El artículo de ayer de elMón.cat,
titulado "Fundaciones", versa sobre el nacimiento de la Crida Nacional
per la República (CNR). O, mejor dicho, sobre las reacciones al
nacimiento de la CNR. Una parte de estas es muy negativa, sobre todo la
que viene de los partidos políticos. Lo atribuyo a sectarismo. Pero, por
si acaso este juicio fuera demasiado duro, me apresuro a señalar que el
nuevo movimiento dispone de un arma casi imbatible: la doble
militancia.
Esta institución plantea el problema en sus exactos
términos. La acendrada costumbre de colgar etiquetas a los demás ("de
derecha", de "centro", etc) típica de los que las llevan puestas, como
buenos sectarios, queda contradicha por el hecho de que La Crida no
objete a que sus afiliados/as y miembros, militen, a su vez, en otros
partidos, de izquierda, centro o derecha.
Es decir, el problema lo
tienen esos otros partidos que se encuentran en la desagradable posición
de tener que prohibir a sus militantes que también se afilien a otra
formación, o sea la posición de no respetar la libertad de elección de
sus afiliados o, dicho claramente, la de ser sectas.
Aquí la versión española
Fundaciones
La
convención fundacional de la Crida Nacional por la República (CNR)
clarifica de forma que no todo el mundo encuentra cómoda la cuestión
esencial, el meollo del independentismo desde el punto de vista táctico y
estatégico. Es una forma nueva de entender el camino a la independencia
y la independencia misma. O sea, una nueva propuesta para hacer más
efectiva la acción camino a la República y una visión nueva de esa
República.
En
las empresas se sabe que el principal enemigo de toda novedad, de toda
innovación es la rutina de los intereses creados. Aconsejan
neutralizarlo sin perder el tiempo en discusiones inútiles. La inercia
acabará vencida siempre que la innovación sea oportuna y tenga fuerza,
sin necesisdad de perder el tiempo en tertulias La Crida trae dos
propuestas innovadoras que apuntan al éxito en el futuro inmediato,
basado en su naturaleza abierta y la sencillez de su aplicación. Su
interés no radica en lo que se propone, sino en lo que no se propone.
Son dos negaciones. Nada más simple.
No
es un partido político y se disolverá una vez conseguido el objetivo de
la República independiente. No es un partido político y no quiere serlo
en el futuro.
La
segunda parte, disolverse una vez alcanzado el objetivo, resuelve de un
plumazo la polémica sobre el famoso ensanchamiento de la base. Es
imposible imaginar un llamamiento más universal, inclusivo y amplio que
el de sumarse a un movimiento en favor de una república cuyo contenido
nadie pretende pre-establecer.
La
República es el nombre del régimen de libertad que nos hemos dado los
catalanes. Qué contenido haya de tener, dependerá de la correlación de
fuerzas que luego se establezca en una Catalunya libre.
Cómo se
organizará, con qué instituciones, es algo que saldrá del proceso
constituyente en marcha. De momento, lo más importante es implantarla y
para hacerlo se requiere el concurso de todos y todas sin más requisito
que el espíritu republicano, la independencia de juicio y el amor a la
libertad.
Para
todo lo demás, ya están los partidos políticos y la legitimidad de su
acción en pro de unos u otros objetivos. Pero es precisamente desde este
ámbito, el de los intereses partidistas creados, de donde vienen los
ataques a La Crida. Como era de esperar. Nadie hace sitio de grado al
recién llegado que, además, trae aires de triunfo.
Lo
primero es cuestionar que no se trate de un partido, cuenta habida de
que planea presentarse a elecciones. La objeción es formal. Cabe
presentarse a elecciones como una coalición electoral y también cabe
configurarse como partido político “por imperativo legal” para
participar en las elecciones, lo que es un derecho, sin ser de verdad un
partido político. Ni querer serlo.
El
segundo ataque trae veneno sectario, del que corre a veces por los
partidos y consiste en poner en duda la transversalidad de La Crida,
imponiéndole una etiqueta (derecha, centro, centro derecha), quiera o
no. De ese modo se pretende desactivar su mayor atractivo para situarla
en un plano de igualdad con los partidos, esos que quieren la
independencia pero a partir de una idea predeterminada de cómo habrá de
ser el resultado.
La ventaja de La Crida es que permite luchar por una
República abierta, no condicionada por ideología alguna, por muy
salvífica que sea.
Todo
el mundo se había felicitado mucho por la transversalidad del
movimiento independentista hasta que ha llegado uno que ha hecho de ella
su principio organizador. Ahora resulta que ya no es tan conveniente
porque se puede realizar.
Sin embargo, La Crida aporta un medio
infalible e inatacable para mantener la trasversalidad: la aceptación de
la doble militancia. Se puede ser miembro de La Crida y de cualquier
otra organización política puesto que lo único que se pide es
independentismo.
El problema no es, por tanto, la verdad de la
transversalidad sino si los partidos políticos están dispuestos o no a
respetar la libertad de elección de sus militantes. El problema es,
pues, de los partidos. Y no es muy prometedor que traten de descargarlo
sobre la nueva formación imponiéndole etiquetas sectarias.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario