miércoles, 25 de marzo de 2020

López Miras se quimtorriza / Ángel Montiel *

Cuando, de niño, mi madre me veía extrañamente calmado y modosito, me preguntaba con recelo: «¿Qué percances andarás gobernando?». Sabía de antemano que esa actitud de chico bueno no podía ser verdadera y que solo consistía en la estrategia para ocultar el propósito de algún estropicio.

Así, López Miras, aunque en su caso este comportamiento se produce cuando ya está talludito, al menos en apariencia. La postura de estadista y de político colaborativo le ha durado lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Tengo dicho que le priva la sobreactuación. Es el colega que en la pista de baile bracea a lo Travolta cuando ponen las lentas. Tiene que llamar la atención, sin miedo al ridículo. El caso es destacar, aunque sea molestando.

Se ha hecho la siguiente composición: tal y como va en este momento la curva ascendente del coronavirus, Pedro Sánchez estará a punto de cerrar España a cal y canto, de modo que ha visto la oportunidad de adelantarse y quedar como Juan el Bautista, al que llaman el Precursor. Y va y anuncia por su cuenta la clausura de toda actividad económica en la Región que no sea 'esencial', aunque carezca de competencia para hacerlo y saltándose así, cual Quim Torra desatado, la autoridad nacional que gestiona la crisis. Él, tan españolazo, se acantona. Visca Murcia lliure.

¿Qué es una actividad no esencial? Todo lo relativo a la alimentación, por ejemplo. Vas a la tienda y compras una lata de atún. Para tenerla en tu mano, antes alguien ha tenido que pescar o cultivar el atún, alguien ha tenido que transformarlo en esa sabrosa papilla, alguien ha tenido que fabricar la lata, alguien la caja de cartón que la contiene, alguien ha tenido que imprimir en ésta la marca y los datos que exigen los controles legislativos, y alguien ha facturado el plástico que envuelve los lotes. El atún no viene a tu casa nadando. Hay procesos intermedios que implican, como poco, a media docena de industrias ajenas a la propia cadena de producción y distribución alimentaria. ¿Cuál de esas industrias no es esencial?

Los quioscos permanecen abiertos porque la venta de prensa es esencial para la información pública. Pero ¿van a cerrar las fábricas de celulosa que producen el papel y las rotativas que lo imprimen? Las ópticas están abiertas, pero ¿cerrarán las empresas que producen la pasta o metal y el cristal de que se componen las gafas? Sin duda hay empresas que carecen en este momento de demanda de producto, de pedidos, y deberían cerrar, pero la selección debe ser muy fina y bien planificada desde una perspectiva de conjunto, centralizada. En fin, hasta los niños saben que todo está interconectado.

Que su rueda de prensa de ayer fue un ejercicio de postureo lo expresa un dato que el propio presidente aportó: la comparecencia pública se producía antes de informar de sus propósitos de cierre total al Gobierno central, es decir, antes de contar con la aceptación o la negativa de éste, lo que convierte su actuación en mera gestualidad. En realidad se trataba de dar un titular y hacerse la foto para que sus huestes lo jaleen al grito de «¡con un par!», que es el tono que le alegra la vida.

López Miras ha hecho un cálculo político. Tras constatar que, de momento, la incidencia del coronavirus en la Región es todavía relativamente menor en relación a otras Comunidades, pretende poner a cero toda actividad económica en el supuesto de que esto podría contribuir a situar a Murcia en la zona baja del ranking de contagio, como si las líneas del mapa fueran una frontera para la pandemia, y esto a sabiendas de que después tendrá que venir el Gobierno central, con el BCE detrás, a paliar las consecuencias.

Cuanto más grave sea el desplome económico, más potencia de griterío y más pronto tendrá oportunidad el presidente para liderar la reivindicación ante Madrid. El presidente que ahora quiere cerrarlo todo es el mismo que hace una semana limitaba el confinamiento a la franja litoral, y esta vez no quiere que ningún otro colega autonómico se le adelante.

Mientras tanto, se le nota mucho el fastidio de tener que gestionar las residencias de ancianos por orden de la autoridad sanitaria. Y es que, en realidad, gestionar es algo que no le gusta. Véase la paradoja de que quien se planta frente al Gobierno central exhibiendo su baronía territorial, a la vez tuerce el gesto cuando Madrid le adjudica una competencia expresa de gestión.

Gestionar no es lo suyo. Lo demostró en los instantes iniciales de la crisis del Mar Menor, cuando dijo espontáneamente que debiera hacerse cargo del asunto el Ejecutivo nacional, al que devolvería sus competencias. Lo que le place, véase la hemeroteca, es protestar a todas horas por lo que hace o deja de hacer el Gobierno de España. Es su monotema, su zona de confort.

Sorprende, no obstante, lo innecesario de su última sobreactuación, pues hasta ahora iba bien, ya que era posible admitir que su consejero de Sanidad, Manuel Villegas, ha actuado con planificación y previsión, además de desempeñarse con transparencia y lo que toca reivindicar es el provisión de medios para el diagnóstico y la protección. Ahí es donde hay que dar la pataleta. Pero como eso es lo que hacen todos, no le quedaba espacio para distinguirse.

Todo el mundo sabe que no es fácil gestionar una crisis sanitaria de estas dimensiones, y la Región, aun en curva creciente y con todas las inevitables incidencias, la está afrontando con gran dignidad. Hasta que López Miras, en plan Santiago y cierra España, compareció ayer escudado de Villegas, arrastrando para éste un estrés político innecesario en estas circunstancias.

Más le valdría al presidente ocuparse de mantener en este tránsito la eficiencia de su propia empresa, la Comunidad. UGT y CSIF le reclamaron que eliminara la tasa de más del 25% de empleados públicos que deben permanecer en sus puestos de administración y servicios.

¿Cómo pide el cierre de empresas quien es incapaz de hacer lo propio con la suya sin que a la vez pueda mantener sus prestaciones? ¿Qué se hizo de los catorce millones de euros que el Gobierno del PP anunció que invertiría en la digitalización de la Administración regional?

Con su anuncio de ayer, López Miras ha puesto en un brete a muchas empresas y trabajadores, que no saben qué hacer: si cerrar, como pide el Gobierno regional, o mantener la actividad, como indica, hasta nueva orden, el ministerio de Sanidad, único órgano competente para tomar cartas en este asunto.

Y es que nadie sabe si el arrebato de quimtorrización del presidente murciano será algo pasajero o estamos en camino de pedir el referéndum de independencia.

Como decía madre cuando me descubría ingeniando percances: «Ay, qué zagalico».

Sísifo en Los Alcázares 

Corre la especie entre una legión de comentaristas bienintencionados y buenistas de que el virus invisible que en este momento nos mantiene confinados, una vez advertida nuestra fragilidad, nos procurará un espíritu de humildad para el futuro, de modo que en adelante seremos más solidarios, austeros y contenidos, que habrá más previsión sobre lo esencial, que las Administraciones invertirán preventivamente en todo lo relativo al bien común, y que las corporaciones privadas serán más colaborativas. Uno también quiere ser optimista al respecto, pero la experiencia próxima es disuasoria.

Ejemplo, Los Alcázares. En los últimos siete meses la localidad ha sido inundada en distinto grado por cinco sucesivas tormentas, ahora llamadas danas. Un Gobierno regional en sus cabales debiera haber planteado, ya desde la primera, un plan integral, por muy costoso que resultara, para impedir el efecto Sísifo, el castigo al que fue sometido este rey de la mitología griega consistente en ser obligado a subir una piedra a la cima de un monte, aunque ocurría que antes de que la operación fuera culminada, la piedra se desprendía de las manos de su portador y éste se veía obligado una y otra vez a reiniciar el ejercicio, y así durante la larga eternidad del Hades.

Sísifo vive en Los Alcázares. La portavoz del Gobierno, Ana Martínez Vidal, nos advirtió a mediados del pasado diciembre de que «la Comunidad ya no puede hacer más por Los Alcázares», sin especificar qué ha hecho antes de no poder hacer más. Nada se ha hecho. Ni antes ni después, y queda claro que ya no se va ni a intentar hacer algo. Así que ayer mismo tuvimos que contemplar de nuevo una riada urbana de aguas enfangadas apoderándose de la ciudad, y esta vez, por el Estado de Alarma, con los vecinos confinados en sus casas reiteradamente inundadas. Drama sobre drama.

Cada vez que las nubes negras dibujen el cielo de Los Alcázares, sus habitantes habrán de temer el designio del Destino, sin esperar amparo alguno para quienes pagan sus impuestos. Es inútil que recompongan sus casas, pues la próxima dana volverá a dañarlas. Y no solo las casas particulares, sino todo el pueblo, sus infraestructuras y espacios comunes; todo arrasado, una y otra vez, en cada ocasión en que se produce una tormenta. La vida en Los Alcázares es una normalidad provisional entre dana y dana. Abandonados sus habitantes por un Gobierno que asegura que nada se puede hacer por ellos, es legítimo que nos preguntemos todos, no solo los alcazareños: si esto es así ¿para qué sirve un Gobierno? Hoy es Los Alcázares; mañana puede ser tu pueblo.

No voy a recurrir a un argumento ramplón: Los Alcázares es un Ayuntamiento socialista, y el Gobierno regional se desentiende por ello. No. No es esta la razón por la que López Miras es incapaz de plantear una solución al 'efecto Sísifo' que se produce en esa localidad. Se trata sencillamente de su incapacidad para plantear alternativas a los problemas estructurales de esta Región, como ya se ha constatado en el caso del Mar Menor. Su política es la del garbanceo, la del día a día, la de la improvisación permanente. Para el presidente regional, el concepto de largo plazo es mañana jueves, día 26. Y el 26, será el 27. No hay más horizonte. El problema de Los Alcázares finaliza cuando los servicios públicos, los propios vecinos y los voluntarios sacan el barro de las calles. Solucionado. Y hasta la próxima dana. Llevan cinco inundaciones en siete meses. Y las que vengan.

El pasado martes vi en La Dos un documental sobre cómo se creó el alcantarillado de Londres, una ciudad asolada por una epidemia de cólera a mediados del siglo XIX, consecuencia del colapso del sistema sanitario de la ciudad. Las autoridades encargaron a un ingeniero, Bazalgette, un proyecto para la conducción de los residuos, que éste diseñó con gran solvencia, pero una vez que el cólera desapareció, aplazaron una inversión tan costosa. La vida volvía a la normalidad. Hasta que años después se produjo el llamado Gran Hedor, y esto reavivó las urgencias. Solo entonces el proyecto fue realizado, y ya no hubo más epidemias por esa causa.

Moraleja: cuando salgamos de ésta, si es que salimos, lo más probable es que se olviden los buenos propósitos que ahora se proponen. Como ocurrió antes y sigue ocurriendo con el 'efecto Sísifo' en Los Alcázares.

(*) Periodista


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