Después de una jornada frenética en que la mañana empezó con el jarro
de agua fria de que pasaban las horas, se mantenía el silencio del
Tribunal Supremo, y el conseller Joaquim Forn no abandonaba la prisión
de Estremera, el president del Parlament, Roger Torrent,
le dio carpetazo al día convocando para este jueves a las 17 horas el
pleno de investidura del candidato de Junts per Catalunya, Jordi Turull.
La política catalana es imprevisible y los cambios de guión son
constantes. También sorprendentes.
En esta ocasión no ha sido diferente.
La tutela que había mantenido hasta la fecha el magistrado Pablo
Llarena de la elección del president de la Generalitat impidiendo
primero la investidura del president Carles Puigdemont y más
recientemente la del diputado Jordi Sànchez ha implosionado, al menos en principio, en esta ocasión, con Jordi Turull, que subirá al estrado de la Cámara catalana para pedir el voto de los parlamentarios.
El magistrado Pablo Llarena, tan efectivo en
ocasiones anteriores, no parece disponer de triunfos para impedir la
investidura ante el cambio de guión. Todo hacía pensar durante buena
parte de la jornada que el movimiento anunciado por la mañana de citar
el viernes a las 10:30 al propio Jordi Turull junto a los también
diputados Josep Rull, Marta Rovira Carme Forcadell, Raül Romeva y Dolors
Bassa y comunicarles su procesamiento en la causa que instruye por sedición, rebelión, malversación y desobediencia
había sido definitivo.
Apartaba a Turull de en medio avisándole de las
consecuencias de una hipotética reiteración de delito y quien sabe si
incluso acababa adoptando medidas procesales mucho más graves. Este
movimiento de Llarena, imprevisto, y aparentemente vinculado a lo que
era noticia hasta aquellas horas, que la investidura iba a ser el lunes,
suponía una espada de Dàmocles sobre todos los diputados
independentistas.
El independentismo se movió excepcionalmente rápido y precipitó el
pleno para la víspera de la comparecencia de los procesados ante
Llarena. En estas circunstancias se pueden producir dos situaciones: que
Turull comparezca ya como president de la Generalitat elegido por el
Parlament de Catalunya -si los cuatro diputados de la CUP lo acaban
votando, cosa que no decidirán hasta unas horas antes- con la carga
simbólica que ello tiene y el consiguiente impacto a nivel
internacional.
Un president en el exilio, Carles Puigdemont,
y su sustituto recién elegido por la Cámara catalana quien sabe si, de
nuevo, camino de Estremera. La segunda, que no le invistan en esta
primera votación, para lo que se requiere mayoría absoluta, 68 votos que
solo pueden salir de los 64 de Junts per Catalunya y ERC -los sufragios
de Puigdemont y Comín no sirven por decisión judicial- y los 4 de la
CUP.
Iríamos entonces a la segunda votación de Turull, en la que solo
haría falta mayoría simple, más síes que noes, y se celebraría 48 horas
después, o sea, no antes del sábado a las 17 horas. Todo quedaría
entonces en manos del juez Llarena y de las medidas que impusiera. En
cualquier caso, una decisión contundente del magistrado podría llegar
incluso a impedir esta segunda votación. Sería el caso de una entrada en
prisión y de su inhabilitación.
Algunas de estas incógnitas se
resolverán en horas y se sabrá entonces el rumbo que toma una
legislatura que tiene todos los elementos de una novela de intriga por
capítulos. Y en la que todas las partes están jugando al límite aunque
con una diferencia: en un lado hay un equipo más cohesionado aunque con
menos diputados que en el otro.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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