Si algo ha caracterizado la apertura de la XIV legislatura en el Congreso de los Diputados por Felipe VI han sido las ausencias de los partidos independentistas,
una cincuentena de parlamentarios en el Congreso y en el Senado de
Esquerra Republicana, Junts per Catalunya, EH Bildu, la CUP y BNG.
Es un
hecho, en parte, excepcional, ya que nunca tantos parlamentarios habían
protagonizado un acto de boicot a la apertura real y, sobre todo, tiene
una gran significación política ya que el apoyo independentista al
gobierno de Pedro Sánchez es imprescindible para que la
legislatura española no quede bloqueada y tanto los diputados de ERC
como los de EH Bildu facilitaron hace unas semanas la investidura del
candidato socialista con su abstención.
Son, por tanto, al mismo tiempo
mayoría parlamentaria imprescindible para gobernar y todos ellos
oposición al régimen borbónico, que gana perímetro político con la
alianza independentista a la que no se ha sumado el PNV.
La airada protesta de las formaciones independentistas a la Corona
obliga a todo tipo de contorsiones al gobierno de PSOE y Podemos,
también a sobrevolar una situación que les incomoda ya que se pone de
relieve la oposición existente en Catalunya, País Vasco y Galicia,
conscientes como son sus dirigentes de que el flanco antimonárquico no
deja de crecer desde hace años.
La unanimidad y el silencio de la
Transición saltaron por los aires con las cacerías de elefantes en Botswana y todo el affaire de la princesa Corinna, que forzó la retirada de Juan Carlos I y
dejó seriamente tocada a la institución ante la opinión pública pese a
que se intentó parar la hemorragia con el relevo de Felipe VI. Después
vino su beligerante actitud con el independentismo catalán, seguramente
el error más grave de la monarquía española desde 1975, ya que le alejó
irreversiblemente de la sociedad catalana.
Como contraste con la actitud independentista llama poderosamente la
atención el gesto adoptado por los miembros de Unidas Podemos, la
formación surgida del 15-M y que iba a acabar con el régimen del 78.
Allí estaban Pablo Iglesias y los ministros de Unidas Podemos aplaudiendo a Felipe VI,
quizás como uno de los compromisos para entrar en el Gobierno. Mientras
ellos y ellas aplaudían desde el banco azul, los parlamentarios de
Unidas Podemos se mantenían en un discreto segundo plano de pie y sin
aplaudir, igual que hicieron en la inauguración de las Cortes en 2016.
Un medido reparto de papeles en el que ministros y diputados juegan
roles diferentes según estén en una fila u otra del Congreso de los
Diputados.
Un problema que no tienen los representantes de PSOE, PP, Vox y Ciudadanos,
que premiaron a Felipe VI con varios minutos de aplausos. Ni tampoco
después en el besamanos, donde la diputada por Barcelona del PP,
Cayetana Álvarez de Toledo, marquesa de Casa Fuerte, no tuvo rival
alguna en su exagerada reverencia genuflexa.
Unos se ausentan en un
gesto significativo; otros aplauden y dejan la revolución para más
adelante; y la derecha hace ostentación de monarquismo. España, 2020.
(*) Periodista y director de El Nacional
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