La investidura este miércoles de la popular Isabel Díaz Ayuso
como presidenta —otra más— de la Comunidad de Madrid no por prevista ha
dejado de impactar a la izquierda, que contempla sin explicárselo cómo
la capital de España —con el interregno de Carmena
en el ayuntamiento— y su autonomía siguen bajo el gobierno de la
derecha.
Incluso en su peor momento, fragmentada y reñida —PP,
Ciudadanos y Vox—, la derecha recuperó el 26-M la alcaldía del
consistorio de la ciudad y continuó en el Gobierno autonómico. Incluso
también en el mejor momento del PSOE, las fuerzas de la izquierda, y tras la victoria electoral de Sánchez el 28 de abril, no han podido asaltar victoriosamente el más importante bastión político de la derecha.
Para los socialistas, para la plataforma de Errejón (Más Madrid) y para Podemos debe ser muy frustrante que tras un cuarto de siglo de gobierno de la derecha en Madrid,
y a pesar de los graves casos de corrupción que han afectado a los
presidentes populares, su opción haya sido superada esta vez por un
tripartito que, siendo competitivo entre sí (PP, Cs y Vox), ha sabido
entenderse e institucionalizar en la capital de España y en su autonomía
un auténtico contrapoder al previsible Ejecutivo nacional que encabezará el PSOE.
Madrid, tras la investidura de este miércoles, es la falla tectónica de la izquierda española
y la eventual plataforma de recuperación de la derecha, siempre y
cuando extraiga la única conclusión adecuada: para lograr la Moncloa, lo
que hoy es, 'de facto', un tripartito debe dirigirse a un proceso de
refundición.
Madrid es hoy por hoy la autonomía más prospera de España. Registra crecimiento demográfico. Su PIB alcanza, a falta quizá de un par de décimas,
el de Cataluña (19%). La capital y su entorno es el más eficaz ascensor
social y profesional en nuestro país. La ciudad constituye una de las
manchas urbanas más grandes y expansivas de Europa, a la que debe
añadirse la promisoria puesta en marcha de la Operación Chamartín.
Sus comunicaciones —por ferrocarril, por carretera y su aeropuerto—
interconectan la región con toda España, y es la puerta de entrada de
todos los países latinoamericanos y de buena parte de los europeos. La
oferta cultural de Madrid es excelente en muchas de las variantes
tradicionales y de vanguardia.
Es una ciudad que se distingue por su
tolerancia, hasta el punto de que su identidad es no tenerla,
sintetizando todas las que se incorporan a su trepidante dinamismo en un
momento en que los nacionalistas gustan de la estigmatización y
desprecian la mera condición ciudadana. Es cierto que le beneficia el
efecto de la capitalidad, pero su condición de sede de las instituciones
del Estado no explica, como antaño, su relevancia en distintos órdenes.
Que la izquierda española lleve casi un cuarto de
siglo sin tocar poder, que el PSOE en el 26-M no haya avanzado ni un
milímetro, que Más Madrid y Podemos sumen en la Asamblea de Vallecas lo
mismo que en 2015 y que, seguramente por un fallido candidato al ayuntamiento (Pepu Hernández)
y una pelea entre la plataforma de Carmena y Pablo Iglesias, el
consistorio de la capital haya regresado a manos de la derecha
constituye una auténtica catástrofe para la izquierda.
Si a esta
circunstancia se añade que en Madrid la vida política no es local
si no siempre alcanza la dimensión de nacional, se concluirá que la
izquierda tiene que hacérselo mirar. Si indaga en sus propuestas
electorales a los ciudadanos madrileños, insertos en un proceso de
integración de clases medias cada vez más conscientes de sus intereses y
de los modelos sociales que desean, quizá la izquierda entienda que sus planteamientos están desintonizados de la realidad de Madrid, cada día una ciudad y una región más robustas.
Íñigo Errejón, que quiso alzarse en el debate de este miércoles en líder de la oposición al inminente Gobierno de Isabel Díaz Ayuso,
ha entendido, quizá con más certidumbre, que la falla tectónica de la
izquierda —para no seguir convulsionándola en su reiterado fracaso en
Madrid— reclame una revisión de sus postulados, de sus
ofertas de Gobierno y, sobre todo, de un nuevo entendimiento de lo que
demanda la sociedad más evolucionada de todas las de España que es la
madrileña.
El líder de Más Madrid,
que obtuvo un buen resultado el 26 de mayo, pudo comprobar ayer que la
nueva presidenta de Madrid responde con una resolución dialéctica a sus
ataques. Dos frases de la nueva jefa del Gobierno madrileño subrayan su
determinación. Tildó a Errejón de “traidor” a Podemos y le espetó que tiene las manos “manchadas” por la dictadura venezolana. Sin miramientos.
Madrid va a ser —con elecciones o sin ellas el 10 de noviembre—
la madre de todas las batallas políticas. Se va a acompasar con
Andalucía y con Castilla y León, además de Murcia. Sumen superficie, PIB
y habitantes de estas autonomías, añadan Galicia y comprobarán que sin
el ayuntamiento de la capital y sin el Ejecutivo de su región, la
izquierda tiene un grave y gran problema.
El modelo fiscal, el
educativo, el empresarial y el profesional de Madrid son factores de identidad de una forma de gobernar que,
una vez depurados los casos de corrupción (el electorado de las
derechas perdona, incluso demasiado), prometen constituir los mimbres de la futura oferta electoral para el conjunto de España.
A condición de que, primero, la derecha (el PP) se reconstruya y luego, las derechas (PP, Cs, Vox) se unifiquen bajo la única batuta que se ha demostrado experta: la popular, una vez que Rivera ha despilfarrado su oportunidad histórica.
(*) Periodista y ex director de Abc
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