TOLEDO.- «Nuestras
vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir». Estos son,
quizá, unos de los versos más conocidos de la poesía española y,
seguramente, los más famosos de la obra poética «Coplas a la muerte de
su padre», de Jorge Manrique, un escritor muy ligado además a la tierra
de la que voy a hablar y en la que el agua es tan necesaria como el respirar para los vecinos que la habitan.
Estos
versos además podrían ser uno de los lemas que utilicen los habitantes
de los pueblos que circundan el otrora conocido como Mar de Castilla, el
conjunto de embalses de la cabecera del Tajo situados entre las
provincias de Cuenca y Guadalajara, dentro de los cuales destacan los
dos más grandes, Entrepeñas y Buendía, que son los que abastecen de agua
al trasvase Tajo-Segura, recuerda hoy la edición manchega del diario Abc
.
El nombre que recibe este conjunto de embalses puede sonar
incluso a chiste, si uno echa un vistazo a la realidad que viven hoy
porque, por ejemplo, el de Buendía tan sólo acumula 299 hectómetros
cúbicos (hm3) de agua embalsada de los 1.639 del total de su capacidad,
mientras que el de Entrepeñas almacena 287 hm3 de los 835 que puede
llegar a acumular. Una situación que, sin duda, han provocado los
numerosos travases de agua hacia el Levante español.
El
último de ellos se aprobó el lunes 8 de abril, después de que la
Comisión Central de Explotación del Acueducto autorizara la cesión de
otros 38 hm3 al considerar que a, 1 de abril, el volumen embalsado en
Entrepeñas y Buendía era de 600,7 hm3.
Los miembros que componen este
organismo basaron su decisión en que quedaba un volumen pendiente de
trasvasar de 11,7 hm3 y un volumen de embalse efectivo de 589 hm3,
superior al umbral de 586 hm3 que corresponde a este mes.
Estas cifras
son las que fija el Memorándum sobre el Trasvase Tajo-Segura, aprobado
en 2013 por el Gobierno del PP y que ahora el Ejecutivo socialista de
Pedro Sánchez no ha querido derogar.
Cifras y más cifras,
trasvases y más trasvases, que son los que cabrean cada mes a los
ciudadanos de Castilla-La Mancha, pero más si cabe a los vecinos de
localidades como Alocén, Almonacid de Zorita, Buendía, Durón, Sayatón,
Villalba del Rey y Sacedón, que ven cómo los embalses que hay a su lado
se van secando paulatinamente sin que nadie lo remedie.
Ello, a pesar de
que el Tribunal Supremo anulara, en una sentencia histórica
tras la denuncia de asociaciones ciudadanas y ayuntamientos,
varios artículos del Plan Hidrológico del Tajo por no fijar caudales
ecológicos en varios tramos del río y que aboga por alcanzar un nuevo
acuerdo en materia de trasvases.
Una de esas asociaciones es la que aglutina a estos pueblos ribereños de los embalses de Entrepeñas y Buendía, cuyo presidente, Francisco Pérez Torrecilla, critica la «doble cara del Gobierno de España
porque, por un lado, no deja de lanzar mensajes esperanzadores, pero,
por otro, se muestra igual de timorato que los anteriores a la hora de
atajar el verdadero problema: el exceso desmedido de demanda de agua del
Levante».
Pérez
Torrecilla es también alcalde de Sacedón (Guadalajara), donde se viene
denunciando la «situación crítica» que viven desde hace muchos años, ya
que en la última década este municipio, que tiene en el agua de estos
embalses su principal motor económico, ha visto cómo ha perdido un 20%
de su población, pasando de los 2.000 habitantes en 2009 a los 1.500 de ahora.
«La despoblación es un mal endémico de la España interior y, en
concreto, de gran parte de la provincia de Guadalajara, pero en nuestro
caso esto viene provocado por la falta de agua en los embalses de los
que vivimos», afirma.
El
embalse de Entrepeñas, el más próximo a Sacedón, está rodeado de
urbanizaciones que tienen al pueblo como centro de ocio, pero en los
últimos años los carteles de «se vende, se alquila o se traspasa»
inundan, paradójicamente, las fachadas de muchos edificios.
«Mucha gente
piensa que este lugar no es un buen sitio para vivir ni invertir, algo
contra lo que queremos luchar», asegura el alcalde.
Pero la realidad es
tozuda y el descenso poblacional va aparejado de la desaparición de
bares, restaurantes y otros negocios de sectores como el comercio o la
construcción, que de manera indirecta se ven abocados a echar el cierre
igualmente.
En los últimos años, según datos del sector hostelero, han cerrado el 50-60% de los alojamientos y
actualmente en Sacedón tan sólo hay cuatro establecimientos hoteleros.
Uno de ellos es el Hotel Rural Mariblanca, cuyo responsable, José Luis
Labarra, atiende a Abc a la vez que recibe a unos clientes que estos
días de Semana Santa están disfrutando de esta zona.
Labarra señala que
«la gente sigue acercándose porque es un entorno natural muy bonito de
ver, a pesar de la escasez de agua». Este establecimiento, que tiene una
capacidad para 60 personas y que cuenta también con un restaurante,
lleva abierto desde 1954 y ha sido testigo de la evolución de la
involución.
Otro
de los que puede hablar con conocimiento de causa es Juan José Jiménez,
dueño del Restaurante Pino, donde cuando uno pasa puede oler el asado
de cordero, especialidad de la casa junto con otros platos típicos de la
gastronomía local.
Este establecimiento, inaugurado el 16 de febrero de
1961 por el padre de Juan José, Laureano Jiménez, se encuentra a un
kilómetro del embalse de Entrepeñas, pero hace años el agua llegaba casi
a los cimientos del edificio, según cuenta su actual propietario.
«En
Sacedón vivíamos del sector primario, pero desde que se construyó el
embalse se acabó y sólo vivimos del turismo», indica Juan José Jiménez,
quien recuerda que antes contaban en el restaurante con 5 ó 6 camareros
para atender las mesas. E, incluso, reforzaban la plantilla en periodos
como el de ahora, en Semana Santa, «pero entre la crisis y los trasvases
estamos con el agua al cuello; el agua rige la vida de este pueblo»,
dice irónicamente.
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