No hay duda ya ni en la primera semana: el mayor
obstáculo para el Gobierno es un bloque granítico que suma las fuerzas
conservadoras del país, se hayan presentado o no ante las urnas. Su peso
es impropio de una democracia consolidada porque no se corresponde con
las preferencias políticas de la mayoría. Así, vemos que las derechas no
han ganado en ninguna de las últimas y múltiples convocatorias
electorales pero están incrustadas con notable desproporción en órganos
clave.
Los primeros pasos del Ejecutivo de coalición
van renovando las cúpulas de las Fuerzas de Seguridad, se vive el acoso
–más que el enfrentamiento en la terminología periodística- de la
judicatura conservadora, la empresarial da "toques" y la política es un
fiero desbarre, tanto o menos que la mediática a su servicio. La
sociedad entre tanto vive preocupada por ese escenario y por el ascenso
de la ultraderecha que está impregnándolo todo. ¿Hay motivos?
La "letra pequeña” del barómetro del CIS de diciembre nos dice que la mayor parte de los españoles se autoubican en el centro y el centro izquierda,
hasta casi un 59%. En 2011, se situaba a la derecha más del 50%, entre
el 5 y 8 de la tabla. Otro aspecto es la subjetividad con la que se
vive la propia adscripción ideológica. Ahora, prácticamente solo los
votantes de Vox se sienten de derecha máxima. Y no se pierdan a cerca de
un 10% que no saben de qué son.
El 85% de los encuestados por el CIS consideran que "la
democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno", frente al
5% que optaría por un gobierno autoritario en determinadas
circunstancias. El desglose es curioso. El 21% de Vox, 750.000 de sus
más de 3.600.000 votantes; el resto, al parecer, no es consciente del
ideario de su partido. Hay un rescoldo por todo el espectro político.
Lo
cierto es que el ruido de una derecha extrema se extiende sobre una
ciudadanía que elige posiciones más templadas. El mundo entero esta
sobrecogido por esta epidemia intencionada. De ahí que surjan numerosos
análisis para enfrentarla. Su poder vírico es mayor que su realidad.
Todavía. Múltiples análisis describen características comunes en los
nuevos fascismos –a los que eufemísticamente llaman ultraderecha e
incluso, en medios españoles, centro derecha-.
En
España, es esencial enfrentar el problema. Aquí se agrava porque este
fascismo de hoy convive con el franquismo, impune aún varias décadas
después de su término oficial, y con una especial estulticia que entra
casi en el terreno de los terraplanistas.
Todos los
fascismos tienen en común apelar a un pasado mítico, el espíritu de
Nación y la unidad de la Patria, según cita, por ejemplo, Jason Stanley,
profesor de filosofía en Yale, EEUU, en su libro superventas "Facha".
Otros le llamarían disfunción patriótica exacerbada.
Vemos a Vox como
genuino representante, incluso glorificando los Tercios de Flandes, pero
Pablo Casado apeló, recién nombrado, al descubrimiento de América.
Llegó a declarar que "la Hispanidad es la etapa más brillante del hombre
junto al Imperio romano". Desde Trump a Bolsonaro, desde Orban a Le
Pen, todos invocan esa misma grandeza idealizada.
El
anti intelectualismo une a esta pléyade de ultras. Estorba la cultura,
el mismo hecho de pensar. Jair Bolsonaro ha comenzado el año diciendo
que a partir de 2021, los libros de texto distribuidos a las escuelas
tendrán la bandera brasileña en la portada y un estilo "más suave",
porque hay "mucha escritura" en las publicaciones actuales.
En Missouri, EEUU, han propuesto una ley para que los padres puedan
censurar los libros de las bibliotecas públicas y mandar al
bibliotecario a la cárcel si la incumple, según cuenta la periodista y docente Azahara Palomeque. En Arizona ya censuraron los libros que hablaban de la cultura mexicana, dice.
En
la misma línea, Vox ha conseguido el apoyo del PP y Ciudadanos para
introducir la 'censura parental' en Murcia que suprime contenidos a los
escolares. Sobre feminismo y LGTBi de momento. El gobierno lo va a
recurrir. Pero, como vemos en otros países, hay una tendencia a criar
niños "fachas" e ignorantes a imagen de sus progenitores y dirigentes.
Porque
el machismo como identidad en una lucha de sexos que impone la primacía
del hombre y, en diversos grados, está en todo fascismo del siglo XXI.
Múltiples ejemplos lo avalan. Por el Orden Público tienen obsesión como
toda ideología autoritaria. Le dedicarían el grueso de los impuestos que
paga el contribuyente, dado que desmantelar el Estado del Bienestar es
otro de sus objetivos, algo más disfrazado en una presunta "libertad" de
economía ultraliberal.
La propaganda, los bulos, las Fake News
constituyen elementos fundamentales de la expansión ultraderechista.
Algunos, como Rocío Monasterio, los llevan a la práctica. Según El
País, la factótum de Vox tramitó planos de obra con visados falseados hasta 2016,
noticia que se une a las numerosas irregularidades detectadas en sus
trabajos de arquitectura con su marido, Iván Espinosa de los Monteros.
El
fascismo se refuerza en España con el franquismo impune, empapando
soportes fundamentales del Estado. Seguimos conociendo datos
espeluznantes de la represión que ejerció sobre los disidentes
políticos. Esta exclusiva sobre el comisario Roberto Conesa, cuyas primeras víctimas fueron Las 13 rosas, es una muestra más del aparato nunca encausado.
Y,
además, la estulticia. Esa generación de políticos inauditos, diciendo
una estupidez tras otra y que, como Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de
Madrid, abordan el cargo como un juego y hasta una pugna de triunfos
que machaque al "enemigo" de su propio país. Un peligro público del que
no es la única exponente y tanto como quienes ponen en manos de tales
incompetentes asuntos esenciales de la vida de las personas.
Fascismo,
franquismo y estulticia impregnan élites decisivas con notable
desproporción sobre la realidad del país. Mienten, manipulan
declaraciones y cargan sobre cuantos entorpecen su camino de abusos. A
veces las cloacas se desbordan en actos que esta sociedad tolera mirando
para otro lado como los asaltos a despachos de abogados incómodos o
dilatan los procesos de figuras relevantes en tramas de alta alcurnia.
Todo esto es lo que hay que limpiar y enfrentar.
A
quienes creen solo lo que quieren creer, incluso lo mas absurdo, y ni la
verdad consigue que varíen su opinión, aconsejan los expertos tratarles
con cariño para que no se alteren más. No lo comparto. La seguridad del
poder que han adquirido, unido a la falta de criterio, no hará sino
acrecentarlo.
Para desmontar el grueso de la operación, con toda la batería ideológica cargada de mentiras, parece funcionar la técnica del bocadillo. Se expone la realidad, en medio el bulo tal como lo digan, y de nuevo la realidad demostrada.
El
Estado del Bienestar debería defenderse por sí mismo. Y definir con
ejemplos lo que realmente es la libertad. Amplia, de elegir, de pensar,
de comer, de tener, de ser.
La España real es el país
que vive en su tiempo, labrado con los logros del pasado y reconocido
sus errores a erradicar. Una sociedad del siglo XXI, ha de vivir su
presente. Limpio, con proyección hacia el futuro, trabajando por el
bienestar de los ciudadanos que lo habitan.
Y son esos mismos ciudadanos
los que deben implicarse en los objetivos esenciales del país en el que
quieren vivir. Y hoy por hoy no son -todavía- de la pesada derecha
fascista, franquista y no muy espabilada. Todavía.
(*) Periodista
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