La decisión de los jueces de la Audiencia territorial de Schleswig-Holstein
es un golpe durísimo para el Tribunal Supremo español, para el Gobierno
y para todos los españoles que sienten profundamente que el desafío
planteado por los secesionistas contra la unidad de España
ha sido acompañado indudablemente de violencia de toda índole, incluida
la que se ejerce sobre toda la sociedad catalana no independentista.
La situación no puede ser más negativa y no sólo en términos judiciales sino también políticos. Porque lo tremendo es que al jefe de la rebelión
no se le va a poder juzgar por ese delito por obra y gracia de la
decisión de unos jueces alemanes y eso creará una diferencia muy
llamativa de trato respecto a los demás procesados. Eso va a debilitar
indudablemente ante la opinión pública y, por supuesto, ante todo el
independentismo, la solidez de la argumentación jurídica del juez
instructor del Supremo Pablo Llarena.
El prestigio de
nuestros jueces va a ser puesto en discusión con mayor intensidad aún de
lo que ya lo era por el sector que defiende esa república
independiente. Pero la ofensiva política va a cobrar una intensidad
formidable porque esa decisión del juez alemán va a ser interpretada
como algo parecido a una absolución sobre la cuestión principal más
grave: el intento de derribar el Estado democrático constitucional que
nos sigue acogiendo a todos.
Podemos esperar a partir de ahora una auténtica toma de las
calles y del discurso dominante en Cataluña, a manos de los
independentistas y un acoso aún mayor del habitualmente padecido sobre
la población que siempre ha defendido la unidad de España. Esa es, sin
ninguna duda, una victoria importantísima de quienes quieren romper
nuestro país y supone una inyección de moral de una envergadura
formidable.
La resistencia pacífica que hemos estado padeciendo
desde hace meses se va a intensificar y se va a convertir en más
hostigamiento. Y en el otro lado, en el lado de los defensores de la
Constitución y de la unidad de España, lo que se va a intensificar es la
profundísima desolación que ha provocado este golpe.
El daño producido al país y a su futuro no se puede medir en
este momento pero tiene todo el aspecto de llegar a ser formidable. Y
la fe en esa Europa que avala nuestras aspiraciones de pertenecer a un
club en el que se defiende de verdad las libertades y los derechos de
sus miembros y se respetan y se respaldan los ordenamientos jurídicos
de cada nación miembro, esa fe probablemente se va a ir debilitando
porque no es el primer golpe que la España constitucional y democrática
recibe de esa Europa tan venerada.
Cuando el Tribunal de Estrasburgo echó abajo la llamada doctrina Parot,
asestó a nuestro país un hachazo incomprensible e injustificable que
tuvo como consecuencia que no sólo los grandes asesinos de ETA salieran
en libertad mucho antes de lo que por sus muchos crímenes merecían, sino
que también lo hicieron violadores en serie que no tardaron en volver a
cometer sus crímenes. Y ahora esto.
Muchos españoles van a empezar a dar la espalda a aquella
Europa de la que durante tanto tiempo esperamos tanto. Desolación,
amargura, desencanto, decepción. Poco más se puede hoy añadir.
(*) Periodista
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