lunes, 4 de diciembre de 2017

El hombre que susurraba a los mandamases / Adrián Ángel Viudes *

Nicholas Evans publicó hace unos años una esplendida novela que alcanzó gran fama “El hombre que susurraba a los caballos”. Narra la historia de una adolescente que, tras sufrir un tremendo accidente mientras montaba, queda traumatizada ella y su caballo. En tratamiento la hija, la madre decide acudir a un vaquero cuya fama de susurrar a los caballos, y curarles sus dolencias psíquicas, estaba muy extendida.

Robert Redford protagonizó la película basada en esa novela de éxito. Hace unos meses saltó la noticia que implicaba al todopoderoso presidente del diario La Razón de ser el hombre que susurraba a doña Soraya, y que estos susurros tenían su precio, el que cobraba a las empresas que necesitaban componer o recomponer sus relaciones con la todopoderosa vicepresidenta.

Esa clase de intermediación, y el cobro por la misma, es algo tan antiguo como el techo del Malecón. Lo que ocurre es que el procedimiento se ha modernizado. Ahora el hombre que susurra se suele rodear de uno o dos especialistas en fiscal y administrativo, y él se reserva las relaciones con el poder; y así empresarios o particulares acuden, como moscas a la miel, para intentar solucionar sus problemas con el fisco, con la administración, o para poder abrir la puerta del cabecilla de turno.

En nuestra querida y fenicia Murcia se sabe de mas de un susurrante; alguno ya veterano y con cargo institucional, y otro, recién abandonada su importante poltrona, acaba de inaugurar, en su pueblo de origen una gestoría administrativa, para, supuestamente actuar de conseguidor- susurrante. Barrunto competencia; quizás para evitarla asistamos en breve a un holding de susurrantes.

Hay empresarios o particulares que tienen problemas fiscales, administrativos o contenciosos; o necesidad de exponer a algún alcalde, consejero, o al Presidente, sus proyectos o sus problemas, y, ¡eureka!, aquí está quien puede susurrar a la Hacienda pública estatal; susurrar a los consejeros, incluso susurrar al Presidente. Esos susurros tienen su precio, algo elevado, pero si el éxito acompaña, el afortunado lo difunde, y cualquiera en apuros está dispuesto al trueque.

¿Podríamos catalogar estas actuaciones como corruptas? ¿Nuestra manga es tan ancha que más que repulsa provoca envidia?. A mí, que quieren que les diga, cuando conozco esos tejemanejes algo me rechina. Reconozco, y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que más de una vez he influido a favor de un amigo, pero esta influencia siempre ha sido gratuita, lo de cobrar es lo que reviste de tintes corruptos a la disposición de ayudar al prójimo.

Recuerdo lo que antiguamente se decía para justificar el cobro por ejercer la profesión más antigua del mundo: ¿Quien se corrompe más: la que peca por la paga o el que paga por pecar? Aplicado en el caso que nos ocupa dejo a los lectores le decisión de colocar al que cobra por susurrar en mejor o peor lugar que el que paga por el susurro, pero queda claro que ambos son pecadores.

Malicio que casi todos los Presidentes, alcaldes consejeros regionales y altos cargos, han tenido susurradores; de los cabecillas, unos han sido más proclives que otros a la escucha, y alguno, por  complacer al susurrador, y hacer lo que no debía, está encausado. Los mandamases cambian, pero los susurradores más avispados flotan como el corcho y son capaces de buscar atrevidas artimañas para seguir susurrando al nuevo prócer. 

Si para no perder el favor hay que echar mano de alguna dádiva, se hace. El obsequio puede ser material o inmaterial; entre estos últimos se encuentran: declaraciones de apoyo, lisonjas públicas, poses reverenciosas; cualquiera que bien disponga al mandamás para un próximo susurro.

Si además el susurrante consigue trasladar a la opinión la posibilidad de volver al poder que ya tuvo, miel sobre hojuelas. No hay nada que abra más puertas de políticos que las expectativas de destino.

Todo vale con tal de tener abierto el “chiringuito”, no fuera a ser que, sin nadie a quien susurrar, el susodicho, durante sus cotidianos paseos, no tuviera para farfullar mas que a los leones del Malecón.

¿Sabrán nuestros dirigentes políticos graduar su escucha de acuerdo con de las intenciones del suplicante?


(*) Ex presidente de la Autoridad Portuaria de Cartagena y de la CHS


 (Publicado hoy en el diario La Verdad)

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