La diferencia entre el Sánchez de ahora y el Sánchez de antes, aparte
de los costurones que recuerdan en su espalda la escabechina que
hicieron con él los barones que le creyeron muerto, radica en que el actual vive sin prisa y el de antaño estaba poseído por el síndrome frenético del rabo de lagartija.
Era un apéndice sin conexión con el cuerpo del partido que no paraba de
agitarse compulsivamente. Tenía prisa por consolidar un liderazgo que
había ganado a cara de perro contra el aparato en el verano del 14. Y
por detener el deterioro electoral que le había costado la cabeza a
Rubalcaba. Y por abortar el despegue de Podemos.
Pero
todo le salió mal. Ni fue un líder respetado, ni un candidato exitoso
ni un tapón eficaz de la izquierda emergente. Estaba más tenso que la
cuerda de un violín. Borde con Rajoy, temeroso con Susana Díaz y
obsequioso con Pablo Iglesias. La repetición electoral fue la puntilla
que acabó con su crédito. No solo volvió a fracasar como cabeza de
cartel, sino que puso de manifiesto su incapacidad para liderar un
discurso de cohesión nacional frente al desafío separatista.
Tampoco
supo coser acuerdos de Gobierno. Como un pelele inane, acabó siendo
manteado por el Comité Federal en el otoño del 16. Su presunto cadáver
recibió un funeral de segunda. Como no merecía un monumento distinguido
lo llevaron de malos modos a la fosa común.
Cuando el aliento de las bases lo devolvieron a la vida, para asombro
de tiros y troyanos, sus primeros balbuceos en calidad de resucitado
alimentaron malos presagios. El brillo de la venganza bailaba en sus ojos.
Contra los barones que lo habían apuñalado. Contra los fieles que lo
habían abandonado cuando le creyeron en el otro barrio. Contra el
Gobierno que había inflado con propaganda televisiva a discreción la
marca electoral que le arañaba más votos. Contra los medios de
comunicación que le habían ninguneado. Contra la España constitucional
que le había colgado el cartel de sospechoso. Durante unos meses volvió a
parecerse al rabo de la lagartija.
Luego,
todo cambió. Se amigó con Rajoy, se peleó con Iglesias, pactó el 155 y
comenzó a disputarle la centralidad al partido de Rivera. Sin urgencias
electorales a la vista y con el partido sujeto por las bridas de la
militancia, la prisa de su primer mandato fue siendo sustituida por el
manso aquietamiento del segundo. El miedo a la catástrofe pasó. La
migraña emigró a la cabeza de Podemos. Tiempo de alivio.
Sin embargo,
más allá de las apariencias, no parece que Sánchez tenga motivos para estar pletórico.
Su acercamiento al PP, según las encuestas, no es mérito propio sino
demérito ajeno. Rajoy cae y él apenas se mueve. Los votos que recupera
gracias a la desbandada del electorado podemita los pierde por el flanco
colindante con Ciudadanos. Ahora el riesgo de sorpasso no
procede de la izquierda, sino del centro, pero la espada de Damocles de
convertirse en tercera fuerza sigue sobrevolando su cabeza.
De
ahí que, con el sosiego que da la anchura del tiempo, se haya decidido a
cambiar las reglas internas del partido. Lo quiere en un puño. Sin
baronías sediciosas. Sujeto al control de un solo puente de mando. Sin
capacidad para que pueda volverse contra él en el supuesto de que las
urnas vuelvan a castigarle.
Según la teoría del nuevo reglamento, las destituciones del secretario general y los pactos con otros partidos pasan a ser, desde ahora, jurisdicción de las bases.
Se acabaron los conciliábulos en el Palacio de San Telmo o en los
reservados de Madrid. "Hemos dado un paso de gigante en favor de la
regeneración democrática –dijo en Aranjuez ante el Comité Federal que
bendijo su propuesta–. El PSOE se ha convertido en el partido más
democrático, participativo y paritario del país."
Y un cuerno. Léase lo que se dice en la letra pequeña –de la que
pocos hablan– y se advertirá que la Ejecutiva federal se reserva la
facultad de vetar las consultas a la militancia, de convocarlas e
incluso de declarar vinculante o no su resultado. También se reserva la
ultima palabra en la elaboración de listas electorales por encima de lo
que digan las primarias. Es decir, que las bases tendrán el control
mientras quieran ejercerlo para aplaudir.
De lo contrario, adiós muy
buenas. Es muy posible, después de esto, que haya un solo PSOE y no
diecisiete –como proclama Sánchez– pero es seguro que ese partido único
no será el modelo a seguir. Uno de los barones que a partir de ahora
queda atado a la columna de la obediencia ciega saludó así, off the record,
la reforma sanchista: "Es escandalosa, populista y de un cesarismo de
dimensiones inmensas. Acaba con todos los órganos de control interno e
interviene en las federaciones del partido".
La pregunta era de cajón:
– ¿Habrá frente opositor para frenarla?
La respuesta, demoledora:
– No, el PSOE ha bajado los brazos y permitirá un cambio tan drástico
sin contestación interna. ¡Viva el modelo más democrático, participativo
y paritario del país!
(*) Periodista
https://www.libertaddigital.com/opinion/luis-herrero/el-mal-ejemplo-84438/amp.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario