miércoles, 27 de febrero de 2019

Una vergüenza insuperable / José Antich *

Después de seguir con la mayor atención posible las declaraciones de los nueve presos políticos encarcelados por el Tribunal Supremo y también la de los tres miembros del Govern -Mundó, Borràs y Vila- en libertad provisional, uno no puede permanecer impasible, sea independentista o no, ante la flagrante violación de los derechos más elementales. 

Empezando por la privación de libertad basada en las acusaciones de rebelión o sedición que tanto la Fiscalía como la Abogacía del Estado han desistido de formular en sus interrogatorios. Si uno no conociera las graves acusaciones a las que se enfrentan los acusados, con peticiones de prisión de más de 200 años, podría llegar a pensar, oyendo las preguntas que el Ministerio Fiscal formula, que estamos ante un juicio de desórdenes públicos, ante uno por desobediencia o incluso ante un juicio sobre las consecuencias de alentar a la gente a concentrarse en un colegio electoral.

Cada uno puede tener su opinión sobre los sucesos de septiembre y octubre del 2017. Pero luego están los hechos. La verdad. Y durante estos días hemos oído hablar de tuits, retuits, correos electrónicos, páginas web, butifarradas este martes y hemos asistido, con estupefacción, a una falta de rigor en los interrogatorios, con una concatenación de errores en las preguntas que produce vergüenza ajena. 

¿Cómo cabe entender si no la ignorancia del fiscal respecto al uso de las nuevas tecnologías? Dicen los expertos que ya acabarán probando la rebelión los guardia civiles y los testigos que comparecerán a petición de la fiscalía. Quizás, no sé. Lo cierto es que, por lo que llevamos visto, lo más lógico es que se hubiera dictado la libertad provisional de los presos políticos y que hubieran podido proseguir la vista desde una situación procesal distinta. Lógicamente esto no ha sucedido, ni estaba previsto que pasara, sería como reconocer la evidencia: que la causa se está cayendo a trozos.

En la jornada de este martes han declarado el presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, y la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. El primero, 498 noches en prisión provisional, y la segunda, 341. Ambas declaraciones eran muy esperadas por situaciones radicalmente diferentes, como es la insólita prisión de un líder social y presidente de una organización que resistió las embestidas del franquismo; y la segunda, porque se limitó a dar la voz y la palabra a los representantes escogidos por la ciudadanía. 

Ambos también han recibido apoyos internacionales muy notables por su insólita prisión provisional. La intervención de Cuixart fue políticamente muy potente, radical en el lenguaje; estuvo digno y erguido en sus respuestas. Como cuando dijo, nada más empezar, que su prioridad ya no era salir de la prisión, sino resolver el conflicto entre Catalunya y España. Pone los pelos de punta después de un año y medio en una injusta prisión provisional abordar con tal entereza el juicio.

Por más que el fiscal insistía imputándole cosas que no eran de su incumbencia y sin prueba alguna, Cuixart resistía y denunciaba el ataque y la vulneración de libertades en Catalunya y el Estado español. O cuando hablando de la manifestación ante la sede de Economia expresó una verdad como un puño: "Cuando la Guardia Civil hace un registro, corta la calle. 

El 20-S no y además dejan los coches solos y con las armas dentro". No parece muy normal, no. O, en otro momento: "En Catalunya no se celebra el 12 de octubre, el día de la raza, ese genocidio en América latina". No es extraño que al final de la jornada se hubieran dado de alta en un solo día 4.000 nuevos socios en Òmnium.

Carme Forcadell se parapetó detrás de las normas básicas del parlamentarismo: en un parlamento se puede hablar de todo. El mismo argumento por el que presidentes de Cámaras legislativas de todo el mundo le han dado apoyo, así como 500 diputados de 25 países, y motivo suficiente por el que, por ejemplo, el presidente de la Cámara de los Comunes, John Bercow, declaró recientemente ante una pregunta del diputado galés Hywel Williams que en Westminster se podría debatir perfectamente sobre la independencia de Gales sin que eso comportara responsabilidades penales, mientras alababa a la presidenta Forcadell. Londres y Madrid. La democracia como frontera.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia






Entra la banda / Ramón Cotarelo *

Ayer, las declaraciones de Jordi Cuixart y Carme Forcadell pusieron punto final al ridículo proceso del 1-O. Ridículo por cuanto la imagen que está fabricándose para la historia hunde definitivamente a España sin que centurias de Borrelles puedan salvarla.

No hay caso y el colofón de Cuixart es definitivo. Al declarar que su prioridad no es salir de la cárcel, sino denunciar el ataque del Estado español (en cuyo nombre administran justicia los jueces) a los derechos fundamentales en Catalunya y España, ha vaciado de contenido toda la causa, convertido en muñecos rotos a los fiscales y magistrados, y proyectado el pleito a un ámbito colectivo e histórico en el que el Estado tiene la batalla perdida. Y lo saben todos quienes tienen un papel en esta farsa.

De forma que, concluida la formalidad de las presentaciones y, siguiendo el ejemplo de las buenas familias, se da paso a los payasos. Citados a declarar el presidente y la vicepresidenta del gobierno más corrupto de la historia de la "democracia", el frente de un partido judicialmente considerado una asociación de malhechores. Citados a declarar como testigos.

Y dicen que no es un juicio político. Es político e histriónico. Del presidente consta la firme sospecha de que ya mintió como testigo en sede judicial en uno de los infinitos procesos de la Gürtel. También en sede parlamentaria; bueno, en esta en innumerables ocasiones y sin sospecha alguna: mentiras como castillos. 
 
De la vicepresidenta hay momentos sublimes. Tomó directamente la responsabilidad de la "cuestión catalana", fue "virreina de Catalunya", se entrometió descaradamente en el Tribunal Constitucional y el Supremo y dictó una reforma inconstitucional de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional que este aceptó sumisamente y por la cual se convertía en alguacil de sus propias sentencias. Como resultado de tanta bambolla, llegó a jactarse de haber descabezado a los independentistas.

Bien. La descabezada fue ella y con todo su gobierno. Todos con la testa bajo el brazo. Y con la testa bajo el brazo comparecen ante el Supremo. Por eso son zombies. Verdaderos ravenants, que vienen del olvido a echar una mano al desastre de las acusaciones y convertirlo ya en una catástrofe propia de los hermanos Marx. 

Hasta ahora, los independentistas han hecho caer dos gobiernos españoles. Y siguen en una posición de condicionar la política del reino. Ante esta posibilidad, sobra, a mi entender, todo debate sobre si el independentismo debe o no presentarse a unas elecciones. Por supuesto que sí. La política que no hagas, ya se sabe, la harán contra ti. 

Lo suyo es votar en masa en las próximas legislativas. Y lo ideal, votar en masa una candidatura unitaria que incluya a todos/as. De no ser posible, concurran los independentistas cada cual por su discurso. De nuevo aquí sería ideal que fueran todas/dos, incluida la CUP. 
 
Para formar luego un grupo indepndentista en las Cortes. Un grupo de coordinación de la guerra contra el Estado que los indepes se ven obligados a llevar dentro del Estado. Fuera de este, fuera de su alcance, el Consell de la República tiene una importancia capital porque es la cara exterior de una República que lucha por articularse en el interior.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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