Pedro Sánchez ya es presidente del gobierno español. Pueden todos frotarse los ojos, empezando por Mariano Rajoy y por su sustituto, pero es verdad. No es una noticia fake. El líder socialista ha conseguido algo insólito: sin partido que le apoyara, sin el aval de las grandes empresas y con toda la prensa española de papel en contra -salvo alguna excepción- ha llegado en tan solo una semana de la calle Ferraz a la Moncloa. 

El tiempo que va de la presentación de la moción de censura a Rajoy a su votación en el Congreso. Tan solo recuerdo un vuelco político más acelerado y fue por una enorme tragedia tras los atentados de 2004 en Madrid y las elecciones que ganó José Luis Rodríguez Zapatero. A partir de esta imprevista situación que trastoca el tablero político español, cuatro reflexiones.

Primera: Que el independentismo catalán haya ayudado a expulsar del gobierno a Mariano Rajoy y al Partido Popular no va a suponer un apoyo a Pedro Sánchez y al PSOE. Hay una gran diferencia con los diputados de Podemos, que deberán ayudar al nuevo gobierno. Ni debe ser ese el papel de JxCat y de Esquerra, ni va a serlo. El santo y seña del republicanismo en Madrid debe ser Aquí no se fia. El PNV ha marcado en un plis plas el camino. Quizás que... basta de complejos.

Segundo: La pantalla de gobernar España es a todos los efectos agua pasada. Hay dos niveles de acuerdos: el básico, recuperar el nivel de autonomía perdido, incluido el control de las finanzas de la Generalitat, y alguna pedrea que pueda llegar; y, el completo, o sea, el que engloba el paquete del 1 de octubre, presos, exiliados e hipotéticamente un nuevo referéndum, en este caso acordado. El básico se da por descontado y si no hay gestos en el segundo, el sitio del independentismo catalán solo puede ser el de la oposición.

Tercero: Tiene que celebrarse con urgencia una reunión en Madrid del nuevo presidente del gobierno español con el president de la Generalitat. Sánchez tiene que reparar el daño y las mentiras propagadas frívolamente sobre Quim Torra. Es una cuestión de dignidad. A los catalanes, decía Josep Tarradellas, nos pierde en Madrid cómo nos ponemos de cachondos cuando nos pasan un gran cepillo por la espalda y, todo ello, con una gran cordialidad. La política melíflua que tanto gusta a algunos no da ningún resultado.

Cuarto: Una investigación sobre la actuación de las cloacas del estado en Catalunya durante todos estos años sería lo democráticamente exigible. Cualquier indicio de que no se ha puesto fin a ello, la barrera insalvable para cualquier acuerdo. Eso unido a la restitución completa de los Mossos como policía integral de Catalunya con una única dependencia de la Generalitat y acceso inmediato a todos los canales de información nacional e internacional que tenían antes de la abrupta intervención del 155. 

Hay una factura catalana de esta investidura, pues claro que sí.



(*) Periodista y ex director de La Vanguardia