jueves, 19 de marzo de 2020

El discurso del Rey… manca finezza / Fernando G. Urbaneja *

No lo tenía fácil el Rey. Su discurso a la nación encerraba algo de necesidad y mucho de riesgo. Por un lado el silencio del Rey, del Jefe del Estado, no tenía explicación; y por otro dotar al mensaje de contenido rozaba lo imposible. Los mensajes los está dando el Presidente del Gobierno y al Jefe del Estado le queda poco, más allá de intentar levantar la moral, de animar. 

El problema se complica con el propio avatar presente que sufre Felipe VI a cuenta de su padre, el anterior Rey. Una carga pesada y complicada con la que viene lidiando desde hace meses y que ha estallado estos días por necesidad, porque no era posible controlar la presión de los que buscan sacar ventaja.

¿Debió el Rey incorporar su caso al discurso? Hay opiniones para todos los gustos; tantas razones a favor como en contra. Por un lado era indispensable, no se podía eludir; pero por otro no era esa la materia del día, era razonable esperar otra ocasión y otro formato más propicios. Consideraciones que jugaban en contra del formato “discurso a la nación” a las nueve de la noche y por casi todas las cadenas. Pero por otro lado había que asumir el riesgo porque la relevancia del problema requiere la presencia del Rey, como han hecho de una u otra forma otros monarcas europeos.

Decidida la intervención el segundo problema residía en el mensaje, en las palabras y la retórica del Rey. Eligieron lo más convencional, un escrito ortodoxo, formal, sin ornamentos… pero con poco contenido para emocionar, para llegar a la cabeza y al corazón, porque al rey se le exige lo mejor. Felipe VI habla bien, vocaliza perfectamente, mantiene un rictus adecuado, no es actor pero interpreta correctamente. 

Me pregunto si no había otro formato más inteligente y más original, para concretar la presencia y el compromiso del Rey frente a la pandemia. El año 1885 España sufrió una epidemia de cólera, el Rey (Alfonso XII) se hizo presente con visitas sorpresa, sin corte, en algunos hospitales. Eran otros tiempos, la presión mediática era muy distinta y el papel de la Corona también. 

Ahora el Rey y su familia directa, especialmente Leonor y Sofía, podrían jugar una tarea simbólica y ejemplar, inteligente, que ayude a sobrellevar las inquietudes y ansiedades de muchas personas, especialmente las más indefensas.  

Otra cuestión es la de la “cacerolada” de los contrarios que aprovechan la ocasión para ganar espacio. Una protesta más simbólica que otra cosa. Esconderla, como han hecho algunos medios, es idiota, da más importancia al hecho de la que tiene. La oposición es legítima e incluso necesaria, sin oposición estaríamos ante un sistema totalitario. Visibilizar esa oposición y colocarla en su lugar contribuye a medirla y pesarla, y anima a la vigilancia y la ejemplaridad. 

En los peores momentos de la monarquía actual española su popularidad y prestigio siempre han estado por encima de la tradicional  oposición. El Rey Felipe suele decir a sus interlocutores críticos, que les tiene y a los que escucha, que la solidez de la institución es directamente proporcional a su utilidad, cuando no sea útil carecerá de sentido. Pues en circunstancias como las actuales el Rey tiene que acreditar esa utilidad, que requiere finura, creatividad y también asumir algunos riesgos. Hay que saber callar en muchas ocasiones, pero sobre todo saber hacer. 

Allá por 1991, cuando la democracia se estaba consolidando y el gobierno socialista pasaba por algunos problemas tras nueve años en el poder el primer ministro italiano el astuto, sinuoso y equívoco Andreotti, de visita en Madrid, como respuesta a una pregunta sobre la política española, dijo: “marca finezza”. Me parece que en estos momentos vale para el caso que comentamos.   


(*) Periodista y politólogo


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