El
incendio político catalán ha saltado a los bosques andaluces y, si no
aparece rápidamente un parque democrático, inclusivo y transversal de
bomberos, España puede encaminarse hacia el apocalipsis. Pero no
adelantemos el futuro. De momento, la irrupción de Vox es
estupefaciente: impresiona, descoloca, interroga.
¿De dónde salen estos
400.000 andaluces, tremendamente irritados con Catalunya, indiferentes a
la bandera andaluza, partidarios de suprimir las autonomías, de bajar
los impuestos, de liberar el suelo, de expulsar inmigrantes, de anular
la ley de Violencia de Género, de proteger la tauromaquia y la caza, de
convertir el mar de Alborán en un muro trumpista, de imponer el
castellano en todas las administraciones, de prohibir las mezquitas, de
suprimir el concierto vasco, de ilegalizar partidos y asociaciones
independentistas y otras medidas que destrozarían la democracia
liberal... de dónde salen?
Desean para España lo que ahora está de moda en Occidente
(Trump, Salvini, Orbán, Kurz), eso es, una democracia iliberal en que
la mayoría aplastaría sin contemplaciones a todas sus minorías
(catalanistas, inmigrantes, feministas, comunistas). ¿De dónde salen? Es
fácil hacer la lista de factores de malestar.
Las dolorosas cicatrices
de la crisis: desigualdades tremendas, jóvenes sin futuro, el miedo de
las clases medias. La pérdida de soberanía de España, tiranizada por los
mercados, dirigida fríamente desde Alemania, obediente a los dictados
europeos, cuestionada por los catalanes. La inmigración y el temor a ser
engullido por otras culturas. La incomodidad masculina ante el
creciente protagonismo femenino.
El prestigio social de la cultura
LGTBIQ y, correlativamente, el desprestigio público de los valores
tradicionales. Etcétera. Los cambios en los últimos 25 años han sido
colosales y velocísimos. Han indigestado a muchos.
La cultura contemporánea es disruptiva y se impone de
manera a menudo implacable y petulante. Inevitablemente, la reacción ha
llegado del brazo de las redes sociales, en las que nada es verdad, nada
es mentira, pues todo está coloreado por la creencia y la emoción. Vox
es el enésimo capítulo de reaccionarismo español.
Si los liberales del
XIX pretendieron imponer sus instituciones a una sociedad muy
tradicionalista, el progresismo ultramoderno de hoy tiende a la
displicencia universitaria y se impone, arbitrario, en los media. Como
le pasó a Hillary Clinton, está suscitando un rebote defensivo. La
sociedad española es bastante más plural de lo que parece y necesita
consenso, inclusión y mucho tacto.
Un ejemplo entre mil posibles: la
memoria o es inclusiva o no es histórica, sino victoria retrospectiva,
que replantea el conflicto y estimula el retorno del adversario.
El factor catalán es uno de los grandes pegamentos de Vox.
Ya desde la aventura del Estatut, el catalanismo, no sólo ha defendido
sus razones, sino que ha cuestionado la nación española. La ha
desafiado. Cuando esto se hace, inevitablemente, hay quien recoge el
guante y se arma para la batalla.
(*) Columnista
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