Pedro Sánchez está
obsequiando con lo más granado de su incansable verborrea a las
agrupaciones sindicales, sociales, empresariales, culturales,
universitarias y feministas de España.
Pretende crear un clima general de que ha hecho todo lo posible por evitar las nuevas elecciones,
pero que las intransigencias, por un lado, del PP y Cs, y, por el otro,
de Podemos, impiden la investidura. No dice que si diera un paso a un
lado y dejara que se presentara otro candidato socialista, tal vez se
solucionaría el bloqueo.
La bien orquestada campaña canicular de Sánchez no ofrece nada. El do ut des
del presidente se resume en exigir a todos la rendición sin
condiciones. Apremia a Casado y a Rivera a que se abstengan para
facilitar la investidura. Si no lo hacen, ellos serán los culpables de
unas elecciones por casi todos rechazadas.
Con Iglesias, el
presidente ya no acepta ni el Gobierno de cooperación ni el de
coalición. Exige que Podemos se rinda. Le ha lanzado una opa hostil. Quiere a Iglesias genuflexo bajo su rebenque monclovita.
A Sánchez le agrada el ulular de las encuestas de Tezanos y, por lo
tanto, el 10 de noviembre espera superar el 40% de los votos. Como más
vale Moncloa en mano que ciento volando, está dispuesto a aceptar la
investidura, siempre y cuando le salga gratis. La sombra de
Iglesias es alargada y su renuncia a participar en el Gobierno no
significa que deje de enarenar la maquinaria gubernamental.
Sánchez tiene 123 escaños, pero actúa como si dispusiera de 193. Solo
reconoce a Iglesias el derecho al pataleo, es decir, el de los
estudiantes en la Salamanca del siglo XV para calentarse en invierno los
pies helados. Su posición no puede estar más clara: por culpa de los
otros partidos, el pueblo español se verá abocado a concurrir de nuevo a
las urnas.
Eso le garantiza a él continuar sentado en la silla curul de
Moncloa hasta el próximo enero y, si Tezanos tiene razón, disfrutar de,
al menos, otros cuatro años de Gobierno confortable.
Habrá que convenir, en fin, que Sánchez es zámbigo y zanquea.
Por eso juega sus cartas a cuatro bandas y a placer; por eso mantiene
inalterable ese aire de suficiencia que le caracteriza y su permanente
sonrisa de gótico tardío, mientras, entre reunión y reunión, se
divierte, jugando a desenterrar las cinco flechas franquistas del carcaj
de la Historia.
(*) Periodista y académico
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