Si no fuera por el impulso de la marca Barcelona y la capacidad de
los diferentes agentes económicos y sociales para hacer de la capital de
Catalunya una ciudad casi imbatible aunque esté con numerosos problemas
encima de la mesa, a estas alturas estaríamos hablando de la necesidad
de que se produzca una reacción que acabe con el desgobierno municipal,
la incapacidad para tejer alianzas de cualquier tipo y la extrema
soledad de Ada Colau.
La alcaldesa de Barcelona, que llegó a la plaza de
Sant Jaume con una serie de promesas municipales de cambio, tiene un
bagaje más bien escaso de resultados a falta de poco más de un año para
las elecciones. Incluso, en muchos momentos del mandato ha dado la
sensación de que la ciudad funcionaba con el piloto automático ante la
ausencia de un proyecto integral y de una dirección política que lo
fuera ejecutando. Como si lo que hubiera fuera un equipo sin ideas que
pudiera llevar a la práctica.
Esta semana se ha vuelto a evidenciar en el Saló de Cent con la
obligada moción de confianza que ha tenido que presentar ante la
incapacidad para aprobar los presupuestos. Once votos a favor, los de
su grupo municipal, y treinta en contra, los de todos los demás
partidos, es todo un revolcón por más explicaciones que se quieran dar.
Nunca en la historia de la ciudad los votos a favor de quien lleva las
riendas del consistorio habían sido tan pocos y tantos los de la
oposición.
¿Qué pasó con la ampliación del tranvía, con las promesas de
luchar contra los desahucios, con la moratoria hotelera, con el debate
sobre el turismo, con las reclamaciones de los comerciantes? La lista
seria interminable. Por no hablar de un silencio demasiadas veces
clamoroso ante la gravedad de los hechos políticos que suceden en
Catalunya.
El hecho de que la ley electoral dificulte la presentación de una
moción de censura dada la extrema dispersión del voto en seis
formaciones políticas no es óbice para que el equipo de gobierno se haya
instalado en la indigencia política, mientras la oposición es incapaz
de poner encima de la mesa un pacto de ciudad que desencalle proyectos
estratégicos fundamentales.
A cambio, el equipo de gobierno ofrece a los
barceloneses una multiconsulta que pretende sobre todo suplir
su incapacidad para gobernar la ciudad y aparcar cualquier debate serio
sobre la gestión llevada a cabo durante su mandato. Y de paso entretener
al personal. Todo en vez de gobernar.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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