Un dirigente del PP acaba de decirme: "Haremos lo imposible por evitar
la violencia". Sabe muy bien mi interlocutor - vino del País Vasco- que
las riñas por las banderas suelen ser las más sangrientas; sangrientas,
aún hoy, cuando ya la violencia no es la partera de la historia, ni la
lanza de Aquiles cicatriza las penas que ha infringido.
El nacionalismo sigue siendo la plaga que conlleva furia y destrucción. Mariano Rajoy,
desde el supuesto de que lo que no es legal, no es democrático, ha
prometido hacer lo que sea necesario para defender a la nación de los
enemigos. "Lo vamos a hacer bien -ha dicho en el epílogo de su solemne
discurso- que es como hay que hacer las cosas".
El presidente del Gobierno ha pedido al Tribunal
Constitucional que anule la Ley del Referéndum y las otras leyes
fantasmas que en la isla Barataria del Parlament aprobaron los
aprendices de estadistas. Pero en el aire sigue la fatídica pregunta:
¿Se van a poner las urnas o no? Esa es la cuestión. Si colocan algunas
en sedes del Govern y las apoyan piqueteros de partido, la fuerza
pública intentará retirarlas, y entonces entraremos en territorio
desconocido. Se acabarán las palabras y volarán los hechos y las mesas. O
triunfará el Estado o empezará a dar patadas en el vientre del tiempo
la República catalana.
Me informa un distinguido miembro
del sanedrín de juristas: "El día primero de octubre estallará una
batalla dialéctica o una batalla física. Si es física, probablemente se
aplicará primero Ley de Seguridad Nacional. Si siguen las sentadas, las
ocupaciones, las tomas de edificios, como se tiene previsto, podría
aplicarse el estado de sitio". El primero que ha citado esa maldición ha
sido un tal Turull, consejero de la Presidencia del
Govern, aunque ha añadido al "estado de sitio" el adjetivo encubierto.
Para aplicar esa ley de excepción no hay que volver a épocas oscuras,
sino al artículo 116 de la Constitución.
Catalanes no
nacionalistas siguen pensando que el Gobierno de España ha ido
retrasando el encontronazo con el secesionismo y éste se ha
envalentonado exigiendo lo imposible. Y ya decía Cambó que
hay dos maneras de llegar al desastre: una pedir lo imposible; otra
retrasar lo inevitable. Esta no es la España de la Restauración ni
Cataluña aquella tierra de tenderos, viajantes y payeses. Según Pla, Alfonso XIII traicionó
a Cambó tantas veces como le pareció necesario en virtud de un
españolismo folclórico y primario.
Ahora, el conflicto tiene aspectos
misteriosos. Me dice un castizo: "No hay que soltar la cabra por la
Layetana, pero ha llegado el momento de plantarse". "Que nadie
menosprecie la fuerza de la democracia", dicen los de la Moncloa. Un
líder mediático de allá comenta: "La semilla del caos la sembró el PP en
2010. Han tenido diez años para rectificar y no lo han hecho. Puigdemont se lo cree y contra alguien que se quiere inmolar no hay nada que hacer. A éste le suda la polla que lo metan en la cárcel".
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario