miércoles, 5 de diciembre de 2018

‘Vintage’ / Antoni Puigverd *

El incendio político catalán ha saltado a los bosques andaluces y, si no aparece rápidamente un parque democrático, inclusivo y transversal de bomberos, España puede encaminarse hacia el apocalipsis. Pero no adelantemos el futuro. De momento, la irrupción de Vox es estupefaciente: impresiona, descoloca, interroga. 

¿De dónde salen estos 400.000 andaluces, tremendamente irritados con Catalunya, indiferentes a la bandera andaluza, partidarios de suprimir las autonomías, de bajar los impuestos, de liberar el suelo, de expulsar inmigrantes, de anular la ley de Violencia de Género, de proteger la tauromaquia y la caza, de convertir el mar de Alborán en un muro trumpista, de imponer el castellano en todas las administraciones, de prohibir las mezquitas, de suprimir el concierto vasco, de ilegalizar partidos y asociaciones independentistas y otras medidas que destrozarían la democracia liberal... de dónde salen?

Desean para España lo que ahora está de moda en Occidente (Trump, Salvini, Orbán, Kurz), eso es, una democracia iliberal en que la mayoría aplastaría sin contemplaciones a todas sus minorías (catalanistas, inmigrantes, feministas, comunistas). ¿De dónde salen? Es fácil hacer la lista de factores de malestar. 

Las dolorosas cicatrices de la crisis: desigualdades tremendas, jóvenes sin futuro, el miedo de las clases medias. La pérdida de soberanía de España, tiranizada por los mercados, dirigida fríamente desde Alemania, obediente a los dictados europeos, cuestionada por los catalanes. La inmigración y el temor a ser engullido por otras culturas. La incomodidad masculina ante el creciente protagonismo femenino. 

El prestigio social de la cultura LGTBIQ y, correlativamente, el desprestigio público de los valores tradicionales. Etcétera. Los cambios en los últimos 25 años han sido colosales y velocísimos. Han indigestado a muchos.

La cultura contemporánea es disruptiva y se impone de manera a menudo implacable y petulante. Inevitablemente, la reacción ha llegado del brazo de las redes sociales, en las que nada es verdad, nada es mentira, pues todo está coloreado por la creencia y la emoción. Vox es el enésimo capítulo de reaccionarismo español. 

Si los liberales del XIX pretendieron imponer sus instituciones a una sociedad muy tradicionalista, el progresismo ultramoderno de hoy tiende a la displicencia universitaria y se impone, arbitrario, en los media. Como le pasó a Hillary Clinton, está suscitando un rebote defensivo. La sociedad española es bastante más plural de lo que parece y necesita consenso, inclusión y mucho tacto. 

Un ejemplo entre mil posibles: la memoria o es inclusiva o no es histórica, sino victoria retrospectiva, que replantea el conflicto y estimula el retorno del adversario.

El factor catalán es uno de los grandes pegamentos de Vox. Ya desde la aventura del Estatut, el catalanismo, no sólo ha defendido sus razones, sino que ha cuestionado la nación española. La ha desafiado. Cuando esto se hace, inevitablemente, hay quien recoge el guante y se arma para la batalla.


(*) Columnista 


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