Josep Pla cuenta en El advenimiento de la República que en una de las mejores casas del País Vascose
encontraron Alfonso XIII y el filósofo José Ortega y Gasset. Una vez
presentados, el monarca le preguntó de qué disciplina daba clases en la
universidad, a lo que el autor de la España invertebrada respondió que de metafísica.
“Eso debe ser muy complicado”, replicó con una sonrisa y una nonchalance francesa,
borbónica y madrileña. El filósofo encontró la respuesta intolerable y
desde aquel día se convirtió en un republicano convencido.
Un siglo después, España tiene su primer rey con título
universitario, y que, me consta, ha leído a Aristóteles, así que por
ello no convertiría a un filósofo en republicano. Felipe de Borbón es un
hombre preparado, que le ha tocado acceder al trono en uno de los
momentos más complicados de la historia. Paul Preston escribe en Un pueblo traicionado: “El
consiguiente deterioro de la imagen de la monarquía no fue el único
problema que Juan Carlos legó a su hijo.
Si en 2014 aún no era evidente,
en 2018 se vio con claridad meridiana que Felipe VI había heredado el
trono de un país encarnizadamente dividido, con un sistema político
averiado, fruto de la corrupción y la incompetencia política. Incluso
antes del desgaste final de la posición de su padre, la indignación por
la corrupción generalizada de la clase política había empezado a pesar
en la opinión pública.”
El nuevo rey quiso desde que subió al poder incrementar la transparencia
de la institución. E intentó blindarse ante cualquier sorpresa
atribuible al pasado de la Corona. Pero el diario The Sunday Telegraph publicó ayer que el Monarca era el segundo beneficiario de un fondo offshore de
65 millones del rey emérito. Llovía sobre mojado, porque la Fiscalía de
Suiza investiga un presunto regalo millonario de Juan Carlos de Borbón a
Corinna Larsen, con la que había mantenido una relación en un pasado
reciente.
Sin embargo, el hecho de que el periódico británico se
refiriera a Felipe IV hizo reaccionar al Rey y en su comunicado emitido
anoche deja claro que, cuando hace un año tuvo conocimiento de la
existencia de una fundación en la que aparecía como beneficiario,
manifestó que se había hecho sin su consentimiento y renunció
notarialmente entonces a cualquier derecho que pudiera corresponderle.
El Rey ha dejado sin la asignación fijada en los
presupuestos de la Casa a su padre y le ha hecho reconocer que las dos
fundaciones las puso en marcha sin su autorización ni conocimiento. El
Monarca gastó su último cortafuegos para poner a salvo la institución.
Todo en un ambiente propio de una tragedia de Shakespeare. Como cuando el autor de El rey Lear escribió: “Malgasté mi tiempo y ahora el tiempo me malgasta a mí”.
(*) Consejero editorial de La Vanguardia
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