sábado, 17 de agosto de 2019

Pedro Saura / Ángel Montiel *

Desayuno con Pedro Saura. Acaba de abandonar su despacho en el ministerio de Fomento para venir a la playa a darse un chapuzón. Está de vacaciones en funciones, como en su cargo de secretario de Estado. 

Las conversaciones políticas en bermudas son más relajadas, pero mientras doy cuenta de mi napolitana de crema no se me olvida que estoy con un señor que tiene en nómina a 55.000 empleados y maneja un presupuesto de 15.000 millones de euros, algo así como la mitad del PIB de la Región de Murcia. 

De su departamento, Infraestructuras, Transportes y Vivienda, cuelgan empresas como Aena, Adif, Renfe, Enaire, la Marina Mercante o Salvamento Marítimo.

Dice Saura que no sabe si habrá elecciones anticipadas, y que nadie lo sabe, pero se huele que sí. Y otra vez, probablemente, le tocará protagonizar la candidatura del PSOE por Murcia. Puede batir el récord de ser el cabeza de lista más reincidente y a la vez, en esta fase de legislaturas de un año, el del diputado que menos tiempo ha permanecido en su escaño. 

Mantener una conversación con el paisano es complicado porque continuamente le asalta el sonido del Whatsapp, en el que recibe mensajes del ministro Ábalos para arriba. O eso supongo. Y no sería extraño: las competencias que gestiona no caben en un serón. 

Hoy las portadas han amanecido con la cosa del pago en las autovías, lo que califica de 'serpiente de verano': «Es un asunto que todavía está muy verde». Sobre el Open Arms, cuestión candente, augura un pronto final feliz, «pero Europa tiene que tomar decisiones». 

Sobre la llegada del Ave a Murcia le recuerdo que el PP proclamó el pasado verano que en aquel agosto haría su primera parada en la estación del Carmen: «Tan verdad», dice, «como que todavía no ha llegado a Elche ni a Orihuela». En el último ejercicio, de sus 15.000 millones de euros, 1.100 han venido a parar a la Región. 

Me anuncia que cuando haya Gobierno PSOE, que él cree que lo habrá en cualquier caso, desaparecerá el ministerio de Fomento. No se alarmen. Cambiará de denominación. Será de Transportes y Movilidad. Su teoría, que dejó caer el pasado domingo en el salmón de El País, es que en el mundo al que vamos serán más importantes las comunicaciones sostenibles que las infraestructuras: «Está comprobado que las infraestructuras no incrementan el PIB», asegura.

Saura parece feliz y preocupado. Las dos cosas. Estos días se ha puesto las chancletas de playa, pero no deja ni un minuto de responder al móvil. Es el murciano que más pasta maneja. El desayuno lo paga él, claro. Qué menos.

Franco

Admito que tengo un problema con Isabel Franco. Lo habitual en un texto de prensa es que en la primera referencia a un protagonista se le aluda por el nombre completo, y ya en las siguientes basta con el apellido. Pero cuando se trata de la vicepresidenta regional, en mi caso surgen graves reparos. Me cuesta escribir, por ejemplo: «Franco ha dictado una orden» o «Franco tomará medidas sobre». 

Soy yo quien lo escribe, pero al hacerlo me tiemblan los dedos. No digo nada del soponcio que me produce leer en portada o en algún titular: «Franco se ha reunido hoy con Fulano de Tal», porque mi primera impresión es que la escena ha debido tener lugar en el Palacio de El Pardo. 

Tengo edad suficiente para haber leído titulares y textos alusivos a ese patronímico en el ABC o el Arriba en tiempos en que esa otra persona aún no dormía en el Valle de los Caídos. Hubo años en que Francisco y yo fuimos contemporáneos. Así que cada vez que me refiero a la vicepresidenta incumplo la regla sobre la economía del lenguaje y la menciono por su nombre y apellido. Así evito que el córtex me provoque un respingo. Pobrecita Isabel Franco, que no tiene la culpa de ese reflejo. 

En el diario impreso, donde los titulares tienen las letras contadas (las matrices, que se decía) se producen siempre debates sobre cómo citar a ciertos políticos. Recuerdo que en tiempos hubo una directora general que exigía que apareciera su nombre completo, pero si lo poníamos la cosa quedaba así: «María Belén Fernández-Delgado y Cerdá dice...», y ya no quedaba espacio para añadir lo que decía. 

Cuando el presidente era Collado no había problema, pues no es apellido común. Pero llegó María Antonia Martínez, y «Martínez dice» quedaba confuso, pues los Martínez abundan. Así que optamos por «María Antonia dice», pero la fórmula expresaba demasiada familiaridad, y el lector podía entender que escondía algún guiño editorial. En la anterior legislatura hubo un periodo en que nos coincidieron tres Sánchez (Pedro, Pedro Antonio y Miguel), y nos las arreglamos como pudimos, pero vino como anillo al dedo que el segundo se autobautizara PAS.

Con Fernando López Miras la cosa se agravó. El intento de llamarle FER, que nos venía perfecto, fracasó, porque le molestaba: «A mí nunca en mi vida me han llamado FER en ningún sitio», así que lo dejamos, porque todo el mundo tiene derecho a llamarse como quiera. El problema es que si pones «López dice» parece que lo menosprecias; si te saltas el López y eliges «Fernando Miras», lo rebautizas, y si te limitas a Miras parece que conjugas un verbo. 

Ya veremos como nos vamos apañando, pero, por favor, antes de Franco siempre Isabel. Que no andamos para sustos.


(*) Columnista


No hay comentarios: