¿Por dónde andábamos? Quien quiera
seguir las peripecias del conflicto España/Catalunya tendrá que hacerse
con una guía Michelin si es de la vieja escuela o trabajarse el Google
maps si es de la nueva.
En este momento tenemos pendencias con la
justicia belga, la suiza y no sé si también hemos tocado la danesa, que
no sería de extrañar dada la habilidad diplomática española.
La cuestión
se discute en el Parlamento europeo, ha llegado a la ONU, el lunes
aterrizará en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) y tengo
entendido que Puigdemont ha recurrido su destitución vía 155 ante algún
otro alto organismo judicial.
Lo
que en un principio se llamó "internacionalización del conflicto" ahora
es ya "globalización". Los catalanes son hoy más famosos en Europa que
los hugonotes en las guerras de religión. Catalunya y los països
catalans se han paseado por todos los noticiarios de Europa y América.
Otro éxito sin precedentes de M. Rajoy, que está encantado de explicar
al mundo en las muchas lenguas que domina los esfuerzos de España por
mantener la ley y el orden y la monarquía y el Ibex35 y el 155 y
proteger a Catalunya contra sí misma, corroída, como está por el virus
del separatismo.
El
juez Llarena no permite a Sánchez ejercer su derecho de sufragio
pasivo. Hace muy bien. Él no está ahí para proteger los derechos del
ciudadano Sánchez, sino para proteger los de la sociedad de que el
presunto delincuente Sánchez no cometa más delitos de los que se presume
haya podido cometer. Si el preso preventivo Sánchez siente que se han
coartado sus derechos, es libre de recurrir por la vía que corresponda
pues esto es un Estado de derecho.
Y, después de un tiempo, el asunto
puede recaer en algún juez amigo que... y así hasta el infinito. El
Tribunal Supremo actúa como un órgano del gobierno, al igual que el
Tribunal Constitucional. Es la unidad funcional de los poderes en
situación de suprema urgencia para la Patria. El Parlamento no existe
salvo para que los diputados hagan valientes alegatos y se abucheen y
aplaudan, como en las peleas de barrio.
¿A
dónde los lleva eso? A nada. Con Sánchez bien encerrado, la CUP votaría
una investidura de Turull. Bueno pero, antes, habrá que esperar a la
decisión del TEDH. Luego, habrá que estudiarla y actuar en consecuencia.
La investidura de Turull en su momento es factible. Para los indepes,
todas las investiduras han sido factibles desde el principio, empezando
por la muy lógica y legítima de Puigdemont. Son los otros quienes han
puesto pegas, distingos, prohibiciones.
¿Para
qué les ha servido? Para nada. Alguien tendrá que ser presidente de la
Generalitat. Y alguien del bloque independentista. Y lo será. Y ¿qué
hará?
Pedirá
el levantamiento del 155, la libertad de los presos políticos, el
retorno de los exiliados y la cancelación de las actividades represivas
por las vías civil, fiscal y penal de los perseguidos por su
independentismo. A continuación pondrá en marcha un proceso
materialmente constituyente, lo llame así o no.
El Parlament actuará
como órgano soberano, cosa que el Tribunal Constitucional prohibirá
según le entre por el whatsap. La Generalitat opondrá una "desobediencia
republicana" y ahí surge el conflicto de nuevo. Si la reacción del
Estado es la vuelta al 155, más represión y más judicialización, no
habrá salida.
Por mucho que M. Rajoy invoque el "retorno a la
normalidad" esta está tan cerca como la Ultima Thule. La revolución
catalana no tiene vuelta atrás. Lo que se puso en marcha el 1-O no se
para.
A
lo mejor a alguien se le ocurre que quizá no sea mala idea sentarse a
negociar una solución política. Quedamos en que en ausencia de violencia
en España podía hablarse de todo. Aquí la única violencia que ha habido
la han practicado el Estado y las bandas de extrema derecha.
Corresponde cumplir la palabra; sentarse y hablar.
¡Ah! Y en público.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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