lunes, 25 de septiembre de 2017

El gallo y la comadreja / Antoni Puigverd *

Ríete de las fake news de América de Trump! La primera víctima de los hechos de septiembre ha sido la información. La prensa de Madrid describe lo que sucede en Barcelona con una selección de anécdotas representativas de la perfidia esencial del independentismo. El vehículo de la Guardia Civil destrozado, la fachada empapelada de la madre de Rivera, los alcaldes socialistas señalados, el pressing a los periodistas de las televisiones... 

Son anécdotas tristes, lamentables, condenables, pero no más que otras que son silenciadas: desde detalles como la destrucción del coche particular de un independentista justificada con una vengativa nota hasta la gran ­coacción general: las admoniciones que el fiscal, el ministro portavoz y otros cargos del Estado formulan contra los movilizados que ejercen en plazas y calles su derecho a la ­libertad de expresión. 

La acusación de se­diciosos (poca broma: ¡ocho años de prisión!), coacciona muy severamente su derecho a la protesta. Ahora bien, el silencio más elocuente de la prensa española guarda re­lación con la conculcación de los derechos básicos de las personas detenidas o de las empresas registradas sin una ­orden judicial clara, sin acusación precisa, con una discrecionalidad por parte de la Guardia Civil que no veíamos en Catalunya desde 1976.

Maravilla, un relato periodís­tico tan sesgado. Es como si la sensibilidad democrática del periodismo y de la intelectualidad española sólo tuviera ojos para los errores del independentismo, ­obviando el inefable compor­tamiento del Gobierno de Rajoy, y las más que sospechosas con­nivencias entre las máximas instancias del poder judicial y el ­ejecutivo.

La prensa capitalina silencia una parte de la realidad y, al ­mismo tiempo, hace un uso muy pe­ligroso del lenguaje: habla de “tumultos”, no de concentra­ciones; habla de ataques a per­sonas o instituciones cuando los concentrados utilizan tan sólo ­papel o pa­labras. Cuando el Par­tido Popular, en un panfleto, señala a los concejales de Madrid que han participado en las pro­testas de estos días, los medios de comuni­cación o bien no lo re­portan o lo dan por bueno. Es ­decir: lo que es diabólico en los ­jóvenes de Arran es angélico si lo hace el PP.

 Hace años que se desde Madrid se tacha de propagandista a la prensa catalana, pero el tópico no resiste la comparación entre los diarios de Madrid y los dos principales de Barcelona: los barceloneses incluyen el re­lato de todos los hechos, no sólo los que convienen a su línea editorial, y proponen una amplia variedad de opinión. Es verdad que en la radiotelevisión pública catalana pre­domina el propagandismo. Pero ¿acaso son ecuánimes la radiotelevisión española, las cadenas privadas y los periódicos con sede en Madrid?

La constancia y la parcialidad denigratoria del periodismo es una de las causas principales de todo lo que ahora está pasando. Puede que la causa principal. Boban Minic, un gran periodista de Sarajevo refugiado en el Empordà desde el final de la última guerra balcánica, sostiene que aquella guerra nació de las medias verdades, las mentiras, la doble moral y el silencio ante los errores y abusos propios que la prensa de cada territorio de la ex-Yugoslavia fabricó. Mucha atención. Jugamos con fuego.

La mayor parte de los españoles no saben las causas de lo que sucede en Catalunya porque no han sido explicadas. El periodismo español sigue practicando con Catalunya el juego de la comadreja y el gallo, una fábula de Esopo. La comadreja quería zamparse el gallo, pero necesitaba una razón para hacerlo y le acusó de no dejar dormir a los hombres. El gallo contestó que los ayudaba a despertarse. La comadreja lo acusó entonces de tener demasiadas novias, y el gallo contestó que así ponían más huevos. Cada respuesta del gallo era inútil, porque la comadreja presentaba una nueva acusación. Lo que ella quería era comerse el gallo; y así lo hizo.

De los catalanes se ha dicho todo desde el tiempo de Quevedo: que eran egoístas, tercos, bandoleros, desleales, individualistas, carlistas y, por tanto, demasiado derechistas, pero también demasiado republicanos, etcétera. Yo, personalmente, he tenido que hacer frente a las siguientes críticas por haber ejercido la catalanidad: en tiempos de Franco, era separatista e imitador de perros (no me lo dijeron sólo en la mili). 

En la universidad, hablar en catalán en las asambleas era burgués. En democracia: mi lengua no servía para hablar de física (Suárez), era contraria a la igualdad (González), opuesta a la razón ilustrada (Savater), contraria a los derechos individuales (C's), incívica y antisocial (Manifiesto por la Lengua Común). Ahora es contraria a la democracia. Las razones van cambiando, pero persiste el fondo: la catalanidad siempre es sospechosa. El catalanismo ha cometido históricamente muchos errores. Y seguramente ahora los repite. Pero no se puede negar que la cultura política española se divierte provocándolos.

En un proyecto colectivo, la esperanza y el futuro dependen de la lealtad mutua. A los catalanes, la lealtad siempre les es exigida; tanto como les es regateada.


(*) Escritor español en lengua catalana


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