La derecha ha puesto en circulación la expresión “Gobierno
Frankenstein” para descalificar los apoyos que tendría que concitar la
moción de censura de Pedro Sánchez para que triunfara. Se resalta desde
esa orilla lo grotesco e inviable que resultaría un Ejecutivo que
comenzara a andar con el apoyo de ‘populistas’, IU, independentistas y
nacionalistas vascos, y desde el PP se ha llegado incluso a hablar
directamente de traición a España, como si las décadas de latrocinio que
ha acreditado la sentencia de la Gürtel supusieran la expresión más
elevada de lealtad a la patria.
Formado como un puzle a martillazos, el engendro imaginado por Mary
Shelley no es que fuera muy agraciado con su piel amarillenta y
apergaminada, su altura de pívot de baloncesto y sus labios estirados y
negros. Pero es que España como país es bastante Frankenstein. Ese
espantajo que nos quieren presentar somos nosotros mismos, que tampoco
nos damos aires de Adonis y que exhibimos una pluralidad de gentes y de
ideas que muchos tildarían de monstruosa.
El cuerpo de ese ente que
llaman España tiene miembros diversos unidos con suturas apresuradas y
camina con dificultades. Su identidad es una amalgama de fragmentos.
Entre otras, tiene extremidades andaluzas, gallegas, catalanas o
vascas, un torso castellano y un cerebro, cuyo origen, sigue siendo un
misterio. Frankenstein era una “momia espantosa” pero no carecía de
sentimientos y hubiera expresado su bondad natural si alguien se lo
hubiera permitido.
Somos Frankenstein y nos jode bastante que nos miren con horror
cuando lo inhumano no es la fealdad del país sino las acciones de
quienes lo han gobernado y la pasividad de quienes, a sabiendas, las han
consentido. Existe la posibilidad de que esa descarga eléctrica que es
la moción de censura nos ponga en marcha y nos aleje de ese castillo de
los horrores pagado con dinero B, de ese reino de empleos precarios y
libertades restringidas, de tanto empobrecimiento económico y moral, de
tanta indignidad.
La moción nos está permitiendo contemplar ya monstruosidades
reales. Es aberrante que un partido sentenciado por corrupción sea
incapaz de pedir responsabilidades a sus dirigentes y que ni una sola
voz se haya alzado para exigir dimisiones. Es aberrante que un
presidente catalogado judicialmente de mentiroso se proponga resistir
contra viento y marea y que su única iniciativa sea elaborar un informe
alertando de que su depuración democrática creará inestabilidad y abrirá
las puertas del infierno.
Es dantesco que el partido que ha venido ejerciendo de muleta de la
indecencia bajo el disfraz de regenerador vuelva a anteponer su interés
al del Estado y que ahora quiera elecciones cuando cinco minutos antes
prefería que el PP se cociera en su jugo. Monstruoso –aunque
desternillante- sería que los diputados de Puigdemont y Torra impusieran
al PSOE condiciones imposibles, de manera que su voto en contra de la
censura permitiera la continuidad de Rajoy, en santa alianza con
Ciudadanos. O que el PNV se sumara también al grupo y forzaran a Rafael
Hernando a improvisar un sentido agradecimiento a independentistas,
nacionalistas y al veleta de Rivera por obrar en interés de España.
Puede que Frankenstein sea deforme y que tenga en ocasiones
reacciones imprevisibles pero merece la oportunidad de demostrar que la
auténtica maldad se esconde en los ojos de quienes le contemplan. No
queremos el fuego de ese modernísimo Prometeo para abrasarnos sino para
cocinar el pollo de la cena. Somos lo que nos han hecho ser. Nadie es
perfecto.
(*) Periodista
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