El independentismo se ha manifestado este sábado por las calles del centro de Madrid,
que durante unas horas han parecido más bien el passeig de Gràcia, la
plaça de Catalunya, la Gran Via de les Corts Catalanes o la Diagonal de
Barcelona, que Cibeles, la fuente de Neptuno, el paseo del Prado o la
estación de Atocha de la capital española.
Decenas de miles de personas
habían viajado desde Catalunya, pero también otros miles provenían de
diferentes rincones de España y algunos miles más eran residentes de la
misma ciudad de Madrid. Según los organizadores, en total 120.000 personas;
una cifra que era pinchada por el Cuerpo Nacional de Policía de una
manera tan burda que restaba cualquier credibilidad a las cifras que
ofrecía.
Acostumbrados como estamos a este baile de números, hay que hacer poco caso. Sobre todo, porque la marcha fue todo un éxito por varios motivos. En primer lugar, porque el independentismo ha vuelto a demostrar una musculatura importante a
la hora de movilizar a sus simpatizantes para reivindicar el derecho a
la autodeterminación, la libertad de los presos políticos y el retorno
de los exiliados. De tanto practicarlo con éxito acaba pareciendo
normal, pero no es nada fácil, como muy bien saben los que nunca lo
consiguen.
En segundo lugar, porque el independentismo de los partidos,
embarcado en tantas refriegas como decisiones tiene que adoptar, fue
otra vez superado por las ansias de unidad de la ciudadanía.
En tercer lugar, la marcha de Madrid permitió confirmar que sí existe
una España (pequeña, eso sí) al lado del independentismo catalán, de sus
reivindicaciones y de sus posiciones políticas. Una pequeña España que
sí acepta el 1 de octubre y denuncia abiertamente la represión en
Catalunya.
Quede para la historia que el independentismo catalán un 16 de marzo de 2019 salió
a las calles de Madrid con sus símbolos, sus banderas, sus pancartas y
sus valores. Y que protagonizó una lección de dignidad en la capital
donde sus presos políticos son estos días injustamente
juzgados en el Tribunal Supremo y donde el "A por ellos" se hizo grande
al tiempo que se resquebrajaba la ley y se vulneraban derechos
fundamentales de los catalanes en una represión que, en algunos
aspectos, aún no ha acabado.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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