La epidemia convertida en pandemia ha sido un acontecimiento
extraordinario, no por advertido por algunos, menos inesperado. Sus
efectos son incalculables, entre otras razones porque sigue viva y
coleando y nadie sabe cuándo dejará de gravitar como amenaza para todos
los ciudadanos.
Por eso todas las proyecciones sobre las consecuencias
sanitarias (mortalidad) y económicas (recesión) están sometidas a una
incógnita esencial: ¿hasta cuándo? Si conocer el punto final las
estimaciones con menas conjeturas o adivinanzas.
El servicio de estudios del Banco de España lo advirtió días atrás
cuando publicó sus previsiones económicas, muy negativas, sometida a la
incógnita sobre la duración del estado de emergencia y de la hibernación
forzosa de buena parte de la economía. Trabajaron con tres hipótesis:
La primera con ocho semanas de confinamiento (hasta mediados de mayo)
e inmediata normalización de la actividad productiva. Para ese supuesto
la caída del PIB se estimó en el 6,6% para todo el año. Esa hipótesis
hay que descartarla, el confinamiento llevará más tiempo aunque sea de
forma parcial y la normalización de la actividad va para más largo.
La segunda hipótesis: ocho semanas de confinamiento y normalización
de la actividad después del verano. En ese caso el retroceso del PIB se
estimó en el 8,7%. La hipótesis sigue vigente ya que la progresiva
normalización tiene un horizonte amplio, verosímil si la epidemia decae y
no entra en segunda ronda y si las heridas del sistema productivo tras
meses de hibernación no son tan severas como para precisar una larga
convalecencia.
La tercera hipótesis contempla 12 semanas (hasta mediados de junio)
de confinamiento y una normalización incompleta durante todo el año.
Para ese supuesto la caída del PIB alcanzaría el 13,6% con desempleo
superior al 20% y déficit público por encima del 10%, porcentajes ambos
muy optimistas.
Los datos publicados como avance por el INE para el primer trimestre
del año, advirtiendo que apenas se han tomado datos de la última
quincena de marzo, asumen una caída del 5% del PIN como primer mordisco
de la catástrofe. A finales de junio el INE revisará los datos del
primer trimestre y advierte que puede ser una revisión significativa.
Las estimaciones del INE conducen al pesimismo, a las peores hipótesis
que solo tienen alternativa si la epidemia se detiene y la normalización
se acelera.
Otra dato conocido ayer es el del IPC: siete décimas negativo. Un
dato tranquilizador desde el punto de vista del coste de la vida pero no
tanto para una situación de endeudamiento acentuado, que hoy no
preocupa a nadie (está mal visto advertir de ese riesgo) pero que puede
convertirse en insoportable en un futuro no lejano. El fantasma del
rescate y sus connotaciones asoma por alguna esquina.
Es evidente que el gobierno quiere acelerar la normalización y
también que se trata de una operación de enorme complejidad ya que tan
peligroso es ir muy rápido como quedarse corto. Haga lo que haga el
gobierno estará mal (para sus críticos y adversarios) o bien (al menos
por buena voluntad) para quienes les apoyan.
El juicio más fundado en el
corto y medio plazo no llegará hasta después del verano, cuando los
datos disponibles sean consistentes y cuando se puedan hacer
comparaciones con las estrategias y resultados de otros países.
El
gobierno destila autoestima. Satisfacción por la gestión de la crisis,
intenta imponer su relato de éxito. Los datos objetivos no acompañan, ni
los de orden sanitario ni los de orden económico. En ningún caso las
autoridades responsables han ido por delante de la crisis.
(*) Periodista y economista
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