lunes, 16 de marzo de 2020

Artículo 135 / Enric Juliana *

“Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados”.

Así se expresa el punto número cuatro del artículo 135 de la Constitución después de la reforma de septiembre del 2011, cuando la zona euro estaba en riesgo de colapso. Lo recordamos bien. En agosto de aquel año, el Banco Central Europeo exigió a los gobiernos de España e Italia la adopción de medidas inmediatas para atajar su galopante déficit público. 

La carta remitida por el entonces presidente del BCE, Jean-Claude Trichet , al presidente español José Luis Rodríguez Zapatero no pedía exactamente la reforma de la Constitución para consagrar la estabilidad presupuestaria y dar “prioridad absoluta” al pago de la deuda; pedía acciones mucho más tangibles, como la modificación urgente de las leyes laborales.

Zapatero ofreció la reforma del artículo 135 en el altar de la estabilidad europea para no provocar una masacre social antes de las elecciones generales de noviembre de aquel año. Evitó que el PSOE se convirtiese en el moribundo PASOK griego, seguramente evitó, también, la formación de un gobierno técnico en España, que Bruselas sí pudo imponer aquel otoño en Italia y Grecia, entregó el relevo a Mariano Rajoy y dejó lista una bandera para los jóvenes del 15-M, que pronto equipararon al PSOE con el Partido Popular.

Nueve años después, las poblaciones de España e Italia (más de cien millones de personas) se hallan confinadas a causa del Covid-19. Los dos países que recibieron la carta del BCE pueden sufrir otro derrumbe económico. En un giro de la historia que puede llegar a ser brutal, el artículo 135 de la Constitución volverá a situarse muy pronto en el centro del debate político del país.

El debate ya está abierto en el seno del Gobierno y ha condicionado a lo largo de la semana el ritmo de las decisiones. De uno lado, los ministros socialistas y de Unidas Podemos partidarios desde el primer momento de la declaración del estado de alarma; del otro, los dos principales ministerios económicos –Economía y Hacienda–inicialmente temerosos de las medidas de excepción y más favorables a una política de gradualidad como la que están siguiendo en Francia, que ayer celebró elecciones municipales, y Alemania, que ayer cerró parcialmente sus fronteras con Francia, Suiza y Austria. Estado de alarma significa más gasto público. Esta fue la clave del debate gubernamental a lo largo de la pasada semana.

El estado de alarma es una respuesta política y económica a la situación. Refuerza la autoridad del Estado y responsabiliza al Gobierno de las principales decisiones: jerarquiza el poder y jerarquiza las culpas. El estado de alarma convoca a la unidad civil y siega la hierba a la extrema derecha. La atmósfera cambió el sábado por la noche, después del discurso del presidente del Gobierno, visto por 18 millones de personas.

La mayoría del PSOE y UP han coincidido en lo esencial: mando unificado. Los ministros de UP pidieron de manera expresa que el decreto dejase muy clara la autoridad del Gobierno sobre las comunidades autónomas. Autoridad: ayer fue intervenida la sanidad privada.

Ahora viene la discusión sobre los costes económicos de la crisis Covid-19, más otra novedad de largo alcance en el torturado paisaje del país que recibió la carta de Trichet: el cráter abierto por la cuenta suiza de Juan Carlos de Borbón .


(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia




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