Entre agosto de 1939 y
junio de 1941 se produjo un sorprendente giro en los discursos oficiales
que pronunciaban los principales líderes de la “Nueva España”
franquista. El dictador y sus acólitos aparcaron su furibundo
anticomunismo verbal. Durante casi dos años, la demoniaca Unión
Soviética dejó de ser el enemigo a batir y las soflamas de los líderes
fascistas españoles se concentraron en atacar únicamente a las
democracias europeas y americanas. La mutación llegó a tal extremo que
Franco y los suyos reescribieron nuevamente, y no sería la última vez,
la Historia.
Hasta ese momento, la excusa esgrimida
para acabar con la democracia republicana y convertir nuestro país en
una inmensa prisión repleta de fosas comunes había sido la “necesidad”
de combatir una supuesta amenaza comunista. De la noche a la mañana, ese
peregrino y falso argumento también desapareció. El mejor ejemplo lo
dio el hombre fuerte del régimen y cuñado de Franco.
Ramón Serrano
Suñer, en una de sus habituales visitas a Berlín, concedió una
entrevista al diario oficial del partido nazi en la que afirmó que la
guerra provocada por su “Alzamiento” fue un enfrentamiento “al
capitalismo de las grandes democracias”. Ni una sola vez mencionó la
palabra “comunista”, “rojo” o “bolchevique”.
¿Por qué ocurrió ese “milagro” en aquella incipiente
España fascista? ¿Habían visto la luz “roja” los líderes de la
dictadura? Evidentemente, no. Franco no hacía sino ser fiel a su
estrecha alianza con Hitler. La Alemania nazi había suscrito en agosto
de 1939 un pacto de no agresión con la Unión Soviética para repartirse
Polonia y, sobre todo, para que el Führer pudiera
lanzarse a la conquista de Europa Occidental sin tener que preocuparse
por una posible intervención de los ejércitos de Stalin.
En aquella mesa
de Moscú, en la que los ministros de asuntos exteriores alemán y
soviético rubricaron aquel acuerdo, no estaba sentado Franco, pero
España se vio involucrada hasta el corvejón porque su existencia y su
supervivencia dependía de uno de los firmantes: papá Hitler.
Andalucía, obviamente, no es la Europa de finales de los años treinta y
los protagonistas tampoco se parecen demasiado. Si he querido recordar
un caso de pacto indirecto, especialmente extremo y retorcido, es solo
para subrayar la tosquedad del teatrillo que, en estos días, dirige
Albert Rivera. Aquí y ahora las cosas están mucho más claras. Aquí y
ahora se ha hecho una alianza a tres. Un pacto directo, claro y concreto
que recoge no solo medidas de Gobierno, sino una serie de principios
ideológicos tan nítidos como retrógrados.
El primer
acuerdo en Andalucía fue el que cerraron Rivera y Casado para tratar de
presentar un pacto tripartito como dos alianzas bilaterales
independientes y casi casuales. Ese fue el origen de esta ópera bufa. En
la primera escena Ciudadanos silbaba y miraba para otro lado, mientras
el PP se plegaba a las condiciones que iba imponiendo Vox.
La
representación continuaba y continúa con los líderes de la formación
naranja aparentando estar cabreados por alguna de las medidas impuestas
por los ultras. “Ciudadanos y Vox chocan a las pocas horas del acuerdo”,
titulaba este jueves El País. “La Consejería de Familia hace saltar la primera espita entre Vox y Ciudadanos” podíamos leer en eldiario.es. “Guerra entre Ciudadanos y Vox” destacaba La Razón.
En mi humilde opinión: ni chocan, ni saltan las espitas, ni hay guerra
alguna. Ciudadanos ha pactado con la extrema derecha racista, machista,
liberticida y franquista de Vox y con la extrema derecha racista,
machista, liberticida y franquista que representa el PP de Pablo Casado.
Este acuerdo es posible porque, en lo sustancial, satisface al Ibex 35.
El partido de Abascal solo es un partido económicamente liberal más,
con una capa de maquillaje faccioso.
Tal y como desgranaba minuciosamente Ignacio Escolar,
el acuerdo entre naranjas, azules y ultraazules contempla medidas que
solo beneficiarán a los más ricos y destrozarán el Estado del Bienestar
que protege al resto de los andaluces. Eso es lo que encontramos cuando
rascamos la pátina rojigualda con que tratan de enmascarar sus alianzas y
sus ideologías.
Esa es la realidad y todo lo demás
es una comedia barata con un pésimo guion. Negar la existencia del
tripartito ultra y liberal es un insulto a la inteligencia de los
españoles en general y de los andaluces en particular. Si hay algún
cerebro detrás de este burdo intento, debe ser el mismo que convenció a
María Dolores de Cospedal para que soltara aquel argumento del finiquito
en diferido… en forma de simulación.
Si no fuera todo parte de una gran
farsa, el próximo miércoles Juan Manuel Moreno no sería presidente de
Andalucía y el ciudadano Juan Marín no sería su vicepresidente. Si no lo
fuera, la legislatura no duraría ni un año. ¿Apostamos? Pago doble.
(*) Periodista
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