Dieciocho horas después de su aterrizaje en el aeropuerto del Prat ―al que, al parecer, le quedan pocos días con este nombre― Pedro Sánchez
abandonó Barcelona. Ha repartido abrazos, sonrisas, promesas, cosas que
salen gratis, quizás pensando que el error de la lluvia de millones que
llegará este sábado con la Lotería Nacional de Rajoy no se podía volver
a repetir. En la previa al sorteo, para Catalunya, tan solo una pedrea
en infraestructuras que tampoco justifica un Consejo de Ministros en Barcelona.
Deja, eso sí, un comunicado entre los dos gobiernos, español y catalán,
reconociendo que existe un conflicto político y una inconcreta voluntad
de diálogo, y, como consecuencia, una irritación monumental en Madrid
por unas supuestas cesiones al independentismo que nunca ha hecho y que
tampoco piensa hacer. La prensa de papel madrileña y una parte de la
catalana es una máquina imparable de fabricar fake news para incendiar las bajas pasiones del unionismo y mantener cohesionado el espacio de la derecha extrema.
Es evidente que Pedro Sánchez no ha hecho un buen negocio con su
Consejo de Ministros en Barcelona. No lo ha hecho en España y no lo ha
hecho en Catalunya. Seguramente, le preocupa poco. Es cierto que se ha
celebrado, pero lo que se recordará no será eso sino que necesitó de una
movilización absolutamente excepcional de policía para que se pudiera
llevar a cabo.
Que, durante muchas horas, la imagen de una ciudad
materialmente tomada por la policía fue lo único que existió. Que desde
la Llotja de Mar se oían las protestas y en las inmediaciones sonaban
cacerolas exteriorizando el malestar. Por no hablar de las
manifestaciones de toda la jornada y la marcha en el centro de Barcelona
que reunió a decenas de miles de personas detrás de una pancarta que
decía "Tombem el règim" ("Tumbemos el régimen").
El veni, vidi, vici empleado por Julio César
al dirigirse al Senado romano en el 43 aC después de su victoria en la
batalla de Zela frente a Farnaces II del Ponto no lo podría repetir en
el Congreso de los Diputados. Quedaría en un veni, vidi, perdidi.
Ha abierto una enorme grieta de confianza con algunos barones
socialistas que, por otro lado, parecen más del PP o de C's que del PSOE.
La política de gestos, al final, no contenta a nadie. A los que esperan
algo, porque se quedan sin nada; y a los que no quieren que los haga
que, perdidos en el tumulto, ven lo que no existe.
A los que dicen que, al menos, se ha abierto una puerta a la
confianza mutua, tan solo un ejemplo. ¿Es de recibo que el gobierno
español decida cambiar el nombre al aeropuerto del Prat por el de Josep Tarradellas
y ni tan solo lo consensúe con el president Torra, el vicepresident
Aragonès y la consellera Artadi, con los que se ha reunido unas horas
antes en el palau de Pedralbes?
No es obviamente un debate nominalista
sino de poder. De capacidad de decisión. ¿Le queda algo de autonomía al
Govern por muy pequeña que sea si no puede conocer en tiempo y forma y
participar, no tan solo ser informado, en el cambio de nombre de la
principal infraestructura del país?.
Y eso que ese es uno de los anuncios estrella. El otro fue el de la
aprobación de la anulación el juicio a Lluís Companys que, en poco menos
de una hora, se diluyó como un azucarillo y quedó en una declaración de
reparación del president mártir. Eso sí, los fuegos de artificio
aguantaron unas horas. Si eso se llama confianza... qué será la
desconfianza.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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