sábado, 17 de agosto de 2019

El Jabugo de Pujol / Alfonso Ussía *

No me voy a referir a los casi 300 millones de euros que han acumulado mediante el 50% de cada 3% de comisiones por obras públicas o privadas. España nos roba y no hay tu tía. En verano no resulta placentero entrar en los intríngulis del dinero hurtado por una familia ejemplar. 

La Justicia, con los Pujol, camina lenta y asustada, no así cuando se trata de imputar a una Infanta de España y meter en la cárcel, por un delito de menor gravedad, al cuñado del Rey. Pero no me propongo entrar en esas esquinas, si bien me gustaría recomendarle al juez De la Mata que se tomara la fortuna de los Pujol un poquito más en serio.

Cuando la sociedad se topa con un hampón o una familia trincona perfectamente aleccionada y unida para delinquir, lo mínimo que se espera de ellos es que simulen su condición con una superficial elegancia o buena educación. Descartada en los Pujol la elegancia, la última opción de esperanza está en la buena educación. Pues tampoco.

Narro. ABC se propuso elevar el nivel de su presencia en Cataluña. Era su delegado en Cataluña el escritor Tomás Cuesta, Director del periódico centenario Luis María Anson y presidente del Consejo de Administración de Prensa Española, Guillermo Luca de Tena. Y Pujol invitó a comer en el Palacio de San Jaime a una exclusiva delegación de ABC, en la que fuimos incluídos Antonio Mingote y el arriba firmante. 

No me gustó el San Jaime, recargado y sinuoso. Nos recibió Pujol en un salón anexo al comedor, a Guillermo, Luis María, Mauricio Casals, Tomás Cuesta, Catalina Luca de Tena, Antonio Mingote y el arriba firmante. Mingote sobrellevaba desde la mañana una lacerante debilidad famélica. 

Con la copa de aperitivo –cava–, que rechacé porque el cava es, por lo general, bastante malo, nos obsequiaron con almendras y avellanas. Mingote desfallecía. –Me figuro que nos darán algo más-. Y al fin, un elegante camarero surgió con un gran plato de jamón. Se nos caía la baba ante el espectáculo cumbrero de un plato de jamón de Jabugo cortado en finísimas lonchas. 

Así como el resto de la expedición había pernoctado en Barcelona y desayunado en abundancia en el Hotel Ritz que ya era Palace, Antonio y el arriba firmante nos habíamos desplazado en un avión a las 8 de la mañana. Y por fas o no nefas, portábamos nuestros estómagos faltos de alimentos. El plato de jamón –de Jabugo, no de Lérida o Gerona-, se nos antojó maravilloso. 

Pero ante nuestro estupor y el asombro del resto de la expedición de ABC, el camarero colocó el plato de jamón ante el asiento de Pujol, y Pujol se lo comió todo mientras conversaba con la boca abierta. En tres minutos, de aquel jamón no quedaba ni una brizna. Y pasamos al comedor, donde nos sirvieron una sopa de color raro y una carne bastante cruda. 

Lo dijo Whaler Allen de la comida de los aviones. «Cuando lo que sirven en un avión es blanco, es pescado. Si es marrón, es carne. Y si tiene otro color, no se te ocurra probarlo porque te envenenas».

Un individuo, presidente de la Generalidad de Cataluña, que invita a ilustres y humildes representantes de ABC a comer en el Palacio de San Jaime, no se puede comer todo el jamón. Y es lo que hizo Pujol. De las pocas ocasiones en las que Antonio Mingote traspasó el límite de la cortesía y cruzó hacia la frontera del venablo. –Este tío es un cabrón-. Sucedió a finales de los ochenta, y España ya estaba robando a los pobres catalanes. 

Quizá se trató de una pequeña venganza contra quienes desde Madrid, por colaborar en ABC, le robábamos el dinero que Pujol y su esposa necesitaban para mantener a sus hijos, que son muchos y todos pedían pan. Fue, por ello, una manera sutil de lavar la gran afrenta de los robos de España a Cataluña. 

Terminada la tortura, con anterioridad a desplazarnos al Prat, Antonio, Catalina y el arriba firmante tomaron en una cercana cafetería una triple ración de jamón serrano, que no era tan bueno como el que se zampó Pujol, por tratarse de jamón de cerdo blanquísimo de Lérida o de Gerona, aunque nos sentó divinamente.

Don Vito Corleone, O Tataglia, o Clemenza, jamás se habrían comportado de esa guisa con unos invitados. Otra cosa es su reacción posterior. Nos podrían haber matado, pero habríamos fallecido tiroteados con el estómago lleno de jamón de Jabugo, de láminas transparentes de Cinco Jotas, que es muerte jamonera y bonancible. Pero aquella experiencia me enseñó a no confiar en la gente que te invita a su casa y se come todo el jamón. 

Cuando surgieron las primeras noticias y evidencias del butifarreo pujolino con el dinero que nos robaba a catalanes y resto de los españoles, no me llevé sorpresa alguna. Es más, me parece menguado lo que se han metido en el bolsillo, y por un poquillo más que se hurgue, los 300 millones acumulados por la «Famiglia» se van a quedar cortos.

Son gentes sin educación ni clase, y no tienen remedio.


(*) Columnista


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