lunes, 9 de octubre de 2017

Los independentistas se hicieron falsas ilusiones sobre Europa / Antonio Sánchez-Gijón *

Lo que ocurre en Cataluña tiene una lec­tura sin­gular en el con­texto eu­ro­peo: obe­dece al mismo es­pí­ritu de in­sa­tis­fac­ción sobre el modo de estar o de par­ti­cipar una so­cie­dad, o un país con­creto, en los pro­cesos de in­te­gra­ción de la Unión Europea. Aunque esa in­sa­tis­fac­ción es obvia en casos como los de Polonia, Italia y Hungría, no es tan obvia en el caso de Cataluña. Por eso es ne­ce­sario des­cri­birla y ex­pli­carla. 

Al contrario que los estados mencionados y todos los otros miembros, que se relacionan con las instituciones de la Unión por derecho propio, Cataluña lo hace, para lo esencial de sus relaciones con la Comisión a través de la mediación del estado español, aunque sus relaciones con otras instituciones de la Unión sean más directas, como por ejemplo la representación de los partidos exclusivamente catalanes en el parlamento europeo, y la representación institucional de Cataluña en el Comité de Regiones, una entidad de influencia y poder relativamente limitados .

 Tengo para mí que esta necesaria mediación española es una de las explicaciones del desasosiego que las fuerzas independentistas sienten respecto del actual aparato institucional español, y que explicaría su intensa hostilidad hacia el gobierno de Madrid.

Ese sentimiento de frustración, sin embargo, ha ofuscado la percepción de las fuerzas separatistas sobre las posibilidades de mantener la actual integración de Cataluña como territorio de la Unión, una vez que hubiesen perdido la mediación institucional española por culpa de su declaración unilateral de independencia (DUI). Esa falsa expectativa ha sido mantenida a través de los años por Convergencia Democrática de Cataluña y Esquerra Republicana, sin apenas prestar oídos a las autoridades de la Unión y a las españolas sobre sus escasas posibilidades de que se cumpliera.

Puede parecer increíble que ninguno de los numerosos académicos catalanes, muchos de ellos altamente cualificados para comprender y explicar las complejidades del orden político europeo, no hayan podido convencer al ‘govern’ de que no debió crear falsas expectativas sobre la continuidad de Cataluña dentro de la Unión desde el día y hora de una independencia no acordada con España. ¿Habremos de creer que ellos también estaban convencidos de la promesa de una Cataluña-Estado de la Unión desde el día Uno de la DUI? ¿O más bien intentaron ilustrar (y desilusionar) al ‘govern’ pero no fueron capaces de convencer a unas fuerzas políticas nacionalistas enfervorizadas? Es lo malo de creer que la fe ciega suplirá la fuerza que te falta.

Esa laguna mental, esa percepción errónea, o si se prefiere esa mentira, es en gran parte lo que explica la reacción ante ella de los dos grandes bancos radicados en Cataluña, aparte de otras muchas empresas, al decidir el traslado de sus sedes a otras comunidades de España. Aunque los efectos prácticos y operativos de esas medidas serán sin duda limitados, su valor como señal al ‘govern’ hace evidente la incongruencia, la inconsistencia y la irresponsabilidad de los gobernantes catalanes al asegurar a su electorado que la cuestión de la permanencia de Cataluña en la Unión era un problema que se resolvería por sí sólo, al percibir Europa en conjunto, los líderes nacionales de los estados miembros y la misma Comisión la profundidad y pureza de intenciones del compromiso del ‘govern’ de Cataluña con el proyecto europeo.

Esas ilusiones ponen las expectativas europeas del independentismo catalán en la misma onda de insatisfacción y particularismo nacionalista que recorre Europa, bajo la denominación común de populismo.

Veamos unos pocos ejemplos. El más disruptivo de ellos ha sido, sin duda, el malhadado Brexit.

Debido al mismo disentimiento popular respecto de las políticas europeas comunes y las disciplinas económicas que éstas imponen internamente, vimos a Matteo Renzi someterse a un referéndum, que perdió en diciembre del 2016, viéndose obligado a dimitir, dejando a Italia igual de estancada que antes.

Fenómenos similares se sucedieron en Austria (partidos populistas de izquierda y derecha, enzarzados en disputas sobre resultados electorales que deben ser arbitradas por el Tribunal Supremo). También en Holanda, paralizado políticamente durante meses, después de marzo, por la victoria electoral del partido de la Libertad, de extrema derecha.

Alemania ha estado a punto de encontrarse en una coyuntura semejante, de cara a su próximo gobierno, debido al impresionante avance del partido ’antieuropeo’ Alternativa por Alemania, que solo se podrá remediar por una coalición cristiano-demócrata-liberal-Verdes.

Todos esos escenarios son similares al que acabamos de vivir en Cataluña, puesto que su actual ‘govern’ ha dado prioridad absoluta a sus políticas particularistas, ignorando los compromisos constitucionales que cada estado miembro de la Unión contrajo en su momento, y haciéndose ilusiones sobre el grado de concesiones que la Unión puede conceder sin minar sus propios fundamentos. Aparte de una lamentable ignorancia del espíritu de los tratados, y lo que es peor, de su misma letra.


(*) Periodista


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