No está claro si el sistema monetario digital podría siquiera existir
sin acceso al dinero físico. El dinero que tienes en el banco y cuya
cifra ves a través de una pantalla, no sería nada si no pudieses
cambiarlo por efectivo. A pesar de ello, los bancos de muchos países
esperan que la gente se olvide poco a poco de que tiene derecho a sacar
su dinero, cerrando los cajeros y las sucursales y bloqueando así el acceso.
Mientras
los jóvenes parecen estar olvidando que la posibilidad de tener el
dinero fuera del banco existe, a los mayores no se les olvida. No
obstante, la gente se vincula cada vez más a instituciones financieras
que vigilan e influyen en la infraestructura de pagos.
Los promotores de una sociedad sin efectivo lo pintan como un
obstáculo anticuado, como esos carros de caballos que bloquean la
carretera para los coches. Sin embargo, en realidad, no hay ningún
conflicto en mantener los sistemas de dinero en efectivo y digital.
A
diferencia de los carros de caballos frente a los coches, el papel
moneda circula por vías totalmente diferentes a las de los pagos
digitales. Es un sistema paralelo, y desde la perspectiva del usuario, el efectivo se parece más a la bicicleta que al carro de caballos.
Puede que no se mueva tan rápido ni vaya tan lejos como los sistemas
digitales transnacionales, pero es estupendo para salidas cortas, es más
inclusivo y, desde luego, resulta útil cuando el otro sistema se
atasca.
Una cuenta bancaria digital depende de su accesibilidad y
de que ese sistema se mantenga. El dinero en efectivo, por el contrario, no se bloquea cuando falla la electricidad o cuando un ciberataque hace caer un sistema de pagos.
Cualquier sociedad que dependa exclusivamente de plataformas
digitales gestionadas por grandes instituciones acabará teniendo
problemas de resiliencia. Si las instituciones se desconectan, puedes
encontrarte de repente sin poder interactuar con tu entorno. Durante una
interrupción de 10 horas en los sistemas europeos de Visa en 2018
(causada por un fallo en su centro de datos principal) se bloquearon 5,2 millones de intentos de pago, lo que hizo que todos empezaran a buscar un cajero desesperadamente (que cada vez son más difíciles de encontrar en algunos sitios).
En
EEUU, por ejemplo, suele haber una fuerte demanda de efectivo antes de
la llegada de los huracanes. La gente entiende que los sistemas
digitales son inseguros, y en un mundo en el que la crisis climática
hace más probables los fenómenos meteorológicos extremos, poner todos
los huevos en la cesta digital lleva a que la economía sea mucho menos
resistente.
Pero incluso en tiempos normales, mucha gente
prefiere el papel moneda, especialmente en situaciones en las que pagar
con tarjeta parece exagerado. Piensa en una partida de cartas en casa,
donde los amigos meten dinero en efectivo en un bote común, o en las
cajitas de metacrilato para hacer donaciones en una iglesia, museo o
tienda.
Depositar el dinero en la caja es sencillo, no requiere
una cuenta ni una infraestructura digital, y funciona bien en esta
situación cotidiana. ¿Y por qué tienen que interponerse las
empresas de pagos digitales de todo el mundo entre tú y alguien a quien
quieres darle dinero por caridad?
Tampoco es un secreto que existen dinámicas de clase: las personas más ricas son más propensas a utilizar los pagos digitales, en parte porque tienen mayor confianza en instituciones como los bancos y también mejor acceso a ellos. Una encuesta de Morning Consult de 2021 revelaba que el 10% de adultos de EEUU no tenía cuenta bancaria.
Tampoco hace falta un título de sociología para darse cuenta de que
los establecimientos que rechazan el efectivo tienen más éxito en zonas
donde se mueve más capital. Si esta tendencia continúa, asistiremos a la
formación de una economía dividida, donde millones de usuarios que
utilizan papel moneda (entre los que se encuentran personas mayores,
minorías étnicas o gente reacia a las instituciones financieras) se vean
más excluidos.
A pesar de lo crucial que es mantener un sistema de pagos inclusivo, parece que lo digital va ganando terreno.
Los anuncios de los pagos digitales no dicen: "Disfruta de la
velocidad, la comodidad, la vigilancia, el ciberhackeo, la exclusión y
las debilidades de las infraestructuras críticas que aporta nuestra
plataforma", aunque esto es lo que esconden bajo la superficie de la
comodidad.
Más poder para los bancos
Una cosa debe quedar clara: uno de los principales beneficiarios de la evolución hacia los pagos digitales es el sector bancario.
Precisamente por eso, Brian Moynihan, CEO de Bank of America, declaró
abiertamente lo siguiente: "Queremos una sociedad sin dinero en
efectivo", añadiendo que su empresa tiene "más que ganar que nadie" con
el paso a las transacciones digitales.
Esto resulta obvio cuando
se piensa en las diferencias entre las transacciones en efectivo y las
realizadas con tarjetas o aplicaciones. Las primeras están localizadas y
se realizan aquí y ahora entre 2 personas mediante el simple acto de
entregar un billete. Una transferencia bancaria digital, por el
contrario, nunca está localizada: se pone en marcha a través de un
dispositivo -una tarjeta, un teléfono o un ordenador- que se comunica
con un centro de datos bancario distante.
Las llamadas
transacciones sin efectivo tienen lugar entre 2 bancos que actúan en su
nombre, y que se interponen entre compradores y vendedores. Y esto tiene
serias implicaciones para la privacidad.
Empresas como Bank of America se muestran entusiasmadas con la idea de acabar con el papel moneda no solo por las comisiones, sino también porque obtienen grandes cantidades de datos sobre quién transfiere cuánto a quién.
Esta información es extremadamente útil para perfilar a los clientes
(información que puede utilizarse para la venta cruzada o para decidir
establecer un perfil de riesgo).
Además, las principales compañías tecnológicas, como Google, pueden utilizarlos para rastrear, por ejemplo, la eficacia de su publicidad online.
En la sociedad sin dinero en efectivo que pretenden construir
Moynihan y otros ejecutivos, cualquier persona que no pueda tener una
cuenta bancaria queda efectivamente excluida de la economía. Esto podría
ocurrir si se forma parte de un grupo minoritario al que los bancos no
consideran lo suficientemente rentable como para ofrecer servicios, o también por razones políticas.
Una
de las principales preocupaciones sobre el aumento de los pagos
digitales en países con gobiernos autoritarios es que se puede ordenar a
los bancos que, por ejemplo, impidan a los disidentes políticos o a los defensores de la democracia comprar determinadas cosas a determinadas personas.
Durante las protestas de Hong Kong de 2019, los activistas hacían cola
para comprar billetes de metro con efectivo, por si acaso el pago con
tarjeta permitía rastrearles y descubrir que se dirigían a los lugares
de las protestas. En una sociedad sin papel moneda, tus pagos podrían
ser no solo vigilados, sino también bloqueados para evitar que viajes.
Vemos un ejemplo a escala limitada de este paternalismo en
la "tarjeta de asistencia social sin efectivo" australiana, que impide a
los beneficiarios de la asistencia social comprar alcohol y otros
productos no aprobados en establecimientos no autorizados. También les
impide retirar dinero en efectivo para eludir las restricciones.
Pero quizás el elemento más olvidado de esta historia es el hecho de
que el ataque al dinero en efectivo es un ataque a los negocios locales
que forman la columna vertebral de las comunidades. Una de las críticas a
la tarjeta de asistencia social australiana es que aleja a los
ciudadanos del apoyo a los negocios locales que priorizan el efectivo y
los dirige hacia los grandes minoristas que trabajan con Mastercard y
Visa.
El dinero físico se mueve por naturaleza de forma
localizada, y no es probable que acabe siendo utilizado para apoyar a un
gigante tecnológico lejano. En décadas pasadas era normal que la gente
pagara con papel moneda en los comercios locales, pero actualmente se está imponiendo el pago digital por parte de los usuarios a grandes plataformas como Amazon.
Los principales beneficiarios del pago digitalizado no son solo los
bancos o instituciones financieras, sino también las grandes compañías
tecnológicas.
¿Pero qué pasa con las criptomonedas? Una de las afirmaciones de la creciente industria de las criptomonedas es que los tokens ayudan a "democratizar" las finanzas digitales lejos de las grandes instituciones.
Sin
embargo, la gran mayoría de las personas que tienen bitcoin lo ven como
un activo especulativo y no como una forma de dinero en sí. E incluso
cuando se utiliza para el intercambio, la gente depende de su precio en
dólares para decidir qué cantidad entrega.
Los tokens criptográficos se enfrentan a los mismos problemas de piratería y resistencia
que cualquier sistema digital, y también someten a los usuarios a
volatilidades salvajes y desestabilizadoras del precio cuando se
negocian en mercados especulativos. Las criptomonedas tienen cabida, pero poner el foco de este debate en ellas es una distracción.
Las personas más vulnerables del mundo dependen del sistema de dinero
físico ya existente, y nuestra prioridad debería ser proteger ese
sistema. Sin embargo, esta campaña para proteger el papel moneda también
beneficia a los que disfrutan de las plataformas digitales.
La
lucha por los carriles para bicicletas en las ciudades dominadas por los
coches no es necesariamente un movimiento en contra del coche: los
defensores de los automóviles también se benefician de la reducción del
tráfico y de la opción de utilizar su bicicleta de vez en cuando.
Del
mismo modo, tenemos que luchar por una infraestructura de dinero en
efectivo y por leyes a favor de este para evitar que las economías y las
vidas de los ciudadanos se vuelvan totalmente dependientes de un único
conjunto de gigantes digitales.
Puedes disfrutar de las ventajas de Bizum y los pagos digitales, pero
eso no quiere decir que no te venga bien un sistema alejado del mundo
online para ocasiones concretas.