Ayer lo reprobaban por su pasado, por
sus tuits (hay que ver cómo se ha metido en la política la red tuiter),
tildados de "supremacistas". Hoy lo reprueban por su presente, por ese
discurso de investidura republicano e independentista. Cabe plantear la
pregunta de ayer: ¿qué esperaban? ¿Un candidato independentista no independentista? ¿Uno que imitara el cantinfleo de los comuns o, en el más idílico de los casos, las vaciedades de C's y Arrimadas?
¿Qué
tiene de extraño que un candidato republicano e independentista prometa
trabajar por la República y la independencia? Y, si se me apura, que,
además de eso, prometa hacerlo por la liberación de los presos, el
retorno de los exiliados y el de Puigdemont en concreto como "presidente
legítimo de Catalunya" de quien Torra se considera expresamente una
especie de delegado o caretaker. La estructura gaullista dual está ya en pleno funcionamiento.
En plena guerra antiindependenetista, El País considera inaceptable la vuelta a las andadas. Rajoy frunce el ceño y dice que esperará a juzgarlo por sus hechos pero que lo visto de Torra "no le gusta". Es el mismo tono de perdonavidas de su ministro Méndez, poniendo sobre aviso al candidato sobre lo que hace y dice.
Lo importante de un presidente de la Generalitat es gustarle al
presidente del gobierno, aunque sea un zote. Si no le gusta a un
presidente que goza de plenos poderes dictatoriales a tenor del 155, el
candidato debe preocuparse. Sin embargo, el presidente de los catalanes
tiene que gustar a la mayoría de los catalanes, no al presidente del
gobierno central.
Es
obvio que el B155 no ha entendido nada, sigue sin hacerlo y aboca al
país a quién sabe que disparates. No ha entendido que el modo de
enfrentarse a un movimiento social expresamente sostenido por 2.060.000
votos no es tratándolo como un asunto de orden público o encarcelando a
sus dirigentes. Y, al no haberlo entendido, se dispone a hacer lo mismo
con el actual govern si este transgrede lo que el gobierno
central considera la ley que, por cierto, tiene tanto de ley en el
sentido clásico como un ornitorrinco.
Mientras
no haya pruebas en firme, el horizonte de un gobierno independentista
es la cárcel. Por eso, entiendo, el párrafo de mayor altura del discurso
de Torra es uno aparentemente de cortesía pero también de mucho
significado en el que el candidato y su gobierno, de obtener la
investidura, asumirán la responsabilidad total de sus actos,
sin involucrar a nadie más, sean exiliados o presos. Es una prueba de
fe en la continuidad de un movimiento que no depende de los individuos,
pero tampoco se sitúa por encima de ellos. La seguridad de que, si son
encarcelados a su vez, otros ocuparán su lugar con sus mismos
planteamientos.
Al
llegar aquí, un inciso para valorar la preclara inteligencia de este
gobierno. Recuérdese que justificó la judicialización del proceso y el
encarcelamiento de los dirigentes en aplicación de la plantilla de la
lucha antiterrorista en el País Vasco; una plantilla según la cual, si
se encarcelaba a los Jordis, Junqueras, etc., habría alguna agitación al
principio pero, como en Euskadi, la vida volvería a la "normalidad".
Seis meses después de esta inteligente política es evidente que ha
fracaso por entero pues el apoyo y la solidaridad con los presos están
hoy más vivos que nunca.
Pero
eso política no solo es un fracaso sino un absoluto ridículo porque lo
que ha conseguido el encarcelamiento ha sido reforzar el independentismo
dándole un motivo para una mayor movilización masiva.
Pero
el horizonte es el que es por cuanto el gobierno no ha dado la menor
señal de voluntad negociadora. Nos espera, si acaso, una mayor
intransigencia política, más represión, nuevas persecuciones judiciales,
armadas con la peculiar prosa jurídica de Llanera. Sería milagroso que,
en estas condiciones, Torra pudiera llevar adelante su gobierno. Por si
acaso conviene advertir que ayer mismo también Puigdemont contaba al
diario italiano La Stampa que adelantaría las elecciones a octubre de este año si el Estado sigue siendo beligerante contra Cataluña. Lo dicho, evidente estructura de poder gaullista dual.
Pero
eso no es lo más importante. Lo es, en cambio, el hecho de que todas
las opciones conducen a elecciones como a Roma los caminos. Se renunció a
investir a Puigdemont para no provocar una crisis y elecciones y
resulta que el gobierno "efectivo" tampoco las evita. A este respecto me
permito señalar que Palinuro siempre sostuvo que la disyuntiva
Puigdemont o gobierno "efectivo" era ociosa porque las dos conducían al
mismo punto: elecciones, quizá con una ligera diferencia de tiempos.
Nada más.
Estas
elecciones no presentan mala cara para el independentismo (por eso
quiere evitarlas la derecha) por cuanto, a diferencia de las del 21 de
diciembre, las convocará la Generalitat y no el gobierno central y se
ganarán con una lista de país. Es la respuesta más acertada que cabe
dar en una situación de excepcionalidad. Tiempo habrá para pelearse
después sobre las diferencias entre partidos en una República Catalana.
Siendo lo anterior así, la decisión que tome hoy el Consejo Político de la CUP
no tiene tanta importancia como podría creerse, dado que el resultado
será el mismo. Si la CUP decide votar en contra de Torra, eso significa
elecciones. Si, por el contrario, decide abstenerse, volvemos al segundo
escenario anterior: gobierno "eficaz" que acaba en elecciones
anticipadas.
Al final, son elecciones.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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