Un millón de personas, según la Guardia Urbana, ha ocupado este martes la Diagonal de Barcelona en una nueva, exitosa y pacífica demostración de fuerza del independentismo
catalán. Por séptima vez consecutiva y en unas condiciones nada
fáciles, con la moral muchas veces rota y con evidentes secuelas de
tantos meses de discusiones muchas veces estériles, el independentismo
ha demostrado una vez más su vitalidad y que no se resigna a la
situación política actual.
Que no acepta que haya presos políticos en
las cárceles y exiliados alejados de sus familias, que no renuncia al mandato del 1 de octubre y a la proclamación de la República
en el Parlament el 27-O. Que el camino no ha acabado ya que el objetivo
queda aún lejos y que el "tenim pressa" de hace muy poco deberá esperar
un poco más. No se sabe cuánto.
La Diada del 2018 debería servir al independentismo
para tomar impulso ante la verdadera carrera de obstáculos de los
próximos meses, que tendrá en el recuerdo del referéndum y la
desproporcionada violencia policial, y también en los juicios del otoño y
en las sentencias que se esperan para la primavera, una verdadera
prueba de fuego.
Un castigo por parte del TS no solo romperá las
relaciones con el Gobierno, sino que tensará nuevamente la arquitectura
institucional española. De la Corona a la judicatura. Quizás, el momentum del que habla el president Quim Torra y que supondría una inflexión en la coyuntura política actual.
La gente ha vuelto a ser la protagonista de la Diada del 2018. Y sus
representantes, la ANC y Òmnium, como convocantes de la manifestación: Muriel Casals y Carme Forcadell, en 2012; Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, en 2014, y Marcel Mauri y Elisenda Paluzie,
ahora.
La gente muy por encima de la clase política, agazapada durante
muchos meses por el resultado final del pasado mes de octubre, las
elecciones del 21-D y la complicada formación del Govern, así como las
discrepancias y los equilibrios entre Junts pel Sí y Esquerra
Republicana y, en otro plano, entre estas dos formaciones y la CUP. La
perseverancia de la ciudadanía como antídoto contra el desánimo, pero
también como acicate y vigilancia ante cualquier intento de retroceso en
los compromisos públicos. Ese es el cuadro político en estos momentos.
Una vez más, y van unas cuantas, se rompe el discurso del unionismo mágico:
la manifestación no se ha organizado desde un despacho oficial y se ha
vuelto a desmentir que el movimiento independentista sea un suflé. Que
más allá de un referéndum acordado no hay marco de negociación entre
Madrid y Barcelona por más experimentos que se quieran hacer y que
siempre tiene candidatos a probarlos.
Eso que parece tan sencillo de
ver, que es un fenómeno muy basado en el movimiento popular de las
cuatro esquinas de Catalunya, debe encontrar el nuevo tono que produzca
una nueva simbiosis entre la gente que ha abandonado definitivamente el
marco autonómico y sus políticos, rehenes, en parte, de la situación
política actual.
El Govern tiene pista de despegue después de la exitosa Diada. Que la sepa utilizar bien está por ver.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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