Cuando el Parlament de Catalunya reprobó al rey Felipe VI
y se convirtió en la primera cámara legislativa en emitir ese rechazo a
un monarca, ya advertimos de la trascendencia del paso dado y de la
importancia de una noticia de estas características. El discurso real
del 3 de octubre produjo una ruptura emocional irreversible que solo
puede aumentar si sigue cometiendo errores.
Hoy, el 80% de la ciudadanía catalana suspende al Rey,
un porcentaje realmente excepcionalmente alto y que difícilmente
se produce con esta contundencia en ningún otro sitio. También apuntamos
el error que supondría por parte del gobierno español agrandar este
debate con gestos grandilocuentes que en ningún caso iban a mejorar la
imagen de la monarquía en Catalunya.
Pues bien. El gobierno español ha hecho todo lo contrario de lo que
era una actitud inteligente y ha decidido presentar recurso al Tribunal
Constitucional contra la resolución aprobada en el Parlament. Ello pese a
que un organismo tan sumiso a los gobiernos de turno ―y
desprestigiado― como el Consejo de Estado había dejado escrito en su
informe que no había base para recurrir, ya que se trataba de una
declaración política. Pero claro, Pedro Sánchez ha
tenido miedo, con las elecciones andaluzas a la vuelta de la esquina, de
ser acusado de poco español y de dejar a Felipe VI a la intemperie de
las críticas.
En las próximas semanas constatará el gobierno español el enorme
error cometido, más allá de lo que diga el TC, ya que ha abierto un
boquete inmenso; casi una invitación para que los ayuntamientos
catalanes aprueben mociones contra el rey de España y a favor de la abolición de la monarquía.
Este mismo viernes ya lo ha hecho el ayuntamiento de Barcelona.
De los 41 ediles que tiene el consistorio, 29 han votado a favor de la
moción y solo 12 han apoyado al Rey. En porcentaje, menos del 30% de los
ediles de Barcelona han respaldado al monarca. Un problema serio para
España en un momento en que la monarquía ya tiene dificultades
importantes en el País Vasco, Balears, y Navarra.
La beligerancia de Felipe VI contra el independentismo es una losa
demasiado pesada. Aunque desde Madrid se haga todo lo posible por
disminuirla o por ignorarla. Sin reconocer los errores que están en el
origen de la situación actual, el descrédito que arrastra cada vez irá a
más.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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