españoles,
pero poco murcianos. El dilema (a esto hemos llegado) está a esta hora
entre quienes se movilizan contra el separatismo catalán (la derecha) y
quienes ponen el foco en una realidad más próxima (el Mar Menor). Es un
esquema maniqueo, como cualquier otro, pero si atendemos bien, contiene
una base real.
Vox no acudió a
la manifestación del SOS por el Mar Menor porque entendió que entre sus
convocantes había representantes de la izquierda, lo que en cualquier
caso, dado que se trata de un problema de todos, no debiera haberlos
retraído. Lo cierto es que a Vox, que por increíble que parezca preside
la comisión de Medio Ambiente en la Asamblea Regional gracias al buen
tino de PP y Cs, no le preocupa el Mar Menor, porque concede de antemano
que no tiene nada que rascar electoralmente en las cuestiones locales;
su programa prescinde de los asuntos de proximidad, y más de aquellos
que tiene parcelados como propios de la izquierda.
El
medio ambiente no le interesa más que para denunciar que todo lo que lo
incluye es falaz. No está en su marco. Sin embargo, todo aquello que
impulse al ondeo de banderitas lo transmite como un problema principal
ante el que lo local resulta anecdótico. Esta estrategia ofrece consuelo
al PP, que sabe que contará con Vox para toda alianza, dada la
ubicación común en la derecha, sin que su desprendido rabo de lagartija
contribuya a importunarlo a causa de sus errores de gestión. Esta
circunstancia se acentúa más ahora al tratarse las de hoy de unas
elecciones generales.
El
trasvase de votos a Vox, si se confirman las previsiones de crecimiento,
perturba al PP, pues se produce a costa de su marca, pero no es tan
grave, pues ese voto vuelve a los populares a través de los pactos,
incluso en las pedanías capitalinas, donde promueven a alcaldes a los
representantes ultras que han obtenido el menor número de votos entre el
conjunto de las fuerzas políticas. Por otro lado, entre ambos, PP y
Vox, fagocitan a Cs, que prácticamente saldrá del terreno de juego
gracias a su inconsistencia política y al fraude de su engañosa
transversalidad, de modo que en esa operación las fuerzas netas de la
derecha son también aliadas.
El
lema 'que viene la derecha' no es muy operativo en la Región de Murcia,
pues la derecha ya está aquí desde hace un cuarto de siglo. Su
rendimiento electoral es tan brillante como decepcionante resultan los
logros de su gestión. No hace falta mirar al Mar Menor, por mucho que
este capítulo sea enormemente ilustrativo. Antes de la evidencia de ese
desastre consentido hay una amplísima relación de asuntos fallidos que
no es preciso enumerar.
La
gracia es que el presidente de la Comunidad, López Miras, ha concluido
su contribución a esta campaña electoral sugiriendo que, si gana el PP,
la Región de Murcia tendría un ministro murciano, Teodoro García, sin
advertir que ya tuvimos dos, Trillo y Zaplana, y tales antecedentes no
son precisamente alentadores.
Si los problemas de esta Comunidad se
solucionaran por tener un ministro de la tierra en el Gobierno central
(el PSOE ya dispone de un equivalente en Pedro Saura, cuya secretaría de
Estado alcanza más competencias y presupuesto que algunos ministerios)
habría que preguntarse para qué nos sirve un presidente regional, sobre
todo cuando encomienda a la eventualidad de ese futuro ministro murciano
que la Región 'salga del ostracismo'.
¿Admite
López Miras que la Región está localizada en el ostracismo después de
veinticinco años de Gobierno autonómico del PP y con dos largos tramos
del mismo partido al frente del país, con Aznar y Rajoy a la cabeza? No
he escuchado o leído una crítica más contundente contra la gestión del
PP en la Región de Murcia como la pronunciada involuntariamente por
López Miras en el remate de la campaña electoral.
Tomemos nota: Murcia
permanece en el ostracismo después de veinticinco años de Gobiernos
populares. De su función como presidente de la Comunidad, cada cual
podrá decir lo que quiera sobre López Miras, pero en su calidad de
cronista político lo veo muy competente.
El
problema es el de siempre a estas horas electorales. Que viene la
derecha que ya está aquí o hay que taparse la nariz y parar a la
izquierda. ¿Y? Lo dice la Coca-Cola de la Pepsi-Cola y ésta de aquélla.
Pero salvo que los otros son los malos hay que rebuscar mucho para
encontrar el estímulo que lleve a votar a los buenos. Esa es la verdad.
(*) Columnista
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