sábado, 21 de julio de 2018

Vuelta al aznarismo / Alberto Aguirre de Cárcer *

El Partido Popular apostó por la renovación y al mismo tiempo por la recuperación de un discurso de centroderecha sin complejos, muy inspirado en las esencias del aznarismo, con la elección de Pablo Casado como sucesor de Mariano Rajoy. Fue una victoria holgada sobre Soraya Sáenz de Santamaria, quien pese a vencer en la primera vuelta con el voto de los militantes, ayer no tuvo opciones reales en la elección de los compromisarios. Sobre todo después de que María Dolores de Cospedal, el resto de candidatos a las primarias y algunos presidentes autonómicos, como el murciano Fernando López Miras, se decantaran por este joven diputado para la presidencia del PP. 

Como hace el PSOE desde la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa, los cuadros populares optaron por el rearme ideológico, depositando su confianza en quien hizo bandera de los principios y el discurso liberal-conservador más característico del PP 'de siempre'. Frente a la experiencia de gestión, la tecnocracia administrativa y la laxitud ideológica del sorayismo, que seduce a los votantes pero no entusiasma a los militantes del PP, se impuso la opción más política y de más marcado corte conservador que representa este diputado de 37 años, formado con Aznar, luego con Aguirre y finalmente con Rajoy. En suma, un giro a la derecha como respuesta al desdibujamiento ideológico percibido en las propias filas del marianismo.

La victoria de Pablo Casado supone también un triunfo para el PP murciano. En la primera vuelta le votó la militancia regional más que a ningún otro candidato. Y esta semana fue apoyado por Fernando López Miras, después de haberse mantenido en una posición de neutralidad hasta que votaron los afiliados. Una vez conocido el respaldo de Cospedal, Miras dio un paso al frente, a diferencia de otros barones que se quedaron totalmente al margen, como Núñez Feijóo. 

Esta apuesta arriesgada de Miras, de la que se desmarcó el expresidente Ramón Luis Valcárcel en las 48 horas previas al congreso, fue recompensada con la inclusión de tres dirigentes murcianos en el comité ejecutivo nacional, entre ellos el diputado nacional Teodoro García, jefe de campaña de Casado y uno de los grandes triunfadores de este proceso de renovación. Parece que esta vez los más jóvenes, como Miras y García, ganaron en olfato político a los más experimentados veteranos, como Valcárcel, quien lo va a tener mucho más complicado ahora para aspirar de nuevo al Parlamento Europeo. Ya no tanto por su apuesta por Soraya como por el tren de exministros y exaltos cargos que andan ya pidiendo un hueco en alguna lista. 

Cerradas las primarias con no pocas heridas y desconfianzas personales, el PP se enfrenta ahora a una ineludible tarea de integración y unidad. La campaña de las primarias, no exenta de juego sucio y un acerado cruce de críticas a cuenta de la gestión política de estos últimos años, demostró que entre el continuismo pragmático de Santamaría y la renovación ideológica de Casado hay profundas discrepancias de estrategia y de modelo. 

Es evidente que existe riesgo de fractura, o al menos de debilitamiento interno, si no se refuerzan las costuras abiertas en este inédito proceso electoral. Tanto en el PP de Rajoy, como en el PSOE de Pedro Sánchez, saben que no hay mejor pegamento que la ocupación del poder. ¿Quién se acuerda ya de ese comité federal que dejó a los socialistas partidos por la mitad hace año y medio? Pero tan cierto como lo anterior es que para ocupar el poder es necesario que los partidos se presenten unidos a los procesos electorales, no desangrándose en luchas intestinas.

Ya durante la etapa de Rajoy, los populares vivieron bajo una aparente cohesión que nunca fue del todo real y completa. La brecha entre Aznar y Rajoy, evidenciada de forma clara en estas primarias (Casado es a Aznar lo que Soraya es a Rajoy), ha estado latente desde la pérdida de las elecciones de 2004. La cruda batalla en la legislatura siguiente entre Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón no fue muy diferente, en lo conceptual e ideológico, a la entablada por Casado y Santamaría, quien ya vivió su particular guerra contra los aznaristas cuando en 2008 fue nombrada jefa del grupo parlamentario en el Congreso. 

En su despedida, Rajoy dijo que se aparta, pero que no se va y será leal. Lo que prometió, en definitiva, fue que no hará lo que Aznar hizo con él y con el partido, un ejercicio de permanente deslealtad. Con esta vuelta a los orígenes, sin ni siquiera estar presente allí, Aznar le ha ganado a Rajoy el congreso.

Si ahora hubieran quedado resentimientos entre Casado y Santamaría, el PP tendría que darse prisa en cerrar heridas porque aunque Sánchez quiere agotar la legislatura hasta 2020, su precariedad parlamentaria no augura largos plazos de estabilidad. Lo que hoy parece una gobernanza sin tempestades puede cambiar en meses si los socios nacionalistas del PSOE exigen contrapartidas inasumibles para aprobar los Presupuestos de 2019. 

Con elecciones a la vista, el nuevo PP va a tener que correr mucho para recomponerse. Sobre todo ahora que los votantes tienen otra opción como Ciudadanos a la derecha del PSOE. O yo o el caos, la falacia del falso dilema tantas veces utilizada por Mariano Rajoy, ha perdido ya todo efecto en el electorado, según muestran las encuestas. En próximos sondeos veremos cuál son las primeras reacciones de la opinión pública al nuevo liderazgo popular.


(*) Periodista y director de La Verdad

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