Desde que Ciudadanos decidió convertir el Parlament de Catalunya en el gran plató de televisión para hacer las Españas y
afilar todo el odio existente contra el catalanismo y la lengua
catalana en todos los ámbitos de la vida ciudadana, cualquier ocurrencia
acaba teniendo una gran repercusión mediática.
Sus propuestas
políticas, más allá del marketing que tan bien ha aprovechado y que le
ha permitido una concentración de voto españolista en las pasadas
elecciones catalanas para alzarse con la primera posición, son
prácticamente inexistentes. No parece importar a nadie su vacuidad
ideológica, como tampoco el clima de enfrentamiento que están provocando
al avalar con sus acciones un peligroso resurgir de la extrema derecha
en Catalunya.
Lo hemos visto estas últimas semanas. Como se producían agresiones en
el espacio público a los independentistas por el simple hecho de llevar
el lazo amarillo o de colocar unas cruces en las playas. Nadie les ha
llamado la atención e incluso el delegado del Gobierno ha enviado una
carta a los alcaldes en la que parece olvidar que el espacio público
también está para este tipo de protestas aunque a una parte de la
sociedad no le guste.
En el Parlament este viernes hemos asistido al
lamentable espectáculo servido por el portavoz de Ciudadanos, Carlos Carrizosa,
al retirar abruptamente un gran lazo amarillo y lanzarlo al suelo.
Incluso se negó inicialmente a devolvérselo al president de la
Generalitat, Quim Torra, cuando este se lo reclamó.
No fue una acción casual. Fue un acto premeditado para crear una
falsa confrontación que no existía en la calle pero que Ciudadanos lleva
mucho tiempo alimentando. Ese es su principal objetivo: hacer
colisionar el amplio y variado espectro de la sociedad catalana e
indirectamente manifestar su apoyo a los que, con la cara tapada, han
provocado incidentes en las playas catalanas en los últimos días.
Como
sucedió hace unos meses frente a las instalaciones de Catalunya Ràdio en
la Diagonal. Cuando desde el Parlament se apoyan este tipo de acciones
ni se está fomentando la concordia ni se está teniendo un comportamiento
democrático. Es el president del Parlament en todo caso quien debe
señalar lo que está o no está bien en el hemiciclo, como muy bien debe
saber el diputado naranja.
Aunque unos se muevan más a gusto en el lodazal, no conseguirán
convertir Catalunya en lo que ellos más desean: una región más de
España, sin himno, sin lengua, sin cultura y sin futuro.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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