Un pozo sin fondo es este proceso por la
sombra de la violencia. Con elementos que ya mueven a hilaridad
generalizada. Los diálogos con la defensa son patéticos, sarcásticos y
hasta sardónicos. El juez Marchena enfosca la mirada, agría el gesto,
ahueca el tono y porfía en su inútil empeño por evitar que el templo
entero de la justicia caiga sobre las cabezas tricornias de estos
sansones de la retórica y el olvido que son los guardias civiles.
Por
eso aplaza el visionado de las pruebas que permitirían aquilatar la
veracidad de las deposiciones de los picoletos, llenas de adjetivos y
adverbios y ayunas de sustantivos y verbos. Marchena sabe lo que todo el
mundo: que una imagen vale por mil palabras; diez mil, un millón, si,
además, son mentiras.
Llevan
más de un año tratando de hacer pagar los vidrios rotos a las doce
procesadas y, de refilón, a los y las exiliadas. Digo más de un año y
más de dos y de tres.
Un guardia civil de frecuente y combativa
aparición en tuiter inició las investigaciones por sedición mucho antes
de que lo ordenara la fiscalía; después, un juzgado número 13 de
Barcelona va a hacerse cargo y de ahí se pasa una fábula extraordinaria
al juez Llarena que se encarga de convertir la instrucción en un
espectáculo en el que un relato inventado sirve para adoptar medidas
prácticas prohibitivas, suspensivas, inhabilitatorias con que el poder
judicial interfiere en las instituciones políticas catalanas.
Más de tres años construyendo un frame judicial
que no se tiene de pie, es irregular de arriba abajo y mueve a risa.
Igual que miles de policías fueron incapaces de encontrar una sola urna
de seis mil, docenas de magistrados, auxiliares, ayudantes, letrados,
abogados del Estado, fiscales, no han encontrado un soplo de violencia
con el que hacer pagar los vidrios rotos a los doce presas políticos.
Resulta que no hay vidrios rotos y los rotos, los han roto ellos. Gran
sorpresa en el proceso. Al parecer, el teniente que rompió los
cristales no lo había declarado antes. Y con un mazo. O sea, iba
preparado pues, desde los tiempos de Thor, los guerreros ya no llevan
mazos a los combates.
Este
proceso es un absurdo, pues no solo no demuestra la culpabilidad de los
acusados sino que sí demuestra la de los acusadores y, según algunos,
los mismos juzgadores.
Lo que está encausado aquí no es el
independentismo en la práctica o la teoría, sino el Estado español, como
se demuestra en este último fracaso: ha tratado de "descabezar" (la
expresión es de Sáenz de Santamaría) el independentismo como ideología y
opción política achacándole delitos que no puede probar.
Ha tratado de
inventárselos con una interpretación "creativa" de los hechos y tampoco
ha podido porque los testigos a sus órdenes son incapaces de tejer un
relato verosímil.
No
pueden condenar a los presos políticos por independentistas, al menos,
oficialmente. Los patriotas de Vox lo harían, y a trabajos forzados si
pudieran. Los demás, igual, pero guardan las formas. En lugar de
enviarte a la policía secreta a las tres de la madrugada, te envían al
juez a las doce del mediodía. Pero la intención es la misma,
"descabezarte".
No
hay rebelión, ni sedición, ni malversación y demás concomitantes,
subsecuentes y adyacentes que quieran encontrar, solo se podrá condenar a
los acusadas por desobediencia.
Pero habrá que condenar a los tres
millones que también desobedecimos, yendo a votar o proteger los
colegios. Y, asimismo, incitamos a la desobediencia, por si la represión
quiere distinguir entre "incitadores" e "incitados".
La
única decisión racional es una sentencia absolutoria con todos los
pronunciamientos favorables. La única que no es políticamente admisible.
Lo cual prueba definitivamente que es un proceso político.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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